Capítulo 22

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22. RESACA Y SOLUCIONES

AURORA

Aunque no me tomé ni media cerveza ayer con mi hermano, amanezco con resaca... pero emocional. Me duele la cabeza y un poco el corazón pero es un día soleado y me convenzo de que el no tener que ir hoy a estudiar es como un regalito de la vida para mí.

Y para todo Winston, pero no importa.

Reviso mi teléfono con algo de miedo, esperando ver insultos de Zacharías en respuesta a mi mensaje de anoche, pero me sorprendo al ver que solamente están los chulitos de recibido, no los de visto. Me tranquiliza y me estresa más a partes iguales.

Casi son las nueve y tomo unos minutos para mirar alrededor. La cama de Leo está hecha una cochinada pero él no está ahí; agradezco internamente la gentileza de haberse ido sin hacer ruido, pues no me despertó. Me quedo un rato en la cama conservando el calor y la tranquilidad, pero sé que no puedo huir del encuentro con mi madre por siempre, así que salgo hacia la cocina para desayunar algo.

Encuentro a mi madre con el molinillo dentro de una olleta y me llega el olor del chocolate caliente. Siente mi presencia y gira su rostro, intento sonreírle, como si con ese gesto se borrase todo lo que pasó ayer.

—Hola, ma. ¿Cómo dormiste?

—Bien, ¿y tú?

—De maravilla. Amo los lunes festivos. ¿A qué hora se fue Leo?

—Hace poco, pero solo fue a la panadería, no tarda en llegar. —Con sus palmas gira el molinillo y escucho su choque contra la olleta. Sin mirarme, añade—: Aurora, sobre lo de ayer...

—Ma, no quiero hablar de eso.

—Entonces solo escucha, no diré mucho. —Me callo, sintiendo que mis mejillas se calientan. Recuesto el hombro contra el muro de la entrada, susurrando un "okey"—. Sé que los sobreprotejo... a ambos. Me es inevitable. Pero también sé que ya no tengo niños, que tú y Leo ya son prácticamente adultos y que no puedo ni siquiera intentar cuidarlos de todo. Desde que me quedé sola con ustedes, tuve un propósito: ser una mamá comprensiva y oyente. Quiero que cuando hagan algo malo o cuando se equivoquen, vengan y me cuenten para que intentemos buscar solución, no que me lo oculten por temor a lo que yo vaya a pensar o decir. Siempre he sido honesta con ustedes y creo, al menos, que ustedes lo son conmigo.

—Perdón por haberte mentido —murmuro, sintiendo que le duele a ella el corazón más de lo que me dirá.

Voltea a mirarme.

—Yo lamento haber hecho que creyeras que debías mentirme. A veces me cuesta dejar de verte como una niña o asumir que ya has avanzado en temas complejos como el de tu padre. Admito que me ha aliviado mucho escuchar que lo has superado, que no fue tan terrible para ti. Suelo ver más donde no hay nada —añade, con una sonrisita burlona hacia sí misma—, es mi gran defecto. El punto es que yo confío en ti, Aurora. Si me dices que estás bien, te lo creo, no voy a interferir y debes saber que ahora o después o cuando sea, si crees que necesitas ayuda, sea mía o profesional, puedes decírmelo.

¡Esa suerte es mía! •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora