Capítulo cuatro
Había pasado casi una semana desde mi llegada, tiempo suficiente como para encariñarme con Amelia y admirarla por su notable inteligencia. Con cada día que pasaba en ese lugar aprendía algo nuevo, todo era un mundo diferente al que yo estaba acostumbrada a vivir. Pero me gustaba la gente, el lugar y el nuevo trabajo.
El laboratorio de Cleveland estaba perfectamente equipado con tecnología súper avanzada, un grupo de investigadores destacados y proyectos que se estaban desarrollando con buenos resultados. Todo parecía marchar tan bien que me cuestioné si en serio yo era necesaria en ese lugar.
Por fortuna, las horas de trabajo se limitaban a ocho por día, por lo que me quedaba suficiente tiempo libre en la tarde como para estudiar más y luego ir a dar vueltas al bosque o para conversar con Adam y Amelia.
—Entonces, ¿cómo estuvo tu día hoy? —me preguntó mi padre mediante una video llamada.
—Muy bien, me han puesto al corriente con las investigaciones principales que se están realizando y en las que yo debo participar. También les expliqué de mis proyectos para que pronto podamos seguir con el desarrollo estimado.
—Eso me alegra mucho, Eli. ¿Y qué hay del campo? ¿La gente te trata bien?
—Son muy amables conmigo. El señor Clark ha sido muy gentil al pedirle a su hijo que reparara mi coche.
—Es extraño que se averiara si es casi nuevo. En todo caso, ¿ya le agradeciste a su hijo por el favor? Tal vez un pago como muestra de gratitud sería bien visto.
—¿Muestra de gratitud?
—Pueden necesitar dinero, no lo sé... Si es así, deberías darle algunos dólares por el trabajo que ha hecho reparando el coche, ¿no crees? Al fin y al cabo, trabajo es trabajo.
—Sí, papá. Es una buena idea...
—Ya debo irme, mariposa. Tengo una importante reunión, espero que sigas llevándote bien con la gente. Te adoro.
—Adiós, papá. Yo te adoro más.
Alcancé a sacar una manzana roja antes de salir de casa y caminar a los cultivos comiendo y escuchando el deleitante crujir de la jugosa fruta. El camino a pie era más o menos largo, pero me agradaba. Por eso no podía quejarme y tampoco me dedicaba a llevar un conteo de cuántos minutos debía pasar andando. Era como un descanso a mis pensamientos, tan solo sentir el aire en mi rostro y el olor de los árboles, me sentía en paz.
A medida que me acercaba distinguí a Adam dándole indicaciones a algún trabajador que manejaba un tractor. No le tomé mayor importancia porque tampoco alcanzaba a verlo muy bien por lo lejos que estaba el sujeto.
—Hola —sonreí y me acerqué a él, que apoyaba su peso en un cerco de madera. Volteó en mi dirección.
—Hola, Eli. ¿Sabes? Tengo tiempo libre, podríamos ir a cabalgar, si tú quieres.
—No..., no sé —balbuceé poco convencida—. Nunca he cabalgado. —Y me daba un temor inexplicable. Los caballos siempre me parecieron animales majestuosos pero gigantes y no me animaba mucho subirme a uno, porque si eso salía mal temía terminar con algún hueso roto.
—¿Nunca?
—No —repetí. Me observó con el ceño ligeramente fruncido, que imaginé se debía a confusión porque probablemente en ese lugar todo el mundo sabía cabalgar. Apoyé mis codos en el cerco de madera y puse mayor atención al chico que manejaba el tractor, justo cuando aparcó la máquina después de haber arado tierra—. ¿Es Matthew? —cuestioné sin ser capaz de reconocer muy bien su rostro.
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Eterno atardecer © (Ex Flawless love)
RomanceEx-Flawless Love. La historia de Elizabeth Claire Fickenscher y Matthew Clark. Obra registrada en SafeCreative. Código: 1503073414808. Todos los derechos reservados. No se permiten adaptaciones de ningún tipo. [Febrero 7, 2015]