Una niña de unos once o doce años corría bosque a través. Aquel bosque me resultaba familiar, pero el follaje de verano hizo que tardase un poco en reconocerlo. Sin embargo, la ropa de la niña era inconfundible: se trataba de una Northuldra.
La niña trepó a un árbol y se dejó caer en plancha para ser recogida, zarandeada y cuidadosamente colocada en el suelo por la traviesa Galerna. Pero aquella niña no parecía ser la misma mujer que nos había enseñado antes el glaciar, los rasgos eran similares, pero claramente, no se trataba de la misma persona.
Galerna jugueteó un momento más con la niña y después la guió bosque a través hasta dar con un alto y fornido rubio de ojos azules. Su ropa también era claramente representativa: se trataba de un cosechador de hielo.
El hombre intentó comunicarse con la niña, pero no parecían hablar el mismo idioma, el de él parecía algo más tirando a sueco. Sin embargo, la niña le tomó de la mano y le arrastró hasta el campamento diciéndole que si Galerna había hecho que llegase hasta él, seguro que era alguien de fiar.
Pronto se encontraron rodeados de Northuldras que curioseaban con algo de incomodidad mientras el pobre hombre trataba de explicarse dibujando con un palo en la tierra algo que no pudimos llegar a entender. Aunque Anna y yo no lo comprendimos, los Northuldra parecieron satisfechos con su explicación y le recibieron con los brazos abiertos.
La imagen cambió y mostró a una joven que sí que podría ser la que suponíamos que era mi madre, enseñando al hombre algunas palabras de su idioma mientras reían juntos quizás más cerca el uno del otro de lo que cabría esperar.
La imagen cambió de nuevo y nos devolvió al lago del terror, pero nadie estaba ahogándose en él. La mujer y el niño esperaban sentados sobre una roca cercana a la orilla del lago comiendo zanahorias mientras el rubio de antes trabajaba el hielo.
—Hm... yo no pisaría ahí, esa zona parece...
Y, de nuevo, el glaciar no me dejó terminar de hablar. La superficie se quebró bajo sus pies y cayó en picado hacia el fondo del lago.
—¡¡Jorgen!!
La mujer gritó desesperada al ver caer al hombre al agua.
—Mami...
—No te preocupes, Kristoff, todo irá bien. Voy a ayudarle, tú mientras ve jugando un rato por aquí.
Sin casi darme cuenta, apreté la mano de Anna mientras se me revolvían las tripas. Ahí estaba mi pasado, mis padres, ¡hasta averigüé el nombre de mi padre! Murió intentando salvarle... ¡Soy medio Northuldra! ¡Y medio probablemente-sueco!
—Así que, al final, tú también eres medio Northuldra, ¿eh?
Asentí sin saber qué hacer, decir ni sentir. Con la alegría y el dolor luchando entre ellas por ganar la batalla y dominarme. Perdido y encontrado a la vez.
—¿Cómo estás?
—No lo sé...
—Aún no hemos averiguado el nombre de tu madre, qué injusto, ¿no?
Sonreí casi lastimeramente viendo cómo Anna intentaba levantarme el ánimo.
—Ahtohallan —habló ella esta vez—, ¿puedes mostrarnos algo más de la madre de Kristoff? ¿Por qué se fueron del bosque encantado, por ejemplo?
Me pareció buena idea. Verles vivos y alegres una vez más antes de irnos de allí me ayudaría a enfrentar el sentimiento de desazón que me había dejado la escena anterior.
—Gracias —le susurré sintiendo cómo el aire helado del Ahtohallan invadía mis pulmones de nuevo.
La gran pared de hielo brilló una vez más y mostró lo que parecían las afueras del campamento en un despejado y blanco día de invierno. Mis padres charlaban a la orilla de un riachuelo semicongelado y ambos parecían luchar por contener las lágrimas.
—¿De verdad tienes que irte?
—Desearía que no fuese así, Sikká, pero mis padres son mayores y sólo me tienen a mí. Decidí hacer este viaje porque sentía que el viento me pedía que lo hiciese, sólo tuve que seguir el camino que me marcaba, pero... no puedo quedarme.
—Y, ¿qué hay de mí?
—Estoy seguro de que tú eres la razón por la que el viento me trajo hasta aquí. Ven conmigo.
—Sabes que no puedo hacerlo.
—Ella puede venir también. Es un hermoso bosque, seguirá siendo libre y feliz a tu lado.
—No puedo hacerle eso. Aquí está su familia, y, el vínculo que tiene con los espíritus del bosque, es realmente especial. Éste es su lugar.
—Supongo que entonces sólo me queda decirte que te amo y que te deseo lo mejor.
—Qué injusto eres, Jorgen...
—A ti sólo puedo decirte la verdad.
—Entonces yo lo dejaré en otro te amo y esperaré que el viento te guíe con bien.
Ambos se dieron un casto y triste beso y partieron en diferentes direcciones mientras la pared del glaciar hacía cambiar la imagen de nuevo. Así que mi madre se llamaba Sikká. En la nueva escena que comenzó a correr ante nuestros ojos, los primeros rayos de la mañana iluminaban a mi madre, que, aparentemente preparada para un largo viaje, parecía discutir algo con la niña que ayudó a mi padre a llegar al campamento.
—¿Estás segura de esto?
—Sikká, le amas. ¿Qué otra cosa puedes hacer?
—Puedo quedarme.
—Éste no es tu lugar.
—Tú eres mi lugar. Quiero estar contigo.
—Entonces vuelve. Ve, encuéntrale y vuelve a por mí. Entonces iré contigo.
—Y, ¿por qué no ahora?
—No sabría explicártelo. Siento que por ahora debo permanecer aquí. Siento que hay algo que debo hacer antes de marchar.
—Pero... ¿de verdad vendrás conmigo? ¿No te arrepentirás?
—Tanto como siento que tengo una misión aquí, siento que pronto dejaré este lugar para siempre. Es cuestión de tiempo. Ve haciendo camino y, por favor, ten cuidado.
—Lo tendré.
Sikká rompió a llorar y ambas se abrazaron fuertemente.
—Te prometo que volveré. Te quiero, Iduna.
—¡Dios mío! ¡Kristoff! ¡¡Esa niña es mi madre!!
En ese momento pude sentirlo, algo me olía mal. Lo que fuese que el dichoso glaciar estuviese a punto de mostrarnos, iba a destrozarme la vida.
—Yo también te quiero, hermana.
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Las cosas que importan
RomanceAnna y Kristoff viajan al Ahtohallan en busca de respuestas, pero encontrarán respuestas que no esperaban. Descarga de responsabilidad: no poseo nada más que mi propia vida.