Esa mañana Giorno se levantó casi a medio día. Hubiera dormido más, de no ser por el desagradable (pero familiar) dolor punzante en la parte baja del abdomen. Buscó algún analgésico fuerte en la mesita de noche, tragó una pastilla y se dirigió al baño. No le sorprendió descubrir que su ropa interior tenía unas pequeñas manchas de sangre, así que hizo lo que siempre hacía en esos casos para desaparecer la evidencia (aunque en ese momento era por flojera): Convirtió la ropa interior en una libélula y la dejó salir por la ventana.
Después de un baño, se colocó algo de ropa cómoda: un short gris, una camisa rosa con un unicornio estampado que Trish le había regalado y zapatos planos negros. Era su primer periodo sin tener que ocultar que era mujer dentro de casa, y aunque ciertamente no pensaba anunciarlo a los cuatro vientos, podía darse el lujo de usar ropa confortable y ser perezosa, al menos hasta las ocho de la noche, cuando tendría que asistir a una estúpida cena con varios capos.
El ciclo de la chica era muy irregular, así que, en cierto sentido, era como un fenómeno azaroso (aunque a veces sentía que llegaba en los peores momentos posibles). Por otro lado, los síntomas eran constantes: Cambios de humor e irritabilidad extrema un día antes como único advertencia. El mal humor continuaba durante el primer día, sumabdo retención de líquidos y unos cólicos horribles. El imbécil de Cioccolata había cometido la estupidez de tocarle los ovarios durante uno de esos días y se había desquitado de sobra. Igual que Diavolo... Aveces pensaba que el loop de mueetes infinitas había sido un poco excesivo, pero luego recordaba que el hijo de puta casi se carga a sus amigos, y decidía que era justo.
Con un poco menos de dolor, pero sintiéndose horrible por culpa de la hinchazón (a pesar de lucir como la versión moderna de alguna deidad griega), se dirigió a la cocina, esperando encontrar algo dulce. Preferentemente, helado con chispas de chocolate.
-Buenos días.- Saludó a Abbacchio, quien estaba en la cocina preparando algo de té.
-Buenos días.- Respondió el peliblanco. Pasó por su cabeza decirle lo hermosa que se veía con esa tonalidad de rosa, pero no lo hizo.
Giorno registró el congelador y esbozó una leve sonrisa al encontrar un enorme bote de helado de fresas. Dicha sonrisa se convirtió en una mueca cuando notó incluso antes de abrirlo, por el peso, que estaba prácticamente vacío: Narancia tenía la mala costumbre de dejar los envases vacíos en el refrigerador en vez de tirarlos a la basura.
Bien, ahora, habían varias opciones. Podía mandar a alguno de los guardias por helado. O pedirlo a domicilio.
También podía ir ella misma a la tienda. Eso acarreaba el riesgo de ser descubierta u otras cosas, PERO podría elegir el sabor en persona.
Sí, la última opción parecía razonable.
-Abba, ¿quieres algo de la tienda?
El aludido la miró con algo de sorpresa. La tienda más cercana quedaba a diez minutos en auto.
-¿Vas a ir tú?
-Sí.
-¿Sola?
-Sí.
Abbacchio pensó que era absurdo e irresponsable. Era la líder de la organización criminal más poderosa de Italia. No debía salir sin contar (como mínimo) con la protección de su guardaespaldas personal, Mista, incluso si era ella quien terminaba salvándole el culo ocho de cada diez veces.
Debía informarle a Mista.
O podía ir en su lugar. Él también tiene una pistola. Es básicamente lo mismo, ¿no?
-Voy contigo.
Giorno lo observó por unos segundos, con una expresión inescrutable. Predecir su respuesta era imposible. ¿Se molestaría? ¿Lo ignoraría? ¿Lo mandaría solo a la tienda por abrir la boca?
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Giorno es... ¿Una chica?
HumorTodos tenemos secretos, algunos más grandes que otros. Por ejemplo, Giorno Giovanna, el Don de Passione, es, en realidad, una chica, como accidentalmente descubrirán sus amigos de la manera más vergonzosa posible. (This shit is Abbagio)