Bailar bajo la lluvia

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La poderosa tormenta continuaba sin disipar sobre aquellas altas regiones de la fría ciudad de Orizaba, el débil fragor de un rayo le hizo despertar de su tranquilo sueño, Francisco podía sentir cómo la frescura de las sábanas se adhería a su cuerpo, y de que era momento de levantarse. Incorporándose con bastante pereza en el borde de la cama, pensó en el alto contraste que había entre su actual despertar con el anterior.

Abriéndose paso por la sombría habitación, se dirigió con curiosidad al balcón, recorriendo suavemente la cortina, notó cómo el cielo nublado seguía gobernando aquel bello lienzo. Esto le impedía descifrar qué hora del día sería, no se lograba distinguir sí era de mañana, tarde u noche.

— ¿Caray, me dormí mucho? — expresó a través de un largo bostezo, un leve intento por despabilar su vagancia.

El estar observando esas extensas nubes no le era impedimento para que su mente navegase, se preguntaba insistentemente por José, y sobre que le depararía al salir por aquella puerta. Abandonando la ventana, Panchito se dirigió pensante hacia uno de los cajones de la habitación, extrayendo el ovillo de su icónica chaquetilla, lo guardó cuidadoso en el mueble de madera.

Batallando en contra la tristeza que le causaba ver los restos de su amado sarape, Francisco se apresuró en arreglarse para salir; no planeaba aguardar más tiempo en su alcoba.

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Procurando estar lo bastante listo para aventurarse, Pistoles se asomó lentamente por la puerta entreabierta en busca de alguna señal de vida, pero no había rastro de nadie en la segunda planta. Ya cautivo por la curiosidad, cerró silenciosamente la puerta detrás de él, y emprendió su camino por el solitario pasillo.

En su andar, no percibió ningún ruido proveniente del cuarto perteneciente a Carioca. No le sorprendía en lo absoluto, ya que lo más seguro era que su querido ya estuviera en la primera planta desde hace un rato; tal y cómo acostumbraba hacer en su hogar de Guadalajara.

Bajando por las escaleras, Francisco miró hacia el patio central. Al alzar su vista, notó por el área abierta la manera en que acechaba aquel nublado cielo, sintiendo la fresca brisa golpeando suavemente su cara.

Palpando el frío del barandal mientras descendía escalón por escalón, Panchito se cuestionó sí así se habría sentido la joven Bella al encontrarse en un lugar completamente desconocido, un tanto elegantoso, y bastante servicial; sin olvidar el frío que hacia, que para él ya era bastante.

Tras hacer tal comparación con la experiencia de su compañera en el castillo de la bestia, soltó una pequeña carcajada, y se mantuvo de pie al estar en la primer planta:

— ¿Donde estarán todos? — preguntó para sí mismo.

Sin saber que hacer, Francisco se encaminó por donde recordaba se encontraba la cocina. Pasando de esas bellas pinturas sobre aquellas altas paredes, y dejando detrás cuidados helechos en sus recién regadas macetas de talavera, se adentró por el arqueado marco de concreto que daba a la cocina. Al no estar completamente atento a un punto fijo, el tapatío chocó contra alguien más:

— ¡Ay, perdón, perdón!

Uh, quem é esse cavaleiro? — riendo por el incidente, sostuvo su puro entre los dedos.

— ¡Caray, mi vida! — Panchito se asombró al ver a José. — Mil perdones, ¿qué haces acá tan solito? — le preguntó mientras sobaba con esmero las zonas que pudieron resultar lastimadas.

— Aparentemente lo mismo que tú, bajé procurando socorrer a la señora María en algunas de sus encomiendas, sin embargo, no he tenido la dicha de toparme con ningún miembro de la familia... — acompañado de su aura tan relajada cómo de costumbre, Carioca regresó el cigarrillo. — ¿Es que acaso existe una tradición mexicana que trate de jugar a las escondidas al recibir invitados?

Diamante perdido [Pistoles & Carioca]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora