III. Un alma pidiendo libertad.

25 6 0
                                    

—Recuerdo que me dijiste que no tenías amigos —menciona con una ligera sonrisa.
—Ellos no son mis amigos —responde mientras juega con sus manos—. ¿De qué querías hablar?
—Primero cuéntame cómo fue tu día.
—Recibí una llamada de Vanesa diciéndome que pelearon y que te fuiste —desvía la mirada hacia la ventana—. ¿Qué tal el tuyo?
—Hablé con tu mamá sobre su tratamiento —explica después agachar la mirada en silencio por unos segundos— También hablé con la psiquiatra.
—A ella no le agradó.
—No —suspira—. Estamos preocupados por ti.
—¿Por mí?
—Ella me dijo que no duermes en las noches y que no hablas con nadie —la mira con cierta seriedad—. Y que la última vez que fueron a la consulta tuvo que enviarte ansiolíticos, ¿por qué no me hablaste de ello?
—Lo olvidé.
—¿Y también olvidas tomarlos? —deja a Annia ver un pequeño frasco cerrado—. ¿Por qué estaba tirado en el bote de basura?

Ella aún puede recordar el enojo que Galia sintió luego de que la doctora le entregara una receta con el nombre de Annia para hacerle saber que las crisis de ansiedad no eran tan normales como la mamá lo decía y que debían ser tratadas. "Tu no necesitas esto, no estás loca", recalcó la mujer durante varias semanas, desde entonces los frascos son recogidos para no alarmar a la especialista y depositados a la basura por Galia, basta con una madre loca para tener una hija igual, al menos es lo que ella dice.

—Hija...yo no creo que el estar con tu mamá te haga bien —menciona al no obtener respuesta de la chica.
—¿Eso qué significa?
—Cada día te veo más mal y no creo ser el único que lo ve —responde—. Me preocupa ver ese rostro demacrado cuando eres solo una niña...desde que le diagnosticaron a tu mamá su bipolaridad te veo cada vez más mal.
—¿Quién dice que estoy así desde que la diagnosticaron? —pregunta con indignación—. Me parece que te perdiste de muchas cosas.
—Nunca presentaste ataques de pánico —argumenta, Annia solo niega con la cabeza intentando no explotar—. No creo que sea sano para ti seguir con ella.
—¿Y qué propones? —se cruza de brazos—. ¿Me voy contigo? ¿Pasaré de ser enfermera a ser invisible?
—No es el tema...
—Si se trata de hablar del daño que mis papás me hacen, entonces no es sano estar con ninguno —abre la puerta del auto y baja.
—¿Por qué de repente veo a un adicto que se niega a aceptar que no le hace bien lo que tiene? —pregunta Andrés igual de alterado.
—Porque te gusta ver los problemas de otros antes que los tuyos.

Sin esperar una respuesta cierra la puerta del auto y camina con paso acelerado para evitar ser seguida por Andrés, empieza a sentir el corazón intentando salirse de su pecho golpeando una y otra vez, sus manos tiemblan al punto en el que siente que no lo puede controlar. Sabe que no puede volver en ese estado a casa, solo sigue caminando sin saber si se dirige a un lugar en concreto, los miedos una vez más se apoderan de ella, se traslada a las citas con los especialistas, un psicoterapeuta que se alarmó luego de que Galia terminase con la mano herida a causa de un vaso roto explicando una anomalía en su conducta, luego, una psiquiatra haciéndole varias pruebas, todo para terminar por recetarle medicamentos cada vez más fuertes que al final ella dejaría de tomar. Ninguno de esos dos especialistas creyó que fuese buena idea que Annia viviese ahí, pero bastó con poco tiempo para saber que estar con Andrés tampoco lo era.

Luego de una hora su compañía parece tener que irse, poco a poco la fuerza empeñada en su cuello comienza a desaparecer y en su lugar aparece un cansancio en los hombros, así como tres líneas en el costado de su brazo derecho, la marca de sus uñas encajándose sobre este, aún sin ser tan largas, consiguen abrir ligeramente su piel, pronto se convertirán en simples rasguños. Cuando su crisis se da por terminada decide volver, a cada paso que da sus pies se arrastran, le preocupa llegar y encontrarse con Andrés, al mismo tiempo sabe que es inevitable. Se detiene justo frente a su puerta y la abre implorando porque su madre no noté que algo ha pasado.

Sin CaerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora