El lago que resguarda a la isla

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Resistiendo el frío que le provocaba surcar los aires mañaneros, un pensativo José creaba largas exhalaciones con el humo de su puro, trazando una línea grisácea por donde pasaba. Al otro extremo del sarape, Panchito se encargaba de no perderle la pista a la lejana carretera, era muy bueno para ubicarse, pero no quería arriesgar todo por un golpe de confianza.

Escapando un poco de su tarea, volteó extrañado hacía dónde estaba su acompañante. Girando los ojos, y sonriendo con discreción, palmeó la manta multicolor:

— No te maltrates así, vente para acá — extendió su brazo, haciéndole un espacio a su lado.

José admiraba las maneras en las que le demostraba cariño, tan directo, y oportuno. Con suma precaución, se levantó, y se acercó a él. Ya juntos, Francisco se abrazó a él, era de alta importancia el proporcionarle calor.
Juntitos así, se quedaron unos instantes, escuchando el pasar de aire, que hacía lo posible por esquivar los hilos del sarape.

— Dámelo... — susurró Panchito, con mucha calma en su hablar.

— No, lo estoy disfrutando como nunca... — respondió José de la misma manera, carcajeó cuando escuchó el instantáneo quejido del contrario.

— Caray — expresó mientras fortificaba su muestra de afecto.

Tras pasar un área boscosa que emanaba el encantador olor que tenían los altos y verdosos pinos, Francisco observó que se aproximaban a Quiroga, y al darse cuenta de que Tzintzuntzan aún quedaba un poco lejos, dio la opción de hacer la parada en el primer lugar; a Carioca le agradó mucho la idea, la razón fue que ya era hora de tomar el desayuno.

Tomando el borde del colorido sarape, Pistoles lo dirigió para planear en una velocidad menor. Pasaron sobre los techos de las coloridas casas. A un lado, se extendía la calle mayor, decorada por ambos lados por distintos puestos de artesanías u vistosos accesorios. Terminando en una vía empedrada, decidieron hacer el descenso.

— ¡Pero que lindo es volver! — bajó primero. Gustoso, llenó su pecho del sabroso aire que había en aquel lugar. Dándose la vuelta, ofreció su mano al curioso brasileño. — ¡José querido, bienvenido a la linda Quiroga!

Hora do lanche! — celebró Carioca, quien aceptó el gesto con delicadeza y abandonó el transporte.

— Sí, y será bueno llevar algunos bocadillos con nosotros — sumó a la idea. — Sarape, volveremos muy pronto, procura que nadie te vea mientras no estamos — el obediente objeto mágico recibió la orden. Con sigilo, la manta colorida se aproximó al balcón del segundo piso de una vivienda, posicionándose, se dejó caer junto a unos bonitos manteles que se secaban a la luz del sol.

Dieron caminata por el suelo de piedras, dando dirección a bajo, llegaron a un verdoso jardín donde se encontraba el nombre del pueblo en enormes letras de varios colores. En su centro, se encontraba un monumento en representación al santo patrono que veneraban en el lugar.

Cabe destacar el enorme alivio que les causó a ambos el estar ahí, poder ver a mucha gente caminando alegremente por el pequeño parque, actuando como si nada raro sucediera; deseosos, anduvieron entre los habitantes, tal vez intentando contagiarse de tanto positivismo.
Aunque fuera un pequeño respiro para su estabilidad.

Alzando la mirada, Gonzales divisó deliciosos puestos de comida al otro extremo del jardín.

— ¿Qué quieres que te traiga, mi cielo? — preguntó Panchito, encaminándose a las ventas de comida.

Diamante perdido [Pistoles & Carioca]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora