El colectivo había llegado, como en toda mañana de viernes, se encontraba lleno. Frank suspiró y como si no pudiera protestar, subió al transporte. Una vez que pagó el viaje, se acomodó contra una butaca, buscando un tema que pudiera acompañarlo en su incomodo rincón.
Los viajes incómodos eran normales en su rutina, todas las madrugadas levantarse temprano para llegar a tiempo al colegio, viajar entre tantos sin entretenimiento alguno. Después de todo, la vida de un chico en su último año de secundaría era rutinaria.
El colectivo aceleraba y desaceleraba con constancia. La gente se subía tan rápido como bajaban. Solo en un punto, se desocupaba algún asiento creando la oportunidad perfecta de descansar la otra mitad del viaje. Como un profeta, sus pensamientos dieron fruto logrando sentarse apoyando la cabeza contra el vidrio frío, empañado, pero cómodo. Minutos más tarde, el colectivo casi se había vaciado, solo con un par de personas que seguían el trayecto. La noche se va disipando a medida que el sol sale para dar por iniciado su nuevo día.
Otra canción suena y ya el viaje se va acortando. Un amigo de Frank aborda el colectivo, Mathias. Mathias iba al mismo año que Frank, por lo que se veían todos los días en el mismo lugar: el asiento. Su compañero de viaje se acercó a él e interrumpió su música, se saludaron y la ligera conversación dio inicio.
—Buenos días.
—Buenos días, si es que lo son, sigo con sueño —respondió.
—No seas amargado tan temprano.
Mathias era alto y delgado, de un metro setentaicinco, con el pelo negro muy largo y pastoso. Usaba anteojos redondos que ocultaban unos ojos marrones algo achinados. Su cara era un rejunte de varias ascendencias: árabe, española e italiana. Por último, su tez era pálida, como si siempre hubiera sido un muerto en vida.
—Siempre con el mismo ánimo —suspiró.
—Por ahí si dejaras de dormirte a las cuatro de la mañana, disfrutarías más la vida.
—Más al margen —ignoró el comentario—. ¿Dónde está tu hermano?, siempre viajan juntos
—Entra más tarde, como tu hermano.
—Ellos la sacan barata...
Estas últimas palabras las siguieron un suspiro, pero al ver a su amigo sonrió y ambos dijeron al unísono pero nosotros ya terminamos la secundaria. Comenzaron a reír.
Con la mañana ya más que empezada y el viaje casi finalizado, Frank y Mathias siguieron en silencio para respetar a los que todavía no se habían despertado.
El viaje terminó, ambos bajaron del colectivo y empezaron a caminar hasta al colegio. Se les unieron algunos compañeros de curso sin relevancia para Frank. No solía llevarse muy bien con la gente, de hecho, si no fuera por Mathias y Valentina, no tendría amigos. Tampoco le importaba mucho eso. Era, después de todo, un chico aburrido.
Entraron a la institución de grandes paredes azules con un desgano propio de una semana laboriosa. No obstante, no era un día del todo malo, al fin de cuentas, los viernes son el día favorito de todos los adolescentes.-o-
Mientras el sol iluminaba parte de la gran calle principal, el rey Maik podía distinguir la primera figura en salir de su morada. Todos los que allí vivían tenían una regla: nunca salir de noche. No por ser inseguro, de hecho la taza de crimen era nula en sus calles, pero las propias bases del Reino eran raras, independientes, tanto así que si un aldeano salía de noche, corría el riesgo de desaparecer para siempre, de la vida y la memoria. El "hogar" era el refugio perfecto después de todo.
Pero a él no le importaba mucho; con su mansión al final de la larga calle, siempre caminaba en la penumbra de la oscuridad envuelto en una tranquilidad descomunal, con su traje de primera mano, una galera digna de mención adornada con monedas de cobre y un bastón, tan viejo y elegante que todos los de su clase tendrían que envidiar. La figura en cuestión se trataba de Teint Hyeraci, el Aristócrata. Siempre era el primero en pisar la calle y dirigirse al gran y solitario castillo para sus tareas rutinarias. El Rey Rojo y Negro lo observaba cada día, atento a sus acciones. Nunca podía anticiparse a tal ser. Ni desde que lo conoció, ni después de unirlo a su Reino.
Cuando la distancia se cortó entre el balcón y el último farol de luz de la calle. Se apoyó en el mismo y con una mano arrojaba y atrapaba una moneda de oro, siempre con la elegancia de un caballero. Sus ojos celestes y su pelo castaño claro, junto con sus elegantes rasgos cuidados, tenían embelesadas a más de una aldeana. Enfrentados, uno a la distancia del otro, se miraron fijos sin emitir acciones y, como si el sonido no perdiera su frecuencia en la distancia, comenzaron su charla.
—Siempre a primera hora, Aristócrata.
