A la mañana siguiente, algo más tarde de lo esperado debido a la falta de sueño, partimos en dirección al Valle de la roca viviente.
Tras varias paradas en las que aprovechamos para colmar de mimos, zanahorias y gracias a Sven que no parecía entender de qué iba aquello pero lo disfrutó igualmente, llegamos al valle rozando ya el anochecer.
—¡Kristoff y Anna! ¡Kristoff y Anna!
Los más pequeños comenzaron a rodar entre nosotros y a saltar sobre mí mientras los adultos se arremolinaban a nuestro alrededor.
—¡Mi bebé está en casa! —exclamó Bulda abrazándose a mis piernas— ¿Cómo estáis? ¿Te trata bien, Anna? Si no se comporta, habla conmigo, cariño.
—Oh, no. Es estupendo, como siempre.
Sentí una punzada en el pecho al escuchar cómo Anna me seguía elogiando después de haberle fallado como sentía que lo había hecho.
—Parece que por aquí estáis igual de bien que siempre...
—¿Qué os trae por aquí, hijos? —preguntó Gran Pabbie apareciendo como de la nada—. Siento que traéis noticias.
—Pues... lo cierto es que tenemos un par de cosillas que hablar con vosotros y, para variar, necesitamos tu ayuda, Pabbie —dijo Anna, como de costumbre, más suelta con mi familia que yo mismo.
—Sentaos y charlemos con calma.
Ambos seguimos a una tropa de trolls presididos por Gran Pabbie hasta un claro con un tronco tumbado que parecieron creer que nos resultaría más cómodo que sentarnos en el suelo. Allí nos acomodamos como pudimos y los trolls se sentaron a nuestro alrededor. Bulda a mi lado, Gran Pabbie al frente, los pequeños en el tronco con nosotros y Sven tumbado tras nosotros disfrutando de las carantoñas de Cliff.
—Gran Pabbie... —era difícil comenzar—. Anna y yo hemos estado en el Ahtohallan y hemos descubierto que Sven es una especia de espíritu del bosque o algo así.
—¿Eso era de lo que queríais hablar?
—También.
—Está bien, empecemos por donde queráis. Continúa.
—¿Con qué? Esperaba algún tipo de reacción, la verdad. Un 'qué interesante' o un 'ya lo sabía' o qué sé yo.
—La verdad, Kristoff. Yo lo sabía, todos lo sabíamos y, honestamente, creía que tú lo sabías también.
—¿Por qué debería?
—Porque cuando llegaste a nuestra familia, ya venía contigo.
—Yo... yo no recuerdo cuándo le conocí. A ver, ahora sí porque lo he visto, pero no guardo el recuerdo de niño. Por lo visto me caí de un árbol y perdí la memoria.
—¿Algo doloroso que borrar?
—Bastante.
Anna apretó mi mano firmemente hasta que Bulda se lanzó a mis brazos.
—Mi pequeño, has conocido a tu familia, ¿verdad?
—Sí ma. Mi madre humana —maticé para no herir los sentimientos de mi otra madre— fue quien más o menos invocó a Sven.
—Una mujer de espíritu puro, entonces —contestó ella con una triste sonrisa.
—Ambos debieron serlo.
Todos parecieron entender por qué hablaba en pasado y se hizo un silencio de pesar que me arropó sorprendentemente.
—Gran Pabbie —dije rompiendo el silencio con mi inquietud—, ¿qué será de Sven cuando yo no esté? Si es un espíritu, ¿vivirá para siempre? ¿Se quedará solo?
—Kristoff, hijo. Sven ha nacido para compartir su vida contigo, para arroparte y protegerte; a ti y a tus deseos más puros. Cuando tú dejes este mundo, el continuará viviendo en él hasta ver cumplida su misión, es decir que, probablemente, guardará también a vuestros hijos. —Hice una mueca de culpa sabiendo que ese momento nunca llegaría—. En el momento en que no haya ninguna razón para permanecer aquí, irá a tu encuentro de nuevo, no lo dudes. Su vínculo contigo es mucho más poderoso que el que le une al bosque.
Sentí un profundo alivio al saber que mi amigo estaría siempre conmigo y que no iba a vagar en soledad durante una eternidad. Al menos algo salía bien.
—Gracias, Pabbie. Ahora me siento mejor. Sin embargo, la razón principal por la que hemos venido no es esa. De hecho, hemos descubierto más sobre mi familia de lo que esperábamos.
—Ahá... —dijo Pabbie asintiendo con un atisbo de sonrisa que me desconcertó totalmente.
—Hemos... hemos descubierto que Anna y yo somos... —aquí viene—, primos.
Mi cara se tornó algo oscura a la par que la de Pabbie perdía la sonrisa para reflejar absoluta sorpresa.
—Oh, qué interesante —dijo entonces el anciano troll con una tono que parecía mezclar la sinceridad y la mofa.
—¿Ahora sí? —contestó Anna ante la reacción de Gran Pabbie.
—¿Y qué, cariño? —dijo Bulda sujetándonos la cara a ambos con sus ásperas y porosas manos—. ¿Dónde está el problema? Nosotros somos todos familia. Eso nada tiene que ver con el amor.
—Ma... no es tan fácil. Anna y yo nos queremos, y no nos vamos a separar —de reojo, pude intuir la sonrisa de Anna—, pero los humanos no somos como los trolls. Si tenemos hijos entre familiares cercanos, es muy probable que nazcan enfermos o... bueno, o peor.
—Hm... —Para mi sorpresa, esta vez era Gran Pabbie el que parecía desconcertado— Y, ¿qué es lo que queréis de mí, hijos?
—Gran Pabbie —dijo Anna acercándose a él y tomando su mano—, si está en tu poder, quiero que me ayudes a no poder engendrar.
Los ojos de los trolls se abrieron de par en par y Bulda me miró como esperando que le dijese que estaba bromeando, con una mezcla de pena y temor en la mirada, pero, por una vez en su vida, no dijo una palabra.
—Anna, Kristoff... eso que me pedís es imposible.
—¿No sabes cómo hacerlo, Pabbie?
—Oh, sí, claro que sé cómo hacerlo. No es nada complicado. Pero es tarde para ello.
—¿Por qué? —preguntó Anna— ¿Es que hay una edad tope o algo así?
—No, Anna, no es por eso. Es porque ya hay una vida creciendo dentro de ti.
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Las cosas que importan
RomantizmAnna y Kristoff viajan al Ahtohallan en busca de respuestas, pero encontrarán respuestas que no esperaban. Descarga de responsabilidad: no poseo nada más que mi propia vida.