Capítulo 10

142 7 0
                                    

Silencio. Los dos nos miramos en silencio, con los ojos abiertos de par en par, sin acabar de procesar lo que estaba pasando.

—No puede ser Gran Pabbie, nosotros... oh, aquella vez...

—Anna... —No salía otra palabra de mi boca.

—¿Kristoff?

—¿Somos padres?

Gran Pabbie asintió y Anna se llevó las manos a la tripa. La vi mirando hacia su ombligo. Aquellas curvas que me conocía tan bien, aquella cálida y suave piel ahora protegía a nuestro hijo. ¡A nuestro hijo! La abracé desbordado sin poder pensar con claridad, besé su frente, me miró, besé su nariz, besé sus labios y compartimos una sonrisa de felicidad.

—Kristoff, ¡somos padres!

—¡Sí que lo somos!

Los trolls comenzaron a armar un gran alboroto de celebración mientras nosotros permanecíamos encontrándonos en la mirada del otro. Entonces, según la sangre empezó a regar nuestros cerebros apropiadamente, nuestros ojos volvieron a abrirse más de la cuenta, esta vez bañados en espanto.

—Oh, Dios, oh, Dios, oh Dios, oh Dios... ¡Kristoff! ¡Somos padres!

El anterior tono de gozo de Anna había sido sustituido por una mezcla de miedo y frustración.

—¡Gran Pabbie! Sé que... sé que pedimos mucho, pero, por favor, ¿hay algo que puedas hacer para que la criatura esté sana?

A Anna pareció gustarle mi idea y su unió a mi plegaria.

—Por favor, Gran Pabbie, haré lo que sea.

El viejo troll se acercó a Anna, le apoyó la palma de la mano suavemente sobre la tripa y ésta comenzó a emitir un brillo color verde musgo.

—No será necesario que haga nada —dijo suspirando aliviado—, el bebé está perfectamente sano.

—¡¿De verdad?! —exclamé casi saltando sobre ellos entre incrédulo y entusiasmado.

—Sí, hijo. Vuestro bebé está perfectamente. No hay nada que temer.

Sin darme tiempo a reaccionar, Anna se lanzó a mis brazos y rompió a llorar, y gritó y rió, y sólo cuando volvió a ella algo de calma y enjugó mis lágrimas con sus finos y largos dedos, me di cuenta de que ella no había sido la única en hacer todo eso.

Sonreí ante sus caricias, la solté delicadamente y me arrodillé ante ella. Entonces, apoyé mi frente sobre su vientre e hice silencio durante unos instantes, como intentando conectar con aquella personita de ahí dentro.

—Te quiero.

No fue más que un susurro escapando de mis labios, pero supe que tanto Anna como nuestro bebé podían sentir que iba dirigido a los dos.

—Te queremos, papi.

Compartimos una nueva, dulce y esperanzada sonrisa, me levanté y nos abrazamos de nuevo.

—Parece que vamos a tener que adelantar la boda —comentó Anna suponiendo que sería recomendable evitar los posibles comentarios que acompañarían a un embarazo real fuera del matrimonio.

—Perdona, querida, ¿qué has dicho? —dijo Bulda rompiendo nuestro abrazo para meterse por medio.

—Pues que deberíamos...

—¡No me lo repitas! ¡¿No estáis casados?!

—Ma, ¿no te parece que si estuviese casado habríais tenido alguna noticia al respecto?

—¿Cómo te quedas tan pancho, jovencito? ¿Padre sin estar casado? ¿Es que no te he enseñado nada en todo este tiempo? ¡Los trolls no hacemos las cosas así!

—Yo no soy un troll, ma...

—Así que, ¿ahora reniegas de tu familia?

—¿Qué? ¡No! ¡No tergiverses mis palabras!

—Bulda... —intervino diplomáticamente Anna—, ¿estaría bien si nos casáis ahora?

—¡¿Qué?! —un nudo inesperado se ancló en mi garganta sacando uno de mis peculiares gallitos.

—Esta muchacha sí que sabe cómo hacer las cosas.

—Anna, no tienes por qué. No les hagas caso. Haz las cosas a tu ritmo, de todos modos, este matrimonio nunca tendría validez en Arendelle.

—Pero lo tendría para tu familia. Y, la verdad —Anna comenzó a titubear y un sutil rubor comenzó a opacar sus características pecas—, me haría... ilusión continuar con aquella boda que... bueno, ya sabes, no era el momento, pero te vi con toda esa parafernalia y esa sonrisa y... siempre me he preguntado cómo habría sido seguir adelante y... tú... ¿quieres?

No sé cuánta felicidad es normal rebosar cuando te dicen que llevan años soñando con cumplir exactamente lo mismo que tú llevabas soñando desde exactamente el mismo momento, pero creo que aquel día superé el cupo.

—¡Dios! ¡¿Que si quiero?!

Me retiré el flequillo hacia atrás en una lucha interna por organizar mis emociones y procurar que lo que saliese de mi boca fuesen palabras con significado y no sólo gruñidos y balbuceos sin sentido.

—Sé mi esposa, Anna, ¡aquí y ahora!

Anna se abalanzó sobre mí dispuesta a tumbarme de un abrazo, pero ni siquiera llegó a rozarme, pues un enjambre de trolls en efervescencia la interceptó de camino y se nos llevó a cada uno a un lado del claro para prepararnos para la ceremonia.

Las cosas que importanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora