Libro 1 Capítulo 9

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Por primera vez todo se veía tranquilo desde aquí arriba, tal vez debido a la ausencia de personas o específicamente las opiniones que estas tenían con respecto a ella y su futuro reinado.

¿Alguna vez dejarían de tratarla como un maldito objeto?¿Algún día tendrían consideración?

Josette, desde que tenía memoria, solía subirse al viejo tejado del castillo a través de un pequeño acceso que había encontrado cuando cumplió seis años; lo que había aterrado a su madre cuando un día descubrió lo que la niña hacía cuando su niñera se descuidaba un par de minutos.

Una densa niebla cubría el lugar esa mañana de Marzo, el clima lo suficientemente frío como para que la joven se estuviera abrazando a sí misma; aunque tal vez aquello tenía el único propósito de calmar o incluso rellenar el enorme vacío interno que sentía. Sus lágrimas se habían congelado hacía bastante tiempo pero sus recuerdos se mantenían más candentes que nunca, golpeando las paredes de su mente con una brusquedad que lentamente atentaba con matarla.

Ya no reconocía aquellos ojos oscuros que la habían obligado a comprometerse horas atrás, ya no conocía a su padre en absoluto y lo quisiera o no aquello le dolía de una forma que nunca había creído antes. Era una pena que seguía ahí, una pena que temía nunca pudiera irse de su cuerpo. Temía guardar esta tristeza y rencor por el resto de su vida, que la carcomiera por dentro como si fuera una infección. Trató de lastimosamente reconfortarse con el hecho de que aquel hombre no era su padre, por lo menos no el que ella recordaba. Ese hombre, que fríamente le había ordenado prepararse para un matrimonio que ella repudiaba, era su rey y no su padre; pese a que este último nunca había sido muy devoto como le hubiera gustado.

Se iba a ver sometida a un matrimonio arreglado y aunque siempre debió haberse preparado para aquella idea, porque sabía que las probabilidades eran inmensas, una pequeña parte en su interior había esperado que pudiese casarse con alguien que acariciara su alma y agitara su cuerpo. Tal vez aquello eran ilusas ideas que nunca debió hacerse, de seguro se habría evitado todo este dolor que ahora sentía.

- Encontré a tu madre en uno de los jardines, parece ser que la noticia alcanzó sus oídos poco después de que esta abandonara el despacho del monarca -La voz de Hope la hizo saltar, su pie resbalando por una de las tejas

- No esperaba menos, de seguro la noticia está en boca de toda la corte -Comentó en un tono amargo, escuchando como Hope buscaba un camino seguro hasta donde la princesa se encontraba sentada.

- Me dijo que podría encontrarte aquí arriba, llevaba buscándote más media hora -La única hija de Niklaus le dijo mientras veía a la Delfina girar su rostro en la dirección contraria a ella, arrastrando la palma de su mano por sus mejillas para borrar todo rastro de las lágrimas que habían decorado su piel- No tienes que esconderte de mí, Josie -

Se aclaró la garganta, tomando asiento junto a la joven mientras daba un fugaz vistazo al horizonte.

- No tengo permitido llorar, por lo menos no delante de personas -Le comentó con su voz quebrada, sus ojos aún no encontrando el coraje necesario para mirar a sus orbes celestes.

- Entonces no soy nadie, no soy nada -La pelirroja meneó la cabeza, golpeando ligeramente su hombro con el suyo de forma juguetona- Ni siquiera estoy aquí, soy el producto de tu mera imaginación -

- Está bien -La castaña sonrió, dándole un pequeño asentimiento al tiempo en el que una solitaria lágrima surcaba la bronceada piel de su mejilla.

Hope estiro su mano, deteniendo el recorrido de esta con su pulgar antes de pasar el mismo por la tela de su pantalón oscuro.

Para ser nadie, para ser nada, había muy bien sentido la calidez y suavidad de la piel de la princesa. Para ser nadie, para ser nada, su corazón se había acelerado más de lo normal.

Si solo fuera Hope -Hosie 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora