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Marcus se puso de pie y caminó de un lado a otro, lo que escuchó debía de ser una maldita broma.

Milo se veía horrorizado, no sabía si por lo que le había acabado de confesar o por decirle algo como eso.

—¿Cuando hay tantos Alfas? —repitió sin poder creerlo, Milo negó.

—Yo…

—¿Me estás jodiendo? Porque ahora mismo me estoy preguntando por qué esperé tanto tiempo por esto.

Milo dio un paso al frente, Marcus dio uno atrás y extendió una mano para que se abstuviera de ir a él, ¿para qué? ¿Conseguir hacer más daño?

—Espera…

—¿Realmente te conformas con cualquier otro Alfa? No te ataré a mí si no quieres estar aquí, eres libre de irte cuando quieras —sentenció antes de darle la espalda.

Milo parecía arrepentido, pero por alguna razón Marcus no quería saber de ello. Tomó su chaqueta del perchero y se retiró escuchando el llamado de Milo, Marcus lo ignoró por completo.

¿Cómo podía ser que un chico de veinticinco años tuviese el poder de hacerle daño a alguien como él?

Alguien que estuvo casi toda su vida cazando cambiaformas peligrosos, ellos le hicieron menos daño que unas simples palabras de ese Omega.

Lo peor es que ni siquiera lo sabía.

Marcus se carcajeó sin diversión alguna, no, todo eso era una mierda.

Se metió a su auto y condujo, si el chico no quería estar con él, no lo obligaría, por supuesto que no, prefería volverse loco antes de atarlo a una vida miserable a su lado.

Su lobo gimió por el pensamiento.

Marcus vio a muchas parejas, algunas que no podían ser más felices como el caso de Glen y otras en la que no había funcionó toda la situación del destino.

Sinceramente nunca pensó que podría sucederle a él.

¿Realmente alguien piensa en todo lo malo que podría sucederle?

Bufó y presionó el freno, el auto derrapó en el concreto y el intercomunicador de la reja dorada al frente encendió un punto rojo.

Marcus suspiró antes de meterse en la guarida de estos lobos.

—Marcus Lynn, activo número 1870 —dijo al aparato, el intercomunicador pitó y abrió la reja para él.

Se estacionó cerca de la mansión y caminó hacia allí, varios chicos le apuntaron con un arma, él se detuvo a los pies de las escaleras esperando al guardia principal quien no demoró demasiado en llegar.

Ritz lo odiaba, aun no sabía por qué, pero lo hacía, el hombre tenía unos años menos que él, pero no le trataba con respeto. Se detuvo en la entrada y cruzó los brazos, Marcus caminó hacia él después de suspirar.

—De espaldas —gruñó Ritz, Marcus lo hizo y enseguida sintió sus manos buscando por algún tipo de arma, no encontró nada, pero de todas formas le esposó las manos a la espalda con esposas de platas, irrompibles para un lobo.

Marcus torció los ojos y lo felicitó mentalmente, él era un arma por sí mismo, no le hacía falta una para matar a los que estuviesen dentro y Ritz lo sabía.

—Realmente debes ser estúpido para presentarte aquí después de huir por veinticuatro años. Que tonto, Marcus, debiste quedarte lejos escondiendo al chiquillo —Marcus gruñó enseñándole los colmillos, Ritz puso los ojos en blanco y lo empujó hacia el interior de la mansión.

Predestinados I : Lazos de UniónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora