IV. Días grises que se pintan de azúl.

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Los días son inciertos, tal como ella lo dijo, este día comienza a parecer un día alegre y luminoso, así lo siente ella. Ha pasado una semana desde que le contó a Damián sobre Galia, podría decir que se ha sentido en cierta paz.

Después de mucho tiempo, ha conseguido despertar con el sonido de la alarma, sus ojos no se sienten con tanto peso como es costumbre, al levantarse nota que Galia se ha levantado temprano para preparar el desayuno, la escucha en la planta baja de la casa, también escucha ligeramente la voz de su padre, todo parece estar en paz. Se prepara para la escuela, al mirarse frente al espejo nota detalles diferentes en su rostro, se mira y por unos instantes siente que luce bonita.

Baja las escaleras para entrar a la cocina, ni Galia ni Andrés han notado su presencia debido al enfrentamiento que recién empieza. De un momento a otro la tranquilidad con la que ha despertado se esfuma.

—No me vas a arrebatar a mi hija —menciona Galia mientras el volumen de su voz se comienza a elevar.
—Es una opción.
—Pues descártala.
—Quiero ver a mi hija bien —responde Andrés con desesperación—. Estar aquí no la tiene bien.
—¿Y contigo si estará bien? —cuestiona—. ¿Con tu familia que quién sabe cómo la tratará?
—Ellos la quieren mucho.
—No la quiere ni su papá —suelta una carcajada—. Ella está bien conmigo.
—No vuelvas a decir eso.
—¿Te duele escuchar la verdad? Tu no la quieres, porque de ser así, no habrías vuelto con esa mujer, ni mucho menos la tratarías como lo hiciste durante tanto tiempo.
—Tu bien sabes que contribuiste para que yo reaccionara así.
—No me quieras responsabilizar por tus errores.

Es entonces cuando Annia decide pasar desapercibida y no seguir escuchando la discusión en la que probablemente saldrá lastimada. Sale rápido de casa sin que ellos lo noten y decide enviarles un mensaje para no preocuparlos una vez que se ha alejado un poco. Mientras camina, aunque intenta evadirlas, las palabras la golpean con fuerza, ¿realmente su papá no la quiere? Su corazón quiere aferrarse a que no es así, sin embargo, la infinidad de veces que su papá la ha rechazado no resultan muy útiles para fundamentarlo.

Toma su celular y se coloca sus audífonos, como si el reproductor se negara a distraer a la chica de sus pensamientos, pone una canción significativa, Too sad to cry de Sasha Sloan. Cuando menos lo nota, los monstruos comienzan a atacarla sin previo aviso. Comienzan a invadirla los pensamientos intrusivos, esos que le dicen a gritos el poco valor que tiene.

No eres una buena hija, no eres una buena persona. ¿Te has visto? No me sorprende el porqué de que tu papá se avergüence de ti.

—Él no se avergüenza de mí —menciona como si hablase con alguien.

Cada que te esfuerzas por responderme terminas comprobando la locura en la que estás cayendo, ¿sabes cómo te miran todos cada que le contestas a la nada? Intenta responder en su mente y convencerse de que nadie la mira. No eres invisible, porque, aunque lo intentes, siempre terminas por cometer algún error que te hace notoria, siempre cometes errores. "Déjame en paz", le dice. No eres tan fuerte como crees, en cualquier momento todos lo notarán, eres frágil y estás rota, vas a hacer algo que los haga darse cuenta.

Siente que ha sido una conversación tan frustrante que ni siquiera ha notado que ha llegado a la escuela, entra y camina por los pasillos hasta su salón, siente las miradas sobre ella aun cuando en realidad no es así. Se detiene a medio camino al ver a "sus nuevos amigos", salvo Joel, que no está, observa a Damián, comienza a sentirse aún más vulnerable, particularmente porque le ha contado un poco de su historia, se arrepiente de haberlo hecho. Desvía su trayectoria y se dirige a los baños, entra al último de los cubículos y se recarga en la pared mientras se aferra a su muñeca derecha que presiona con la mano izquierda, espera hasta que los baños estén vacíos y a que el timbre anuncie el comienzo de las clases, así como que sus pensamientos se vayan.

Sin CaerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora