Arena

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–Abuelo, cuánto más tenemos que caminar –pregunté cansado.

–Ya va faltando poco pequeño –dijo mi abuelito consolándome.

Sabía que me mentía, puedo ser un niño pero no soy tonto, ya llevábamos una semana caminando por este desolado desierto, soportando el calor de los días y las frías noches. Nos unimos a una caravana de “sobrevivientes del desastre”, como empezamos a llamarnos  nosotros mismos, hace un mes todo cambió; luces rojas invadieron nuestras vidas y mis padres desaparecieron, luego de esperarlos por mucho tiempo mi abuelito me encontró y me trajo con él aunque yo quería quedarme en casa. Dicen que encontraremos refugió en una ciudad cercana, no recuerdo el nombre.

Comienzo a ver unas luces rojas en la distancia y me paralizo, mi abuelito se da cuenta de mi rigidez y me mira.

–¿Qué sucede pequeño?

Sin poder articular palabras señalo al haz luminoso que se nos acerca. Mi abuelito al seguir la dirección de mis dedos entra en pánico.

–¡Refúgiense, todos, rápido! –gritó.

Al terminar su alarma se volteó hacia mí y me lanzó al suelo, comenzó a ocultarme en el desierto, podía ver la luz acercarse cada vez más.

–No mires –me indicó–, vas a estar bien –dijo terminando de enterrarme.

Cerré mis ojos a más no poder, sin escuchar nada, esperando desaparecer igual que mis padres.

No recuerdo cuanto tiempo pasó hasta que tuve el valor de abrir mis ojos y sacar la cabeza.

–Abuelito –llamé sin alcanzar a verlo en ninguna parte.

Y ahí estaba yo, solo, con lágrimas en mis ojos, esperando sobrevivir bajo la arena.

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