Capítulo 3

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—Ha sido un detalle por parte de Elsa el llenarlo todo de puentes antes de llegar nosotros. No creo que hubiésemos logrado llegar hasta aquí sin su ayuda.

—Sí... aunque quizás podía haber tapado los fosos infinitos que hay justo debajo de ellos. ¿Seguro que hay que volver a pasar por ahí para salir? En realidad no le gusto, ¿verdad? Esto es un castigo por llevarme a su querida hermana.

—Sabes que te adora. Sobretodo después de un buen baño.

—Ya... Pues espero que no se asegure de que me dé un baño hoy. El Mar Oscuro no encaja con mi idea de un agradable y reparador baño. Yo soy más de fuentes termales y eso.

—¿Dando rodeos para no empezar?

—Es posible...

Anna acarició mi mejilla congelándola más si era posible y encontré en su tacto el ánimo para hablarle al glaciar.

—Hola señor o señora glaciar, ehm... Ahtohallan —Pude escuchar la risilla de Anna un pasito tras de mí—. No sé cómo funciona esto y me siento bastante ridículo, por lo que le agradecería que me mostrase el origen de mi longevo amigo Sven antes de que me arrepienta de venir hasta aquí.

Sentía tanta vergüenza hablándole a un pedazo de hielo que estaba empezando a dejar de sentir el frío y, el tono rosado de mis orejas, estaba dejando de deberse a la precongelación. No deja de ser curioso que eso me diese tanta vergüenza y que hablar por un reno fuese de lo más natural para mí.

Ambos miramos en todas direcciones buscando signos de respuesta, pero nada parecía ir a ocurrir.

—No creo que lo haya hecho bien.

—Elsa cantó.

—No esperas que me ponga a cantarle al glaciar, ¿verdad?

—Sólo era una idea.

—Igual sólo Elsa puede hacerlo. Igual es algún tipo de conexión mágica o...

Antes de acabar la frase, un remolino de luces de colores recorrió todas las paredes de la cueva hasta formar una imagen en movimiento justo ante mis narices. En ella, una mujer de castaños cabellos laboriosamente trenzados y unos ojos tan castaños como su melena, emergió agonizante de las gélidas aguas de una fractura en un lago helado y se aferró como pudo al borde. Miró con desesperanza a su hijo que esperaba en la linde del bosque jugando a trepar por los árboles e imploró: "Te lo ruego, mi amado bosque, tú que le has visto crecer, cuídale ahora que yo no voy a poder hacerlo." Después, sucumbió al frío y su cuerpo inerte se deslizó hacia las profundidades del lago.

A ninguno de los dos nos quedó ninguna duda de quién era aquel niño de cabello rubio que seguía jugando ajeno a todo. El corazón se me encogió y Anna debió notarlo, pues, aun con sus propias lágrimas en los ojos, se puso de puntillas para abarcar mi cabeza con sus brazos y refugiarme en su pecho.

—Está bien, Anna. Puedo seguir.

Aflojó levemente el achuchón y yo alcé la mirada para saber qué tenía planeado mostrarme el glaciar.

La magia no se hizo esperar, y las imágenes continuaron mostrándome los juegos inconscientes y peligrosos del pequeño Kristoff que, como parecía estar escrito en su forma de moverse, cayó de cabeza de una rama sobre una piedra y se quedó seco en el sitio.

—Ou... Eso debe doler.

—¡Tus recuerdos! ¡¡Así desaparecieron tus recuerdos!!

—Y así empecé a endurecer el cráneo...

En ese instante, las hojas de los árboles comenzaron a vibrar y una cálida luz se posó justo a su lado para ir desapareciendo poco a poco dejando en su lugar a un recién nacido Sven que le arrimaba el hocico con preocupación a la cabeza herida del chavalín, vamos, de la mía. Después de eso, la imagen desapareció de las paredes del glaciar dejándolo exactamente como estaba cuando llegamos.

—El bosque la escuchó...

—¡Dios mío, Kristoff! ¡Sven es un espíritu del bosque! ¡Es tu protector!

Oía sus palabras, recordaba las imágenes y todo parecía encajar, pero, de algún modo, era difícil de creer.

—Sven... ¿nació para estar conmigo?

—¡Eso es!

Anna parecía entusiasmada, pero yo sólo podía sentir un nudo creciendo en mi interior.

—Y, entonces, ¿qué pasará con él cuando yo no esté?

—Hmmm... No tengo ni idea, pero quizás Gran Pabbie pueda decirnos algo al respecto.

—Él lo sabía, ¿verdad?

—Es posible. Quiero decir, tiene magia y parece estar conectado al bosque de algún modo, sería muy raro que no se hubiese dado cuenta, ¿no?

—Supongo...

—¿Enfadado?

—No lo sé.

—¿Crees que fue el propio bosque el que te hizo caer para evitarte el trauma?

Sven dependía de mí. ¿O yo de él? Al menos, suponía que no se iría pronto. Y, aquella mujer, ¿era mi madre? Aparentaba unos cuarenta y pico años. ¿Qué rayos estaba haciendo aquella mujer en un lago helado? ¿Por qué había acabado ahí? No había llegado a ver mucho de su ropa, pero no parecía especialmente preparada para el hielo, no aparentaba trabajar en él. Además, parecía fuerte, pero no robusta, y... y estaba sola. No estuve con ella cuando me necesitó. ¿Y mi padre? ¿Quién era? ¿Por qué no estaba allí con ella?

Enfrascado en aquel revoltijo de ideas y emociones, no fui capaz de contestar a Anna, sólo pude dejar caer una lágrima que acabó impactando contra el suelo del glaciar que, como leyendo en ella todas mis preguntas, comenzó a brillar de nuevo y mostró una nueva imagen.

¿De verdad? ¿Más? ¿Podría con más?

Las cosas que importanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora