Capítulo quince
Toda mi vida supe cómo ocultar sentimientos, sin embargo, todo tiene un límite. Quizás se trataba de eso, el mío debía estar más que colapsado, lo que significaba que, aunque intentase retener las lágrimas, aunque luchara interiormente y me repitiera que era lo suficiente fuerte para controlar mis emociones, ellas caían por mis mejillas de todos modos. Estaban cansadas de estar aprisionadas, solo necesitaban fluir para limpiar de cierta forma mi alma, arrastrando consigo toda la angustia.
La noche lucía extraña aquella vez. Demasiado frío, demasiada nieve, demasiadas estrellas y demasiada soledad. Parecía que las noches de luna llena traían consigo una nostálgica invitación a perderte en recuerdos, aunque estos no fueran los más gratos de memorar.
Cansada y apenada, solo me quedé sentada en el columpio que se hallaba en el porche de la casa tomando té caliente para intentar subir la temperatura de mi cuerpo que luchaba contra mí para mantenerse frío. A esas alturas no me importó, de pronto, nada lo hizo. Me sentí ajena a mí misma, a esa situación, a estar en aquel porche bebiendo té mientras las lágrimas brotaban de mis ojos como si fuesen riachuelos desbordados. Elegí no sentir durante unos minutos, porque si lo hacía, si abría esa puerta, entonces temí no poder volver a cerrarla nunca más. Y no podía darme el lujo de derrumbarme.
Si no podía pelear mis batallas personales, entonces pensé que evitarlas, esconderlas y pretender que no existían era mucho mejor que atreverme a luchar sabiendo que perdería esa guerra. Y sí, eso me convertía en una cobarde, pero elegía ser cobarde en vez de acabar destrozada.
Tomé una gran bocanada de aire y me puse aquella máscara que creí olvidada en Carolina del Norte, una que hacía parecer que todo estaba bien, aquella sonrisa que nunca llegaba a los ojos, pero era lo suficiente linda como para no levantar sospechas de que era falsa. Era buena actuando. Siempre lo había sido.
Volví a perder mi mirada en el cielo estrellado preguntándome si acaso algún día sería tan valiente como fingía ser. Y no fue hasta que escuché el ruido de un motor aproximándose que caí en cuenta de que seguía tumbada en un gran columpio de madera vistiendo un pijama delgado no propio de usar en invierno, y que ya me había bebido mi taza de té y seguía con el cuerpo entumecido.
Unos pasos que se hundían en la nieve y ya se me hacían familiares fueron a parar a un metro de donde yo me encontraba. Y, a pesar de que sabía perfectamente quién era, no tuve el coraje de verlo a los ojos.
—¿Qué haces aquí afuera? —preguntó Matthew desconcertado.
—Yo debería hacer esa pregunta —murmuré volviendo mi atención a mi taza vacía y procurando que mi cabello ocultase la mayor parte de mi rostro, pues no deseaba que él me viera llorando—. ¿Qué haces aquí?
—Me llamaste hace un rato. Te devolví la llamada, pero no contestaste. Creí que te había pasado algo.
Cerré los ojos y negué con la cabeza. «Tonta».
—Lo siento, no quise molestarte. Además, después de llamarte dejé mi móvil en mi cuarto y decidí tomar un poco de aire —respondí como si eso sonase creíble y lógico. No lo era.
—¿En plena noche, con todo este frío? Ni siquiera entiendo por qué estás tan desabrigada, debe haber grados bajo cero, ¿por qué no mejor entramos a la casa?
—No, solo quiero estar aquí —musité con un tono de voz casi inaudible, porque sentía que las palabras se deshacían al salir de mis labios, el frío las congelaba y se convertían en hielo.
—Eli... ¿Estás bien? —Comenzó a acercarse a mí—. ¿Qué ha pasado?
—Nada... —bufé sin querer observarlo, con mi cabello cubriendo mi rostro.
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Eterno atardecer © (Ex Flawless love)
RomanceEx-Flawless Love. La historia de Elizabeth Claire Fickenscher y Matthew Clark. Obra registrada en SafeCreative. Código: 1503073414808. Todos los derechos reservados. No se permiten adaptaciones de ningún tipo. [Febrero 7, 2015]