6 - Guerra

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Habían perdido contacto con el flanco izquierdo. No esperaron. Marcharon hacia el sur durante 40 kilómetros más antes de saber que estaban muertos. Todos ellos. El general ordeno la retirada de la campaña por tiempo indefinido, resguardándose en un viejo campamento en desuso para recobrar los nervios mientras esperaban a los refuerzos. Igor Loveheart siguió arrastrándose hacia el refugio, incluso cuando dejo de sentir las pisadas de sus compañeros tras él. Cuando llegó al campamento, llegó solo.

Era invierno. Se mantenían atrincherados en una "línea de defensa impenetrable", según palabras de su líder de escuadrón. "Por supuesto" pensó Igor con sorna "Sólo que no habíamos considerado los aviones soltando bombas". A medianoche una brillante luz bajó, como un cometa apocalíptico, a su impenetrable defensa. La destruyeron y se escabulleron rápidamente por la brecha, a través de los cuerpos sin vida de sus perturbados compatriotas. Igor había salido ileso por suerte geográfica, pero durante la huida las orejas le estaban sangrando. Era invierno y tenía frío, y aquello si era grave; como soldado soviético no debía permitirse sentir frío ni en la Antártida.

Y rememoraba esto en el piso del famoso campamento en desuso, que se le antojaba más bien como una montaña de ruinas de piedra con los techos destruidos. No había corrientes de aire, sino huracanes. Se aferró a su chaqueta, intentando alejar el constante pensamiento de la derrota, sus compañeros muertos, la falta de agua y comida; y puede que su pronto encuentro con la muerte. Se aferró a su chaqueta porque ahí estaba remendada la carta que le había escrito a su hermana en caso de que muriese; carta que Igor esperaba que ella nunca tuviera que recibir.

Se quedó dormido; y se obligó a dormir durante dos días más para engañar a su hambriento estómago; chupaba la nieve o las estalagmitas que se formaban en las esquinas de las paredes para hidratarse, fingía que no tenía comienzos de hipotermia y que su pierna no había sido atravesada por una bala. En la habitación no había ningún mueble sobre el cual apoyarse, estaba vacía y corroída por el olvido; sin ventanas. La negación lo ayudaba a medias a no perder la cabeza; sabía que eso no sería suficiente para salir de ahí con vida. El torniquete detuvo la hemorragia en su momento; aunque tendría que extraer la bala sí no que quería que su pierna se tornase negra.

Se deslizó hasta una pared, haciendo una mueca de dolor. Cuando se disponía a abrir el área de la herida, percibió una marcha de pasos vadeando su escondite que lo dejó paralizado. Se mordió el labio y, tratando de hacer el menor ruido posible, se escurrió a la esquina del lado contrario al que se abría la puerta. Escuchaba como un grupo (–De al menos 5 personas) inspeccionaban el abandonado lugar, profiriendo órdenes incordiadas de lado a lado. No podía consolarse: estaban hablando alemán. Él no lo hablaba, aun así sabía reconocerlo por los discursos nazis y las escuchas interceptadas de la radio. Y la base era grande, pero tarde o temprano darían con él. Sonaban como cucarachas en la alacena antes de encender la luz, arañando sus patas contra el suelo. Pronto Igor comprendió que él era quien interpretaba el papel de la cucaracha. Se dio cuenta de que estaba temblando, por lo que jugueteo silenciosamente con su escopeta congelada para mantener las manos ocupadas.

Finalmente la puerta se abrió con un chillido estruendoso que Igor no recordaba haber oído al entrar él. Una cabeza se asomó tímidamente, con cierto temor, recorriendo el cuarto con la mirada. Además de su cabeza, logró divisar una parte de cañón del fúsil que seguía a la posición de su manso reconocimiento. Como era de esperarse, lo vio. Al entrar en el campo de visión del enemigo, el arma se acomodó firme entre sus dedos con un suave chasquido. Sus ojos se cruzaron. Era un soldado joven (–muy joven.); de su misma edad, o puede que menos. Tenía el cabello de un rubio tan claro que parecía blanco, y casi la mitad del rostro cubierto por una bufanda. Más importante, tenía una esvástica adherida al brazo izquierdo del uniforme, ojos azules que no dejaban de mirarlo. El casco le colgaba perezosamente de costado, en su cinturón. Era marrón de arriba abajo; a excepción de la bufanda y el símbolo del brazo, que eran rojos. Así se veía el alemán que estaba a punto de matarlo.

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