—Por favor mi amigo, yo no soy el que se levanta y lo primero que hace es ver cómo todo su Reino se despierta. Algunos tenemos trabajo. No como tú, psicópata.
—No lo digas así, Teint, sería un terrible rey si no observo estas cosas. ¡Uno nunca sabe si lo van a atacar al amanecer!
—No mi amigo, dejarías de ser un psicópata. Excusas, Maik. Lo cierto es que en parte es verdad, pero aún así nunca se sabe. Lo que sí sé, sabemos, es que hoy es ese tan esperado día.
—Lo sé, ¡ya quiero que empiece! —exclamó, casi con ganas de saltar del balcón.
—Empezar, ya empezó —dijo el Aristócrata, soltando una risa sobre su rey—. Lo que sigue ahora es que todo el mundo se entere de que si perdemos el tiempo, el caos va a reinar.
—Dudo que hasta el caos pueda despojar mi reinado. Adelante, Teint Hyeraci, ¡Haz tu magia!
El Aristócrata atendió la petición de Maik, tomó aire y arrojó la dorada moneda lo más alto que la gravedad le permitiese, se dio vuelta, con la vista mirando a las numerosas viviendas iluminadas por completo. Hecho el acto, prosiguió con lo que mejor le salía.
—¡Arriba todo el mundo, nuestro Rey Rojo y Negro, Maik Finter, vela por nosotros!, él es quién reina en sus tierras y él que hoy celebra la primer década de su Reino. Siempre con nosotros y nosotros con él, ¡Así que arriba todos, los preparativos deben comenzar! —así, el Aristócrata inició el día. Maik se dio vuelta, levantó una mano y chasqueó los dedos, un gran ruido tomó los pasillos del castillo y las grandes puertas se abrieron. Teint volvió a dar la vuelta y antes de que caiga la moneda, abrió un bolsillo de su saco y el objeto cayo sin desviación. Se acomodó la galera y con el bastón en la mano, se adentró en la estructura.
Caminando por los pasillos hasta la sala del trono, Maik paseaba las manos por los vidrios que marcaban toda su historia. Cada uno con un suceso y un ser ilustrado. Bajadas las escaleras y los pasillos recorridos, llegó a la sala donde el Aristócrata Teint Hyeraci lo esperaba. Al parpadeo, se les unió el Rey Ángel Max, apareciendo como siempre, impecable, portando una disimulada corona menor. Vestía una camisa sin arrugas y pantalones elegantes, combinado con unos zapatos negros. Era más alto que Maik y Teint, de un metro ochenta y seis. Sus ojos grises no mostraban el más mínimo miedo o duda, siempre inspirando confianza acompañado por una nariz pequeña y rasgos suaves, casi tallados con todo el cuidado del mundo.
Los tres se miraron fijos por unos segundos. Maik medía un metro setenta, delgado y con la fisionomía de su cuerpo oculta por las ropas, casi parecía un niño todavía, con el pelo marrón siempre desordenado –pero la corona acomodada al tacto- y su expresión despreocupada. Era el único que nunca mostraba impaciencia, pero si duda. Sus ojos eran avellana, mezcla de marrón y verde, mientras que su rostro era normal y hasta burdo al lado de los otros dos. Parecía que en cualquier momento iban a desenvainar sus armas y batirse en un duelo a muerte, pero en vez de eso, empezaron a reír.
—Te ves fatal, Maiky —dijo Max, dándole la mano—. ¿Una mala noche?
—Lo normal —respondió, algo distraído—. No es algo contra lo que se pueda pelear.
—De hecho —interrumpió Teint—. Si se puede.
—Si ya sé, pero no vamos a entrar en explicaciones señores. Es temprano todavía.
—Hay que preparar las cosas, yo me encargaré de revisar todo el Castillo por si algo está fuera de lugar, hoy van a asistir una cantidad exorbitante de seres, de todos lados están viajando para llegar a tu celebración —decía Max mientras se alejaba lentamente.
—Sí, yo voy a atender los temas de los gastos, estas fiestas no son baratas ni mucho menos, gratis —bromeaba Teint, mientras se iba para el cuarto de administración.
—Gracias chicos... —concluyó Maik yendo a su trono.
—Para eso están los amigos —se escuchaba ya por el eco.
El Rey Rojo y Negro se sentó en su trono, observando los papeles con críticas y peticiones de sus habitantes. No era mucho como para desanimarlo. Con un trabajo corto para empezar y un día largo por delante, Maik se preparaba para que todo saliese al pie de la letra.
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Entre Alas y Sombras
FantasíaFrank es un muchacho de diecisiete años en su ultimo año de secundaria. Maik es el rey de un Reino fantástico en un mundo de cuento. Ambos vivieron sus vidas en relativa paz, pero serían sorprendidos por la amenaza de Ercan Kreighter, el Realista...