3 - Sirenas

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Donnie se aferraba a la vela del bote con fiereza, causando que sus nudillos se tornaran blancos. Hacía un frío infernal, nada comparado con el engañoso carácter soleado en que había comenzado el día. Exi, su hermano, trataba de luchar contra las horribles nauseas que el fuerte tamborileo acrecentaba a cada sacudida. La tarea de mantenerse a flote se hacía cada vez más difícil y lejana. La tormenta había caído sin piedad sobre ellos hace más de 20 minutos, tiempo suficiente para tenerlos al borde del colapso enérgico. La lluvia no les daba tregua, precipitándose cual tren que viajaba verticalmente por las vías de sus agotadas cabezas. Las gotas, demasiado pesadas para lo que eran, no les dejaban escuchar sus propios gritos fútiles uno contra el otro. Estaban cerca de la costa, casi rozándola; la idea de morir ahogados en tales circunstancias los enfurecía. Sobre todo, estaban asustados. Calados hasta los huesos y azules por el frío, los sorprendió un instante de calma momentánea. El viento se detuvo, el ruido los ensordeció y pudieron verlo. Los corazones de ambos dejaron de latir por una milésima de segundo

Un huracán se avivaba, enroscándose a menos de 30 metros de su bote y avanzando en su dirección sin pausa. La mirada de Donnie pasó del motor estropeado hasta su hermano, quien tenía los ojos enloquecidos de un gato acorralado. Soltó la vela y fue hasta los brazos de Exi. El ruido, la lluvia, todo volvió de nuevo a sus sentidos. Una ola de dimensiones inverosímiles se aproximaba, creciendo a cada metro que recorría. El abrazo se apretó, entre los sollozos que explotaban irrefrenables palabras mudas. Se agacharon, refugiándose en el cuello del otro, y así la ola los encontró, volteando el pequeño velero consigo.

. . .

Pero al despertarse, Donnie reparó en que seguía respirando. A su alrededor no había luz alguna, aunque tenía la certeza de que se encontraba en una especie de caverna húmeda. Con sus manos buscó a tientas a Exi; quiso llamarlo, pero un presentimiento la freno de hacerlo. Se arrastró sobre sus rodillas, con los brazos extendidos en frente de ella y pegados al suelo, atentos a algún cuerpo que descansase cerca de ella, obligándose a no imaginar lo peor. Notó superficialmente lo adolorida que estaba, siendo opacada por la incertidumbre que la desesperaba a cada minuto que pasaba. Haciendo una distraída evaluación, supo que tenía unas costillas rotas y hematomas por todos lados, sumados al extravagante dolor de cabeza que nadaba chapoteando dentro de su cráneo. Tuvo que morderse el labio para no gritar cuando hizo un descuidado movimiento que desencadenó el despertar en todas sus heridas. Algo se había movido a pocos metros de su posición.

– ¿Donnie? – escucho que susurraban. Se limpió rápidamente unas lágrimas de fiel alivio al reconocer la voz silbante de su hermano – Dime por favor que estás ahí, Don.

– Aquí estoy – murmuró como respuesta, apresurandose a seguir el llamado en la oscuridad, ignorando su dolor – Aquí estoy, tonto.

Estaba tumbado a unos metros. Sintió tocar su torso y luego sus hombros. Lo abrazó como pudo, apretando tanto al punto de hacerle soltar un quejido. Pese a sus propias heridas, Exi correspondió el abrazo con la misma intensidad.

– Santo Dios, Donnie – expresó apenas conteniendo su emoción, pegándola de su mejilla empapada – Santo Dios, hermana. Estas viva. Santo dios ¿Dónde estamos?

– No tengo idea; Imagino que en una cueva o caverna o quien sabe ¿Estás bien?

– Si por bien te refieres a con vida, sí – dijo él en tono nervioso – Creo que me rompí la pierna.

– ¿Cómo dices?

Ella examinó sus extremidades inferiores. La derecha parecía estar bien, pero dio un inaudible grito de horror al comprobar la izquierda; estaba doblada en un ángulo extraño a la altura de la rodilla. Su hermano gruñó, reprimiendo un alarido.

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