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—¿…me estás escuchando, Potter?

Harry parpadeó. Enfocó a Draco a través de los lentes.

Lo estaba haciendo, es sólo que desvió la mirada por un segundo hacia esos labios delgados y pálidos, y quiere-

No.

Concéntrate.

Cuando se apartó del beso de hace un rato, Draco lo observaba con ojos brillantes y labios entreabiertos, y él no se sintió del todo sorprendido al descubrir que quería más. Al mencionar lo cerca que estaba Reed, el iris gris se endureció y el momento se perdió. Tardó en darse cuenta de que podría haber sonado como una excusa.

No lo era.

O tal vez sí. En parte.

No quería que sonase como una, tampoco estaba seguro de si era buena idea hacerle entender que lo que ocurrió fue un impulso. Un simple impulso que no se calmaba porque verlo allí, todo blanco y plateado, era diferente de cualquier experiencia que hubiese tenido antes.

Draco, como era usual, había saludado a algunos conocidos y lo arrastró a pláticas en las que no se hubiese incluido de estar por su cuenta. Acompañaron a Hermione y siguieron a Reed con la mirada.

Mientras el ex Slytherin simulaba distraerlo con una amena charla, se movieron en un círculo por el amplio salón, para que Harry, por debajo de la túnica, agitase la varita y comprobase encantamientos de seguridad y posibles salidas. Todo parecía en orden.

Si conseguían que Reed mostrase su temperamento allí, sería perfecto. Debía recordarse que aquella era la única razón por la que Draco le rodeaba los hombros con los brazos, y no dejar que su mente divagase.

Nunca le había ocurrido en ningún caso. Podía distraerse fuera de ellos, tener algunos errores en cuanto a protocolos, pero no en el momento en que debía actuar.

Y ahí estaba, preguntándose qué hacer para conseguir otro beso. Cuestionándose si se lanzaba como un león, si aguardaba como una serpiente, si no actuaba. Si Draco entendería, si sabría.

—Entrando —Lo escuchó murmurar, con la mirada puesta en algún punto por detrás de él. Al siguiente giro, Harry distinguió la figura pequeña de Pansy, cuando se acercaba a Reed.

—¿Vas a repetir lo del cambio de parejas? —Para simular sus palabras (y sólo para eso, por supuesto), Harry se inclinó sobre uno de los hombros de Draco. Sus labios casi le presionaban la tela de la capa, el aroma de una colonia embriagadora lo inundaba.

—Sí, pero no —Draco, por su parte, le contestó con un susurro junto al oído. Desde lejos, con su viejo rival estrechándole más cerca, Harry ocultando el rostro y abrazándolo por la cintura, podría haber pasado por una escena cursi. De cerca, aunque la cercanía igual lo hacía estremecer, sabía que era un poco más complicado—. Quiero que tú vayas con ella.

Se tensó. Medio segundo más tarde, se vio obligado a relajarse.

A los sangrepuras les encantaban los bailes de salón por razones que él nunca comprendió, aunque admitía que los últimos días, teniendo un compañero para esto, comenzaba a hacerse una idea de por qué les gustaba.

Draco guiaba el baile. Le mantenía la cabeza en alto cuando pretendía mirar hacia abajo para comprobar que no fuese a dar un paso incorrecto, deslizaba los pies en los puntos exactos en que Harry no lo hacía, e incluso le tocaba el costado del zapato con un lado del suyo cuando tenía que corregir la postura para continuar. Él no sentía que tuviese que preocuparse; podía fácilmente dejarse llevar y disfrutar de la sensación de desplazarse sobre una nube algodonada, de que su danza era un solo movimiento, preciso y fluido, que iniciaba en sus cuerpos y los llevaba por el resto del camino.

El coleccionistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora