XII

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Ver la espalda de Draco, al descubierto, debía ser considerado una de las maravillas del mundo mágico reservada para unos pocos afortunados. Mientras jugueteaba con la pieza rota de su colgante entre los dedos, Harry estaba pegado a su espalda, con el otro brazo alrededor de él y la mejilla presionada contra uno de sus hombros.

—Dime algo…

—Algo.

A manera de protesta, Harry le mordió el hombro, sin fuerza, y Draco se retorció con una risa ahogada, por la que lo estrechó más cerca.

—¿Qué es eso, exactamente?

El silencio los envolvió durante casi un minuto completo. Despacio, el ex Slytherin se giró para quedar boca arriba, todavía atrapado en su abrazo y sin señal alguna de que le importase recuperar su libertad, y levantó el colgante lo suficiente para que pudiese observarlo también.

—Es un traslador bidireccional y único en el mundo —susurró Draco, con un tono que no le había escuchado hasta entonces; anhelante, agotado—. Se hizo para mí durante la guerra y se salvó de la recolección de reliquias del Ministerio sólo porque no lo teníamos con nosotros todavía. Se supone que debe llevarme a mi hogar…pero ya no puede.

—No te dejan entrar a la Mansión Malfoy, ¿o sí?

Draco meneó la cabeza y emitió un vago sonido de algo que sólo pudo identificar como disgusto.

—No. Pero no me refiero a mi vieja casa —obvió, rodando los ojos, y encerró el dije arruinado entre los dedos—, sino a mi hogar.

Harry lo consideró un momento. Ojos cerrados, pegado al otro mago, maravillado por la comodidad que sentía. Como si piezas invisibles que estuvieron en el aire hasta entonces hubiesen encontrado dónde encajar.

—¿Cuál es la diferencia?

Por unos instantes, sus labios fueron una línea recta. Cuando creyó que ya no contestaría, lo hizo.

—Mi hogar está con mi madre. A donde sea que se encuentre ahora. Imagino que en Francia.

Hogar no es un lugar. Harry asintió, lento, para demostrar que entendía el punto.

Por la noche, Draco y Pansy jugarían con Merlín en el suelo, riéndose bajo las lamidas y ladridos felices, igual que un par de niños. Harry tomaría la red flu para ir a hacer una visita.

No le dijo que se llevó el colgante que dejó sobre la mesa de moche.

El duende huraño que lo recibió lo forzó a negociar. No le importó entregar algunos tesoros Black a cambio.

Cuando volviese, ambos estarían discutiendo qué cenar, Draco tendría a Rowena alzada, y ninguno lo vería acercarse. Harry se colocaría tras el sofá en que estaban, pasaría los brazos por encima de sus hombros, y ante el rostro de Draco, agitaría la cadena con su dije reconstruido mágicamente.

Harry no sabía qué hacer con la emoción cosquilleante y cálida que lo inundaba cuando él se dio la vuelta y le dedicó esa mirada, una que era diferente, una que estaba llena de emociones y que él podía leer, aunque prefiriese simular que no.

Esa noche, se quedarían en la sala con Pansy hasta tarde, riendo, bebiendo soda, hablando. Draco le ofrecería de su cigarrillo mágico con sabor a tarta de melaza y ambos ex Slytherin se reirían de su falta de técnica para inhalar. Rowena se echaría en el regazo de Harry y se dejaría acariciar. Pansy le aplaudiría de forma dramática, porque esa gata no se dejaba querer por nadie, según ella.

Cuando se fuesen a los cuartos, Draco se sentaría en la orilla de la cama, sin despegar los ojos de él, apretaría el dije reparado entre sus dedos, y sonreiría, intentando que no lo notase. Harry pensaría que era bonito y se inclinaría para besarlo.

El coleccionistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora