Flavio se levantó y sintió un gran peso en su cuerpo, como si el día anterior hubiese estado haciendo ejercicio extremo y ahora su cuerpo estaba lleno de agujetas. No podía abrir los ojos casi, le ardían como si tuviera dos bolas de fuego como ojos, sentía que si los abriese un poco más le saldrían lagrimas de lo mucho que le pesaban. Le dolía la cabeza, como si un taladro estuviese dentro de ella molestándolo y, por no hablar de los escalofríos que tenía en todo su cuerpo.
Se levantó como pudo, tenía que ir a clase esa mañana, pero no podía tirar de su cuerpo, se encontraba bastante mal, pero su cabezonería hizo que pusiera rumbo al baño para lavarse la cara y seguidamente ir a la cocina para tomarse algo. Pensó que sería un simple resfriado, así que su intención era tomarse un sobre y continuar con su día.
Dani se encontraba sentado en la mesa de la cocina con su bol de cereales, arqueó una ceja al ver la mala cara de su amigo y la torpeza de este aquella mañana.
— Qué mala cara tienes, ¿te encuentras bien? – preguntó dejando el bol de cereales sobre la mesa
Flavio lo miró con la mezcla del sobre de naranja ya preparada en el vaso y negó con la cabeza. No tenía fuerzas para emitir ninguna palabra.
— ¿Qué haces levantado? Tira para la cama
— Tengo clases – logró decir con voz extremadamente grave y ronca
— No creo que estés para ir a clases – el chico se levantó y se acercó a su amigo - ¿Te has puesto el termómetro? Y no me digas que da igual
— No creo que tenga fiebre – dijo tomándose el contenido del vaso de un solo trago
— No seas cabezón – Dani tocó la frente del chico, así como toda su cara, para comprobar lo que ya sabía, estaba ardiendo en fiebre – Vete a la cama ya, que le den a la clases
— No puedo
— No me hagas enfadar, vete a la cama y descansa, mañana vas si te sientes mejor, hoy no
— Pareces mi madre – se quejó el moreno
— Tú harías lo mismo conmigo, así que ya te puedes ir a la cama. Yo ahora tengo clases, pero luego vuelvo y te hago una sopa o lo que sea, yo que sé
— No te preocupes, si no creo que tenga hambre
— Vas a tener que comer algo para tomarte un paracetamol o algo, si no, la fiebre no se te va a bajar
— Voy a dormir, seguro que con el sobre se me pasa un poco
— Cuando te pones en ese plan de cabezón no hay quién te aguante, pero sí, vete a dormir, no quiero que te muevas de la cama hasta que yo venga y si necesitas algo
— Sí, papá
Flavio volvió a su habitación con pocas ganas de estar de pie, el poco tiempo que había pasado fuera de la cama había sido el suficiente para comprobar que efectivamente no podía con su propio cuerpo. Maldijo a la lluvia del día anterior y no haber llevado paraguas o alguna capucha para que el impacto hubiese sido menor.
Esa mañana ni siquiera miró el móvil, se la pasó durmiendo tapado hasta arriba, no tenía energías para nada más. No recordaba cuando había sido la ultima vez que se había encontrado tan mal, pero juró que esa era la que más. Claro, nunca nos acordamos que tan mal estuvimos y siempre nos parece que nunca lo hemos pasado tan mal como cuando nos está pasando en tiempo real.
Su cuerpo temblaba por si solo, no importaba cuanto se tapase, seguía teniendo frío, lo que hacía que la fiebre empeorase porque no paraba de dar calor a su cuerpo. Había perdido la noción del tiempo y juraba que cada vez que se despertaba se encontraba peor. En ese momento deseó estar en su casa y que madre le pusiese una toalla fría en la cabeza o le obligase a tomarse la medicación porque él, por sí solo, no era capaz de levantarse de aquella cama.