Los hijos del doctor Cullen nunca habían visto así al mayor, mucho menos Esme.
Entrando y saliendo de la habitación donde el cuerpo de su compañero se encontraba, el cual, parecía regenerarse, pero aun seguía inconsciente.
El rostro compasivo del mayor había desaparecido y una mueca de preocupación era más común.
Ese día no asistió al trabajo, tampoco le importaba, solo quería que el amor de su vida se encontrará bien.
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"—¡No, mamá! por favor—" el niño era arrastrado por el pasillo, su madre lo había puesto limpiar la cocina, pero era algo difícil por lo pequeño que era y por lo tanto no había podido limpiarla de "forma correcta".
"—¡Callate ya!—" el niño aun se rehusaba a entrar al clóset que su madre usaba para castigarle de algo "—Arreglaré lo que tu no pudiste, tu padre vendrá pronto, calla esa boca ya—" lo había empujado al pequeño espacio, teniendo como reacción el haber tirado algunas cajas que había dentro y continuo a esto, haber cerrado la puerta con un azote.
Mentiría si le dijera que no tiene miedo, para un pequeño niño era un lugar totalmente oscuro, la única luz filtrada era la que se podía ver desde la parte inferior de la puerta, para este punto ya estaba temblando, pegó su espalda a una de las paredes, con la esperanza de no sentir o imaginar que algo habíadetrás de el. Las lagrimas salían de sus ojos chocolate, de pronto escuchó música, eran los acetatos que ponía su madre para que no escuchara sus llantos; era música que a ese punto odiaba.
Fue deslizándose hasta quedar en el piso, se tapó los oídos y lloró con más fuerza. Un estruendo lo hizo saltar, conocía ese ruido, aquel que suena cuando hay una tormenta, había caído un rayo y por consecuencia de eso la luz se había ido, ahora la pequeña luz que se filtraba ya no estaba, pero al menos la música había parado.
Dante no sabia cuando tiempo había estado encerrado en esa pequeña bodega, incluso se había quedado dormido un rato, tenía hambre y frió.
Escuchó pasos, no eran como los de su madre, débiles y discretos, ni como los de su padre, fuertes y largos, eran unos pasos moderados y firmes, tal vez había visitas y una de las cosas que debía hacer cuando estaba encerrado y había visitas era estar sumamente callado, así que lo hizo.
Los pasos se situaron afuera de la puerta donde estaba, los había escuchado, puso una de sus manos en su boca, no quería ser regañado de nuevo. La perilla se giró, fue bastante rápido, una luz entró por la delgada puerta, una luz cegadora que le hizo cerrar los ojos, pero esa luz no lo asustó, era como si estuviera flotando en un infinito espacio blanco. La curiosidad aun estaba en su pecho, así que, con todo y su ansiedad, abrió los ojos.
