CAPÍTULO TRES

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-Dibújame-

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-Dibújame-

—Señorita Maxine, ¿está poniendo atención?

¿Qué?

Desvio mi mirada del chico que había estado observando toda la clase a la figura de la profesora de arte.

—¿Perdón?

—¿Podría decirme tres cualidades del color?

Todos los alumnos voltearon en mi dirección esperando una respuesta, algunos murmurando, otros riendo. No me preocupaba la pregunta ya que era un tema básico que había estudiado en años anteriores.

—Tono, valor y saturación. —contesté como si fuera obvio.

—Bien —contestó la profesora y siguió explicando más materia.

A decir verdad las clases de arte me gustaban, pero cuando los profesores solo hablan y no nos ponen a practicar, me aburren.

Media hora después, cuando por fin terminó de explicar, nos dijo que retratáramos a alguien con la técnica que nos sintiéramos más cómodos. Busqué a los ojos verdosos que no salían de mi cabeza y me sorprendí cuando los encontré viéndome fijamente.

¿Podría trabajar con él?

Como si pensáramos igual el asintió con la cabeza y me hizo una seña para que fuera a donde él. No lo pensé dos veces y agarré mis lápices de grafito, una libreta y estuve frente a su asiento en menos de nada.

—Siéntate ahí y relájate. —señaló un pequeño banco de madera que estaba a cinco metros de nosotros. Un escalofrío me sacudió cuando volví a escuchar su profunda voz. Asentí con mi cabeza.

Me senté en el banquito diagonal a donde él se encontraba y apoyé uno de mis pies en el trozo de madera que lo formaba, mis manos estaban apoyadas en el pequeño espacio que quedaba de asiento y había entre mis piernas por lo que tuve que inclinarme un poco hacia delante haciendo mi cabello largo cayera a los lados de mi cara, yo estaba seria y mis labios levemente entreabiertos

Él no se perdía ninguno de mis movimientos. Cuando estuve finalmente acomodada, lo miré.

—Bien, empecemos—. Sacó sus carboncillos y un pedazo de papel kraft, puso cinta en sus extremos para que no se moviera y comenzó a dibujar.

Miraba cada parte de mi con detenimiento, como si las estuviera grabando en su mente antes de seguir haciendo líneas por el papel. Cuando llegó a mi rostro tragué grueso y decidí mirar hacia otro lado.

—No, mírame—. Enarqué un ceja ante la exigencia de su voz.

Volví mi cara hacia él y cuando nuestros ojos se unieron sentí electricidad correr por mi cuerpo. Miró de nuevo el pedazo de papel e hizo los últimos detalles. Se quedó quieto inspeccionando su dibujo por largos segundos hasta que asintió satisfecho con su trabajo.

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