fluye

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El verano se había acabado, corría el mes de septiembre y todo parecía volver a la normalidad en la vida de las personas. Atrás quedaban las vacaciones, el sol, la playa y la piscina. Ahora volvía la rutina, las responsabilidades, la vida monótona de cada día para los humanos.

Flavio había decidido retomar sus clases en el conservatorio, mientras se preparaba las oposiciones de profesor. Ni él era consciente de como iba a ser capaz de terminar su último año de conservatorio, el cual tuvo que dejar por la carrera, y a la vez estudiar para hacerse con una plaza como profesor. Quizás lo tenía todo un poco mezclado, por un lado, quería ser profesor de piano o si la vida se lo permitía, quería dedicarse profesionalmente a tocar aquel instrumento que lo había acompañado desde que tenía ocho años. Por otro, estaba la idea de ser profesor de niños, probablemente de música, pero aún no sabía exactamente para donde tirar. Tenía que acabar el conservatorio y tenía que tener unas oposiciones aprobadas para ver hacía donde iba a su vida. Lo tomaría con calma, ya que dar clases particulares de piano a niños le daba para poder vivir medianamente, sin lujos, claro.

Desde que se marchó del pueblo no volvió a ser el mismo, le hubiese gustado decir que Samantha no ocupaba el cien por cien de sus pensamientos, pero hubiese mentido, la rubia no salía de su cabeza. Esa chica a la que un día odió, ahora no lo dejaba dormir. Quería saber de ella, pero no le contestaba los mensajes, probablemente enfadada por su marcha, no podía culparla. Marcharse sin decirle nada había sido la decisión más estúpida, así como sensata, que había hecho nunca. Sabía que necesitaba este tiempo para él, para darse cuenta de lo que quería.

¿Qué quería?

Quería poder decirle todo lo que pasaba por su cabeza, pero era incapaz de hacerlo, le dolía pensar en el rechazo de la chica.

Después que pasara el mes de agosto sin saber del otro, volver a Madrid le hizo darse cuenta de que no había pasado ni un solo día en el que no la hubiese echado de menos. A ella, sus ojos azules como el mar, su pelo rubio brillando con el sol, su piel suave, el contacto de su cuerpo con el suyo, su sonrisa, su risa contagiosa, sus caricias, sus berrinches, sus enfados, sus besos, sus mordiscos, sus abrazos. Extrañaba todo de ella. Era imposible echar de menos a alguien de la forma que él lo hacía, pero lo hacía y era plenamente consciente de ello.

Esa chica había logrado meterse en su cabeza de tal forma que era imposible echarla de la misma. Nunca antes había sentido algo igual, no sabía siquiera como describirlo, ¿era esto lo que se sentía al estar enamorado? No podía responder porque dudaba si alguna vez lo estuvo de alguien, nadie antes lo había echo perder la cabeza de esa forma y no en el mal sentido, sino en el bueno.

Quería saber de ella, pero la chica ni siquiera escribía en sus redes sociales. Trataba de preguntarle a Maialen, pero esta solo le decía que estaba bien y que no se preocupara, ¿cómo no iba a preocuparse si no sabía nada de ella? Confiaba en que su amiga tuviese razón, solo quería que estuviese bien y que no lo odiara por irse.

Al volver a Madrid se sintió extraño, todo estaba tal cual lo dejó al irse, incluso haciendo limpieza encontró una camiseta de la chica, ¿cómo había podido quedarse ahí tanto tiempo? Probablemente una de las veces que la chica cogía camisetas de él y luego no se las devolvía. Echó a lavar la camiseta rosa, así como ropa de él y se tiró en el sofá. Dani estaba con Laura, a ellos parecía irles bien, habían pasado más de la mitad del verano juntos, de un lado a otro. Al menos uno de los dos era feliz.

Si no fuese tan cobarde...

Miró su fondo de bloqueo, una foto de los dos juntos, no la había cambiado desde que la puso en el pueblo. Quizás no era lo más sano, pero le gustaba esa foto y pensó en dejarla para no olvidar aquellos días. También le servía para poder responder a las preguntas que se hacía, muchas preguntas, pero todas llevaban a lo mismo.

Que electricidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora