El brillo del sol entraba juguetón desde la ventana, desperdigando polvo a su paso. Keith estaba demasiado ocupado poniéndose las botas como para hacerle caso. Hizo una mueca de dolor cuando torció su tobillo sin querer, al intentar hacer que su pie entrara. Los vendajes no ayudaban en nada. Se preguntó si haría algún daño quitárselos. No había nadie alrededor para preguntarle y, aunque lo hubiera habido, no lo hubiera hecho. Se retiró las vendas, con cierta precaución en su tosquedad. Su pie estaba hinchado y las heridas que ya habían sido cocidas lo recibieron con el brillo acaramelado que les habían dado los ungüentos. Tocó uno de los puntos con la yema de su dedo, queriendo hacer una prueba antes de meter así su pie en la bota. Claramente, le dolió.
-¿Qué estás haciendo? -preguntó una voz, desde la entrada.
Keith se giró con cuidado, sentado al borde de su cama. Shiro lo miraba con curiosidad. Llevaba la ropa sencilla pero cómoda que les había dado la princesa y a la que ambos se referían como "su ropa de hospital", a pesar de que era mucho más refinada que eso. Una de sus mangas caía plana a su costado.
-¿Qué pasó con tu...? -preguntó Keith, señalándola. Se detuvo, inseguro de qué palabra usar. Shiro río, despreocupado ante la timidez del adolescente.
-Pedí que me la quitaran. Sé que debo acostumbrarme a usarla, pero sentí que necesitaba un descanso.
Keith dejó de mirar la manga, reprendiendose a sí mismo por ser tan descortés. Shiro no parecía haberse dado cuenta, tenía una sonrisa tranquila mientras miraba su propio costado.
-Me siento más libre así -añadió, moviendo un poco su torso. Keith esbozó una mueca-. Pero no respondiste mi pregunta, ¿Que estás haciendo?
Fue su turno de señalar en la dirección de Keith, usando su barbilla. El muchacho levantó la bota y los vendajes que sostenía en sus manos, sopesándolos, pensando en qué decir.
-Me preparo para entrenar.
Shiro no necesitaba verlo a los ojos para asegurarse de que hablaba en serio, sabía que era así. Suspiro, no porque se sintiera molesto hacia él, si no porque ya se había tardado en tratar de hacer algo imprudente.
-¿Y los doctores qué dicen? -preguntó, porque era su trabajo ser la voz de la razón, le hiciera caso su amigo o no.
Keith se encogió de hombros y volvió a tocar los puntos en sus pies, como si el dolor hubiese decidido marcharse luego de ver su disgusto en la primera vez.
-¿Y a quién le importa?
Shiro liberó una bocanada de aire irónica entre sus dientes.
-Pues a ti -sentenció -. Al menos, se supone que debería.
Keith se dió la vuelta hacia él por completo. Sintió cómo los músculos de sus piernas y de su abdomen se quejaban y lo golpeaban con olas de dolor. Se contuvo, mordiéndose el labio, en la herida que se había abierto por tantas veces que lo había hecho.
-Soporté que me tuvieran encerrado aquí por semanas, y sólo porque me bloquearon la puerta y las ventanas.
-Intentaste escapar -puntualizó Shiro.
-¡Me ataron a la cama!
-¡Te levantabas en las noches a hacer sentadillas y no dejabas que tus heridas sanaran!
Keith frunció las cejas, revelando que bien podía ser cierto. Ya no podía quedarse quieto más tiempo. Sentía que esa amplia habitación, con todo y sus hileras de camas, techos altos y paredes afiladas, lo asfixiaban. Había mucha soledad ahí, aunque no era eso lo que le molestaba, al menos no del todo. Era cierto que ser el único paciente ahí, junto con Shiro, era algo que lo abatía y lo sumergía en un vacío a veces. Los demás soldados que habían conseguido sobrevivir a la disputa con los galra, habían sido llevados a hospitales más cercanos de la zona de batalla. El caso de ellos dos era diferente, después de todo, habían sido los que le habían dado la noticia sobre el deceso del rey directamente a la princesa.
Lo que realmente quemaba a Keith, era otra cosa.
Sus ojos se depositaron nuevamente en la manga vacía de Shiro. Su mente fue asaltada con una imagen más violenta de su amigo, una cubierta de sangre, cenizas y tragedia. Bajó la vista hacia sus manos. Temblaban. Ya no las veía vendadas, sino manchadas, sosteniendo una espada larga y curvada. De fondo, Shiro le pedía que lo hiciera, que cortara de un solo tajo los vestigios de un brazo que ya no era útil. Keith había querido vomitar al ver los tendones, la única cosa que ligaba su brazo al hombro. Parpadeó. Tenia esas visiones tantas veces que comenzaba a encontrar maneras de ignorarlas y volver a la realidad. El Shiro de su tiempo actual lo miraba analítico. Keith sabia que se había dado cuenta de lo que pasaba en su mente, pero fingió no hacerlo. Se puso de pie y caminó con torpeza hacia la ventana. Coran y otros emisarios reales estaban alistándose afuera. Podía escucharse el chasquido de los engranajes en las bestias mecánicas y la explosión de sus motores de vapor.
-¿Van a irse ya? -preguntó Keith, aún mirando como la tropa se marchaba.
-Bueno, Altea no puede estar de luto por siempre. Especialmente en una guerra -dijo Shiro, de pie en el mismo sitio.
Keith ya no estaba viendo la entrada del castillo. Sus ojos estaban fijos en el marco de la ventana, pero su mente lo había regresado a la batalla que habían vivido semanas atrás. Podría haber encontrado técnicas para deshacerse de sus horrores, pero ellos también buscaban formas de seguir atormentándolo.
-Pues más vale que encuentren a buenos soldados, o de lo contrario, estaremos acabados.
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A pesar del esfuerzo que ponían los soldados en contenerlos, los ciudadanos conseguían acabar con el orden tan rápido como un cardumen de peces luchado por comida. Era como si los modales de etiqueta en cuanto al orden se hubiesen desvanecido junto con el rey Alfor. La princesa Allura era un relevo ejemplar, manteniendo la ley como antes, pero los ciudadanos seguían conmocionados por lo ocurrido con su rey y algo de esa conmoción afectaba sus acciones.
El desorden de la multitud no era algo que le viniera bien a Kattie. No conseguía abrirse paso entre el grupo de señoras preguntonas, como de costumbre. Cada día estaban más hambrientas de obtener noticias sobre sus esposos e hijos desaparecidos de los funcionarios. La empujaron de regreso al área abierta y cuando intentó volver a entrar, no se lo permitieron. Se dió cuenta de que el grupo de chicos que iban para enlistarse al ejército era mucho más ordenado y menos ruidoso y consiguió abrirse paso entre ellos hasta encabezar la fila. Era claro que el hombre que los registraba era un militar. Su cuerpo robusto y rostro de apariencia dura lo delataban. El parche en su ojo tampoco parecía ser mera decoración. Levantó la mirada de la lista que tenía frente a él y la clavó con dureza sobre Kattie. Ella cerró los puños con fuerza y se armó con mucho más valor e ira que los que solía usar con los otros funcionarios.
-¡Exijo saber qué ha pasado con los ingenieros desaparecidos!
El hombre lanzó una carcajada, antes de apuntar con su pluma hacia los puestos donde estaban las señoras. Kattie endureció más la mirada, para mostrarle que hablaba en serio y que no se movería hasta tener una respuesta.
-Hacemos lo posible por recuperar a los civiles que los Galra tomaron como rehenes, pero por ahora nuestras tropas están ocupadas defendiendo las fronteras.
Kattie apretó los labios y se dió la vuelta. Los únicos capaces de hacer algo, no lo hacían. Deseó ser un soldado. Si fuese uno al menos podría hacer algo para buscar a su familia, algo mucho más útil que estar mendigando información en la capital con personas que bien podían tener una inexacta.
Ser un soldado.
La idea le divirtió al principio, pero no la dejó en paz en todo el trayecto de regreso hacia su casa. Se aferró a ella, como una serpiente que le clava los dientes a su presa y suelta su veneno lentamente. Los colmillos podían ya no estar clavados en su piel, pero el veneno se extendía sigilosamente hasta tomar posesión de sus pensamientos y su razonamiento, intoxicándolo y torciéndolo a su antojo. Ya se había apoderado de su juicio, y esa noche, mientras cepillaba su cabello, se quedó contemplando los largos rizos en sus manos y pensó:
<<-¿Por qué no?>>
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Por tí [VoltronxMulán]
FanfictionEl reino de Altea corre más peligro que nunca, con una antigua amenaza levantándose de las cenizas. Kattie Holt deberá ser valiente si quiere encontrar la verdad tras la desaparición de su hermano y su padre, incluso si esto significa hacerse pasar...