Las Tres armas en el Hielo

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En el bosque de las Hadas, Barcelona, un muchacho se encontraba durmiendo entre los árboles. Nadie lo notaba, puesto a que él así lo quería. Su largo pelo negro le recubría toda la cara y hasta dormido tenía una expresión de serenidad que daba miedo. El bosque de las Hadas, es considerado un lugar de "cuento", puesto a que según el folklore del país, es el hogar de los seres mágicos conocidos como las Hadas, Gnoll, Duendes, entre otras criaturas fantásticas como el muchacho. Ercan eligió encogerse unos centímetros y rejuvenecer para desentonar; aparentaba tener dieciocho años, pero la verdad era que tenía algunos milenios en la espalda. Cambiar de apariencia le permitió conservar su sabiduría, experiencia y además, añadir la fuerza de la juventud. Mientras más tiempo pasaba asimilando la gran fuente de poder que recorría su cuerpo, más se volvía una amenaza imparable.
     Eran las cuatro de la tarde y el muchacho seguía en sus sueños; cada tanto se abatía, murmuraba, cambiaba la expresión de su rostro. Una niña trepó hacía él. Saltaba de rama en rama con extraordinaria coordinación. Su pelo largo y verde se revolvía en el aire, sus ojos color violeta desprendían diversión. A diferencia del amargado y serio Ercan, ella trataba de darle una mejor imagen a su esclavitud, era una forma de mantenerse "viva" si se quisiera decir así. Se situó delante del dormido, observándolo. Con una de sus manos le corrió el pelo de los ojos para verlo mejor, de hecho, lo hacía para despreciarlo de mejor manera. Súbitamente, el muchacho despertó tomando bruscamente la mano de la niña, clavando en ella sus ojos rojos. La chica no pareció asustarse, pero rápida como el pensamiento, se libró de aquella mano opresora y le sacó la lengua en señal de burla.
     Al pié del árbol, otra figura se encontraba apoyada en el tronco. Era un tipo como Ercan antes de que rejuveneciera, con el pelo negro corto, ojos plateados y una vestimenta elegante. Desvió la mirada para ver a los otros dos y, dando unos pasos, desapareció para estar sobre una gruesa rama. Él podía hacerlo porque, como la chica, no era un ser vivo, sino un pedazo de consciencia fragmentada que molestaba al ahora dueño del cuerpo. Ercan suspiró. Rea y el Sabio estaban siempre presentes mientras descansaba. Odiaba no poder controlarlos como odiaba dormir. Años de incontable encarcelamiento, privado de poder dormir, comer o beber conduciría a cualquiera a la locura más prominente, pero no fue así y el Realista se sentía orgulloso de sí mismo. Los usaba a ambos de vigilancia, mientras tomaba merecidos descansos. Ellos no dormían, no podían dormir como Ercan en algún pasado cercano. Cuando disfrutó de su primer sueño en la Tierra se sintió largamente reconfortado, y gozaba a las consciencias que no podían imitar el simple acto de dormir.
     Hacía ya un tiempo que caminaba por nuestro mundo y cada vez le gustaba más. Era fácil de manipular, tenía un tiempo que corría de la misma forma siempre (aunque había diferencia horaria en los continentes y países), las personas se mataban entre ellas todos los días, elegían a sus líderes, creaban y destruían sociedades. Se preguntó si aquel mundo sobreviviría en las condiciones de Tharatia, que el tiempo era caprichoso y corría como se le cantaba en cada Reino diferente. Ni hablar de los senderos ajenos que eran lo más impreciso que podía existir.
     El plazo que les dio a los humanos para encontrar la "Realidad" se había terminado. Para su disgusto, no habían encontrado ni una pista de lo que les había pedido. Decidió pues, buscar por su cuenta, más no asesinarlos pero si tenerlos a un chasquido del inminente estallido cerebral.
     Al principio, era una tarea de reconocimiento. Sus conocimientos en la religión y la ciencia le daban pistas, pero a su vez, no ayudaba en mucho. Mientras una proponía que todo fue creado por un "Dios" (similar a los dioses de Tharatia, pero sin pruebas contundentes), otra decía que fue por el "Big Bang". No obstante, no hablaban sobre el inicio del todo. De cuando la Realidad se fragmentó en millones de partes, creando una gran tela araña conectada por un complicado sistema. Ni en la creación de las dimensiones únicas. Aún con toda la información, no estaba ni cerca de encontrar lo que buscaba. La Realidad de aquella dimensión podría haberse escondido en cualquier rincón, en cualquier objeto, lo que supondría una eternidad en búsqueda. La primera vez que buscó en su mundo fue fácil porque Rea no tuvo tiempo de esconderse, pero la de este mundo lo sintió y seguro se refugió en el último granito de arena en alguna playa olvidada.
     Ercan Kreigter, el Realista, había dejado atrás sus antiguas prendas, ya que llamaba mucho la atención y eso dificultaría su búsqueda. No era precisamente cómodo trabajar cuando muchos insectos corrían despavoridos por sus vidas. Decidió entonces vestirse todo de negro. Una remera, campera, jeans y zapatillas, todo del mismo color. No le gustaba la vulgaridad, pero era una forma factible de pasar desapercibido. Una vez que se levantó, con un movimiento de mano, desaparecieron de aquel bosque. Aparecieron los tres en una planicie en algún lugar de África. Por un escaso momento, se escuchó un rugido lejano, pero fue tan esporádico que ni siquiera Ercan lo notó. El sol ardía y bañaba todo en con su luz. Rea daba saltos y el Sabio caminaba con las manos en los bolsillos.
     —¿No tienes calor? —Preguntó Rea mirando a Ercan.
     El Realista miró hacia el cielo distraído.
     —Hay cosas más importantes que el calor, Rea.
     —Como vestir ropas burdas —agregó el Sabio.
     Ercan ignoró el comentario, como ignoraba casi todo lo que decía aquel ser. El otro no pareció inmutarse.
     —Y exactamente, ¿Qué hacemos aquí? —quiso saber Rea.
     De golpe, el Realista se detuvo. Frunció el seño y entornó los ojos de nuevo al sol, por un segundo le pareció ver una grieta.
     —Silencio, hay un problema.
     Los otros dos lo miraron, extrañados, esperando algún tipo de respuesta.
     —Se ha escapado.
     —¿Quién? ¿Tu novio? —preguntó el Sabio.
     —Maik —dijo secamente—. Ya descubrió la forma de escapar a los sueños.
     Antes de preguntar, Rea miró fijamente a Ercan. El Sabio desapareció, dejándolos solos.
     —Era de esperarse, tiene fuertes conexiones con los seres que lo rodean. Sin contar que ese rey sabe mucho.
     —Uhm —pronunció distraído—. La prisión ya hizo su trabajo —cortó Ercan y miró a la niña—. Puede ser excepcional, pero su tiempo se terminó.
     —¿Qué planeas entonces?
     El Realista sonrió con malicia.
     —... es imposible, Ercan, nunca nadie logró hacer algo así.
     No respondió. Él no era como lo demás y ella lo sabía, lo cual le generaba cólera. La expresión tranquila e inocente que manejaba se borró para dejar una ira que se reflejaba a cien kilómetros en la redonda. Clavó sus ojos violetas en los suyos.
     —No lo vas a hacer, no te dejo.
     Con un chasquido de dedos, Ercan se trasladó a Prípiat, Ucrania. Fue como parpadear y estar en otro lugar. Sus poderes crecían a cada segundo. Aquella era una ciudad fantasma, abandonada e inhabitable. Rea chasqueó la lengua, le gustaba más los lugares rebosantes de vida, no aquel infierno de radiación.
     —No me hace gracia.
     —A mi tampoco, pero como ves, no eres quién para decirme a dónde ir o qué hacer. Estas sometida, Rea, y lo sabes muy bien.
     Ella desvió la mirada en señal de rechazo. Ercan rió, tomó su cara y la obligó a mirarlo, sus ojos rojos rebosaban de tranquilidad.
     —No te olvides que gracias a mi tienes el poder que usas para cualquier capricho tuyo.
     —Y no olvides entonces, Rea, que puedo moldearlo como se me dé la gana.
     Ella le dio una cachetada, alejándose de la mano con un suave movimiento.
     —Recuerda una cosa, el chico ese que mandaste va a volver. Conozco a Tharatia, y no debe de estar muy de acuerdo con que intentes jugar con su mundo. No olvides que sus padres fueron los que te arruinaron los planes y, tarde o temprano, va a querer vengarse.
     Ercan dejo escapar una risa desquiciada. Aquello le hacía una gracia increíble, era como escuchar un insecto querer detener un meteorito.
     —El chico ya debe de estar muerto. Con el mensaje que deje grabado para que dijese cuando se repusiera, los seres que estaban en el Reino de Maik seguramente ya lo ejecutaron.
     Rea se apartó y, antes de desaparecer, dejo sonando en el aire ningún reinado es para siempre, Ercan Kreigter.
     El Realista no le prestó atención, parecía importarle poco lo que le decía Rea. Aunque sentía que tenía un desafío, si ese chico volvía, iba a ser más fuerte, y por ahí podía ser interesante. Necesitaba preparase para cuando ese momento llegara. No tenía arma y a él le dejo el cuchillo de las Sombras. Por respeto, Ercan tomó una rama muerta, negra y con una deformación en la parte superior. Al verla más de cerca, supo que era suficiente. Depositándola en el piso amarillento, respiró hondo la radiación y murmuró algunas palabras inentendibles; una espina salió de la tierra y empezó a envolver la rama. Cuando ésta se encontró completamente cubierta, un destello se disparó. Sobre el piso ahora yacía una espada con muchas inscripciones. La hoja de un gris completamente apagado y una empuñadura que desprendía dos cadenas de espinas que salían por los costados. La agarró y observó bajo los tenues rayos de sol. Era la primera vez que hacía algo así, pero una eternidad observando le permitió conocer la técnica de Yhran, el herrero legendario de armas de nombre propio, aunque no atrapó la esencia de algún ser en el metal, sino que bombeó su propia esencia para crearla y dotarla de todo aquello que hacía único a un arma –agregando también un poco de la radiación del medio-, y, en especial, podía complacer al cuchillo de las sombras en caso de encontrarlo de nuevo. Ercan nombró la nueva espada como Hygfen, la Espina Negra. Por último, creo una vaina que se colocó en la espalda. Con un movimiento de dedos, desapareció. Tenía un plan que trazar y varías cosas para hacer antes de dar el próximo paso.

Entre Alas y SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora