CAPÍTULO UNO

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-Confusiones y pesadillas-

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-Confusiones y pesadillas-

-Ya dije que estoy bien, papá-. Dije y rodé los ojos, aunque sabía que era mentira y claro que él lo supo al momento que las palabras salieron de mi boca.

-Claro, lo que digas -inquirió con sarcasmo- sólo cuídate y no hagas estupideces.

-Ajá.

-Te quiero -tiró un beso al aire

-Lo sé, ¿Quién no lo haría?

Lo siguiente que sentí fue una de las almohadas que descansaba en el sofá en mi cara. Solté una carcajada.

-¡Me voy!

-Bien, bien. Te quiero -seguí riéndome.

Cuando por fin mi padre salió y cerró la puerta suspiré con una sonrisa en mi cara. Robert, mi padre de cuarenta y cinco años, alguien bastante joven para tener a una adolescente de diecinueve y soportar todas sus rabietas.

Vivíamos en un pueblo poco conocido llamado Worming, justo en la zona norte de Inglaterra, en donde dabas diez pasos y llegabas a la playa (literalmente).

A mamá siempre le gustó este lugar y cuando falleció hace seis años, papá y yo decidimos venir a vivir aquí para según él estar más cerca de ella, claro que yo no pensaba eso, ella cada día estaba más lejos. La verdad es un tema que me incomoda hablar al día de hoy pues su muerte no fue algo bonito.

Ahora que papá me había dejado sola en casa para ir a hacer no se qué a no sé dónde, decidí alistarme e ir a caminar por la playa.

Era una noche bastante cálida y silenciosa. Lo que más me gustaba de vivir aquí eran las estrellas que podías ver una vez que todo se oscurecía. He estado en lugares que casi no se ve ninguna pero aquí... es mágico, hay millones.

Salí de casa y una delicada brisa acarició mi rostro e hizo que mi cabello rojizo volara por los aires, la calle donde vivíamos la mayoría de veces se mantenía tranquila y nunca nadie se metía con nadie.

Cuando llegué a la playa lo primero que hice fue quitarme las sandalias para que mis pies ahora descalzos se encontraran con la arena y el agua fría del mar, eso junto con la luna llena que adornaba el cielo nocturno hacían del momento uno perfecto.

Cerré mis ojos y el sonido de las olas cuando chocaban contra las piedras hacían que mi cuerpo alcanzara un nivel de relajación casi como cuando te quedas dormido.

En ese instante recordé a mi madre, su deslumbrante y perfectamente alineada sonrisa, su cabello sedoso y brillante, su voz delicada como una pluma pero que cuando la hacías enojar podía llegar a soltar palabras tan afiladas como dagas.

Una sonrisa adornó mi cara al pensar en ello y no fue hasta que abrí los ojos que noté que mi mirada estaba borrosa por algunas de las lágrimas que derramé y no me di cuenta. Pensar en su recuerdo era algo a lo que todavía no me acostumbraba. A estas alturas no podía asimilar lo que había hech...

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