XIV. Una mano que nos sostiene.

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En el pasillo pueden escucharse cientos de pasos de la gente que camina de una habitación a otra, no solo de las personas que acompañan a cada enfermo, sino también los de las personas de uniforme rojo que visitan a cada paciente para hacer rápidos chequeos. El olor a limpiador de pisos puede llegar hasta su cama, de no ser por la debilidad en sus piernas, se levantaría a cerrar la puerta.

—Creí que te encontraría dormida —dice León mientras entra con una alegre sonrisa.
—Si pudiera, créeme que lo haría —reprocha con cierto fastidio—. Me arrepiento de no haberte puesto atención cuando me hablaste de los efectos secundarios.
—¿Estabas ignorándome? —simula indignación.
—La mayoría de la gente lo hace.
—Déjame decirte que eres la primer paciente que no me hace caso —suelta una ligera risa.

Ella niega con la cabeza y mira hacia una ventana grande que es capaz de iluminar toda la habitación.

—¿Enserio es necesario que me quede?
—Tus defensas son muy bajas —explica una vez más—. Eres vulnerable a enfermarte y eso podría complicar las cosas para ti.
—¿Y si tengo cuidado?
—No creo que estés entendiendo cómo funciona.
—Si lo entiendo —responde de mala gana—. Solo que no quiero estar aquí, además estoy bien.

Siente como algo empuja con fuerza su estómago y toma rápidamente un pequeño balde a su lado que una enfermera de uniforme perfectamente cuidado dejó cuando la quimioterapia terminó. Aunque no es capaz de expulsar nada, el dolor abdominal es algo que no parece querer irse.

—¿Enserio estás bien? —pregunta con cierta ironía.
—Dijiste que esto era normal, así que puedo controlarlo —responde sin quitar la vista del balde.
—Entonces si me estabas poniendo atención —ella desvía la mirada con cierto enojo y él deja escapar un suspiro después de unos segundos—. Te estaremos observando en estos días y si vemos mejoría en tus defensas te prometo que te daremos el alta. Pero para ello necesito que pongas de tu parte, que comas todo lo que te den las enfermeras y que sigas mis indicaciones al pie de la letra.
—Te prometo que así lo haré —asegura.

Cuando León sale de la habitación, Annia se deja caer sobre la cama con cierto fastidio mientras sus brazos cuelgan de esta. Elisa deja escapar una ligera risa y se acerca a cubrirla con una ligera frazada que ha preparado exclusivamente para cada una de sus visitas al hospital, la observa sentada desde un sofá a un lado de la cama y nota como sus ojos lentamente se cierran hasta que termina por quedarse dormida.

La misma Elisa es consciente de que hoy no ha sido el mejor de sus días y es complicado encontrar la manera de ayudarla a mejorarlo. Lo que empezó como un día en el que Andrés y Galia la acompañarían a su primer quimioterapia, terminó por convertirse en un montón de mentiras que dijeron por miedo a ver los efectos secundarios de los que León les habló. A decir verdad, Elisa no siente pesar alguno por estar ahí para sostener el pequeño balde mientras Annia deja que su estómago libere todo lo que tiene dentro.

Mientras Annia duerme, la mujer decide salir por unos minutos para caminar, es imposible no cuestionar las actitudes de su esposo. Simplemente no consigue entenderlo, por unos instantes es como si no la quisiera.

Recuerda el momento en el que finalmente convenció a Andrés de presentar a su hija ante sus hijos, aún no olvida lo emocionada que se sintió por ello, estaba decidida a hacer todo lo posible porque la chica se sintiera cómoda. Claro que para Camila y Nicolás fue complicado hacer como si fuera normal el hecho de tener una media hermana, era difícil exigirles que fueran hospitalarios cuando ni siquiera el hombre veía con buenos ojos aquel encuentro.

Elisa se enfrentó a una larga charla todos los días con sus hijos para conseguir que vieran con buenos ojos a la hija de su esposo. Bastó con que la pequeña de ojos claros cruzase la puerta de su hogar para que poco a poco lograra llegar a su corazón. No era necesario conocer toda la historia para saber que la dinámica con Galia era un caos en todos los sentidos, bastaba con ver la ropa mal planchada por Annia para entender que no habitaba ningún adulto bajo el techo de Galia. Durante un tiempo llegó a estar de acuerdo con las etiquetas de "mala madre" que le ponía Andrés, todo cambió en el momento en el que, en una discusión, Annia gritó a Andrés el diagnóstico de la mujer como argumento para defenderla de los ataques de su esposo.

Sin CaerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora