Vientos del occidente

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La luna llena iluminaba los hermosos cielos nocturnos, los faroles amarillentos adornaban las desiertas calles del centro. Ningún local se veía abierto, únicamente los de veinticuatro horas, pero igual estaban solos.

Hacía frío.
Aires congelados de las altas horas de la noche. 

A la mala José se dio cuenta de eso, tras verse atacado por una de esas inquietantes brisas al estar cerrando las puertas con llave. Se encargó de cerrar la entrada principal, puertas de dormitorios, y ventanas; también se tomó tiempo en la tarde para avisar a su querida vecina que se irían por unos días, ella no cuestionó más, le gustaba cuidar de la privacidad de sus dos amados niños.

Algo que se planteó fue la discreción, toda acción que hiciera de ahora en adelante sería altamente clandestina.

Mientras iba caminando a paso tranquilo, quemó un extremo de un puro, de alguna manera le daría calor.

Se repetía el porqué del viaje, lo que les hizo tomar decisión tan extrema, y recordaba a su amigo, revivía el pánico de su ser, y le dolía, le hería demasiado. Haría cualquier cosa por regresar a ese pato, no dejaría que su sonrisa se despegara de su vida, nunca. De ese modo, continuó su recorrido.

En escasos minutos, ya se encontraba en el área citada, sólo faltaba acercarse a la estructura con barandillas. Sí pudo ver el lugar, pero no distinguió la figura de Pistoles.

Avanzando por el jardín, el brasileño notó lo poco acostumbrado que estaba a esas agobiantes temperaturas; ni un poco cerca al cálido Río de Janeiro. No tenía un suéter que usar, y traer consigo una manta le parecía completamente ridículo. A esas horas, ya se encontraba en la calidez de su cama, no había posibilidades de que ni una ventisca entrará. Las posibilidades de sentir frío se extinguían cuando era abrazado por...

— ¡Ah, ya llegaste! — exclamó Panchito desde lo alto del quiosco. Con sus dedos, Joe se retiró el puro.

Oh, con que ahí estaba.

— ¿Qué pretendes hacer ahí arriba? — le confundió el lugar tan inusual, todo delatado por su mirada. — Cuidado con los vigilantes, que pueden echar el plan a perder. Además, me disgusta la idea de que te lleven.

— Sus rutinas por estos lugares terminaron hace ya rato — dio una inhalada muy profunda, y sonriente habló. — ¿Listo?

— Esperé este día completo, adelante — respondió con alegría.

Al emocionarse, Francisco chifló, y en un dos por tres él había desaparecido de la penumbra.

La alegría de José se esfumó en un instante.

Sus ojos analizaron la parte alta de la construcción, una, y otra vez. Volteó para izquierda, luego para la derecha, de inmediato regresó el puro.
Frustrado, dejó escapar el humo.

Había ideado el comentario más asertivo para la ocasión, sin embargo, algo pasó rápidamente delante de él, lo que le hizo desconcertar, y caer de espalda. Temió al golpe de caída, pero fue algo que nunca recibió.

— Tranquilo, tranquilo — rió Francisco, quien le sostenía por la espalda. — No es algo del otro mundo...

En cuanto se estabilizó, José sintió su corazón latir frenéticamente, la completa emoción recorrer cada parte de su ser. Sus ojos abiertos por pura sorpresa, admiraban aquellos vivos colores rojos, amarillos, morados, y verdes. Las franjas se lucían, y flotaban de manera mágica, se notaban más hermosas de lo que su mente había resguardado por tantos años.

Satisfecho por la reacción de su compañero, Panchito bajó de aquella manta multicolor.

— O al menos para nosotros — concluyó con su anterior comentario.

— No me lo puedo creer... — pasó una mano por los algodones. — ¿Cómo lo encontraste?

— Siempre estuvo en una de las bodegas, me dedique horas en él. Tenía ya rato que no montaba un sarape mágico.

El mirar ese bello objeto, le era revivir los recuerdos más adorados de su existencia. José admiraba mucho su pasado, y amaba saber que muchas cosas seguían en su presente.

— He de admitir que lo recordé de más, al punto de extrañarlo.

— No pensé escuchar eso en mi vida — confesó el rojizo. — ,ahora resulta inolvidable.

El sonido de un automóvil pasar, alertó a ambos, ese no era un sitio para nada discreto, y mucho menos privado. Chocaron mirada una vez más, estaban más que listos.
Observaron su alrededor, todo correcto, o eso por ahora.

— Será mejor subir cuánto antes — opinó José, recibiendo un asentir del mexicano.

El viento continuó soplando.
Con muchas ansias, subieron al colorido sarape.

— Bien, ya sabes cómo era esto... — con leves sobadas, Panchito le comentó en un bajo volumen a su apreciada manta. — ¿Todo bien, José?

— Perfectamente, vamos — aclaró desde atrás del sarape.

— Oh, aguanta — antes de dar las órdenes de partir, Pistoles sacó un poncho, y cubriendo hombros ajenos, se lo entregó al de verde, protegiéndole de todo frío. — Cúbrete, que la noche es muy fresca.

Con asombro, capturó la prenda entre sus manos. Carioca quedó altamente maravillado por tal detalle, provocando así, una sonrisa en el mexicano. Regresando a su deber, exclamó al objeto mágico:

— ¡Vámonos, que Donald nos necesita! — alzó el brazo.

Los hilos enlazados del colorido sarape, subieron unos metros de altura, alejándose de la luz de la ciudad, y refugiándose en las esponjosas nubes. Se desplazó con cautela entre los altos edificios del centro, ocultando sus bellos detalles del ojo de los demás.

Era hermoso, Panchito se encontraba feliz, después de tantos años, su fiel sarape se mantenía con la misma belleza que sabía tener.

Echando un vistazo, José se sostenía del borde, cada resplandor de las cosas de ahí abajo, se reflejaban en sus expandidas pupilas; estaba más que enamorado.

En ese momento recordó.
Dejó caer el poncho por la curvatura de su espalda, con la punta de sus dedos rozó la espalda del mexicano, llamando toda su atención. Dirigiendo sus manos a su sombrero, lo tomó, y lo despojó de su cabeza, mostrando el reluciente diamante dentro del hueco del objeto.

— Me saliste bien creativo, cielo — felicitó Pistoles.

José sostuvo aquel frágil cristal entre ambas manos, permitiéndole una amplia vista al tapatío; quien se acercó a analizar su llamativo brillo.

— No te preocupes amigo — le miró con añoro. — ,iremos por ti.

Tras segundos de sus palabras, Francisco dio un último vistazo, observó las casas alejarse, a las extensas calles convertirse en delgadas líneas, las luces de la ciudad haciéndose pequeños círculos brillantes. Comenzó un extraño sentir en su pecho, y se creó una silenciosa promesa: volvería a las tierras que lo vieron crecer.

Él sarape siguió con su vuelo, teniendo como principal guía a la gran y plateada luna.

Hi, hi!

¿Qué tal? ¿Cómo pinta su vida?
Yo estoy muy feliz, esto apenas va comenzando, las ansias me dominan,
y falta mucho por escribir, agradezco cada una sus lecturas, y estrellitas, ohsí ❤️

¡Sayonara! ❤️

Diamante perdido [Pistoles & Carioca]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora