Capítulo I

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Dichoso despertador del demonio

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Dichoso despertador del demonio. Lo bien que estaba cómoda en mi cama y tenía que levantarme sí o sí para no perderme el entrenamiento, o sino Lurke me gritaría y no estaría de buen humor para que me echase la bronca. Estiré el brazo en busca de la alarma y lo lancé a la pared para que se callara. Ya no sé cuántos despertadores habré roto, pero me daba igual. Tenía dinero suficiente como para comprarme mil más. Es más, la relojera me los descontaba porque ya me conocía de sobra.

Me levanté con desgana en la cama estirando mis brazos y di un gran bostezo enorme. Dios, me veía horrible con este pelo de mierda que tenía. Por eso, prefería mil veces hacerme un moño. A todo esto, mi gran duda era que desayunar. Tal vez me haga un sándwich de Nutella. El chocolate era mi vida. Daba gracias a los descubridores de esta maravilla. Eso sí, debía admitir que no era muy fan del chocolate blanco, pero el de leche y el negro eran mis preferidas.

Caminé hacia la cocina teniendo ese pensamiento en la cabeza que hasta se me notaba en la cara, más bien esa sonrisa de satisfacción pura y dura. Pero antes eché un vistazo hacia el salón. Dios, si parecía que haya pasado un ciclón por ahí. No me gustaba nada tener las cosas desordenadas. Ah, ya recordé. Llegué tarde a mi casa y no estaba de humor como para recoger. Aún tenía los nudillos reventados por la golpiza que le di a aquella tonta y menos mal que tenía los guantes de boxeo, pero aun así dolía.

Sí, practicaba boxeo. Un deporte bastante particular y la gran mayoría de personas que lo entrenan eran hombres. Menos mal que las mujeres habíamos revolucionado la historia y podamos hacer lo que más nos gusta. En mi caso, dar palizas y demostrar que conmigo nadie se mete. Era verdad que no podía enfrentarme a ningún machito porque yo estaba dentro de la competición femenina. No obstante, cada vez que un estúpido me insultase o dijese cosas obscenas, yo no dudaba en golpearlos para que aprendan.

Y Lurke siempre me decía: "eres una tsundere". ¿Por qué? Porque estoy la mar de tranquila y amorosa, y mi comportamiento cambiaba drásticamente por una gilipollez que me molestó. Así era yo.

Hirawashi Len.

Todo hombre, amante del boxeo, al escuchar mi nombre se esconden detrás de una columna o lo primero que encontraban porque sabían lo que era capaz. Una chica que medía 1'59 cm era capaz de derrotar a una de 1'80. Que las apariencias nunca te engañen.

¡Oh, Dios! ¡Esta Nutella está que te mueres! A mí sí me regalan una tarrina de helado o una torre de chocolate, ya me hacen la mujer más feliz del mundo. Y mis ojos se posaron en el portarretratos de mi difunta madre. Murió cuando yo era más joven. Actualmente tengo 23 años y, en aquel entonces, tenía unos 12. Por cada día que pasaba, la echaba más de menos porque ella me daba todo el apoyo y me bendecía su sabiduría. En el colegio todos los niños se burlaban de mi persona porque era la rara del grupo, es decir, no tenía un comportamiento a gusto de ellos.

Eso me cabreaba y más aún cuando mencionaban a mi madre. ¡Ja! Esos niños se llevaron un buen puñetazo de mi parte, pero eso provocó que el director me expulsara no sé cuántas veces y por unas razones obvias. Y cuando me relajaba, estando en casa, lloraba y ella me consolaba. Siempre le decía que era un monstruo para los ojos de cualquiera. ¿Y sabéis lo que me dijo?

Amar a una "tsundere" (Katakuri x Len)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora