Capítulo VIII

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Mientras andaba por los desiertos pasillos, miraba por las ventanas, ya era completamente de noche, estaba todo tan tranquilo... se sentía insignificante, ínfimo, no era nadie, sólo una persona como otra cualquiera que había engañado a su pareja para su felicidad y bienestar propio.

Fue al baño a lavarse un poco la cara y se dio cuenta de que las lágrimas le afloraban los ojos.

— TaeHyung...— gimió— ¿Pero qué te he hecho, TaeHyung?

Se limpió las lágrimas saladas con agua y se secó la cara. Él jamás había sido penetrado por nadie, ni por su ex, ni por TaeHyung, era algo que TaeHyung quería hacer, lo sabía, pero siempre había alegado no sentirse preparado. TaeHyung nunca tuvo problemas ante esto, le dio su tiempo y espacio y, sin embargo, con Nate... volvió a llorar y tosió. No sabía qué se le había pasado por la cabeza como para acabar así. No hacía más que pensar en TaeHyung, debía decírselo. No podía con la culpa. Le perdería, lo sabía, pero no podía continuar engañándole de esa forma. TaeHyung merecía algo mejor.

Volvió a lavarse la cara y, al irse, se dio cuenta de que su camisa estaba rota en el lado izquierdo. Suspiró. Aquella camisa se la había regalado TaeHyung cuando habían cumplido un año, se la había comprado en Seúl y, hasta donde tenía entendido, no había sido barata...

Miserable... esa era la palabra... se sentía miserable.

Llegó hasta la puerta de su dormitorio, el mismo que compartía con TaeHyung, se imaginó que éste le estaría esperando despierto, con una sonrisa. No podía engañarle más. Así le perdiera tendría que decirle todo lo que había pasado. Sin embargo, cuando abrió la puerta, vio al chico profundamente dormido, de cara a la pared, en su cama, aquella que ellos usaban como segundo armario. Al parecer la había vaciado y se había acostado. ¿Qué había ocurrido?

Se desnudó y se duchó. Se acostó y observó la estrecha figura de TaeHyung pensando que el chico estaría dormido. Sin embargo, TaeHyung no estaba dormido, el chico no había podido dormir. Llevaba demasiados días mal, desde que se enteró que JungKook tenía una aventura. Aún así, albergó una esperanza, quiso luchar por su relación hasta el final, darle una oportunidad nada merecida y hoy, por fin, se había terminado de derrumbar cuando su novio había salido de la habitación para encontrarse con el chico con quien le engañaba. Había contado los segundos, los minutos, las horas. JungKook había llegado demasiado tarde. Había tardado demasiado como para hacer sólo unas preguntas de Literatura...

Chuck, por su parte, llegó poco después de que JungKook se fuera. De hecho, cuando llegó, Nate seguía en la ducha.

— Ya estás aquí...

— Yo también me alegro de verte— dijo Chuck, dolido por la reacción de su novio.

— Lo siento es que... estoy cansado.

El chico le dio la espalda para coger su ropa y Chuck se fijó en la marca de uñas que Nate tenía en la espalda. Él nunca había marcado a su novio, sin querer o queriendo, nunca le había marcado.

— ¿A qué hora se ha ido JungKook?— preguntó Chuck, como si nada.

— Hace poco— respondió Nate, sin darle importancia.

— Creía que sólo os faltaban unas preguntas— dijo Chuck.

— Ya...

— Y si él vino a las nueve... son las doce y media. ¿Me puedes explicar qué habéis hecho tres horas y media aquí metidos? Quizás en esa explicación me resuelvas el porqué de esos arañazos en tu espalda porque míos no son.

Nate le miró y se derrumbó en su cama.

— ¿Os habéis acostado?— preguntó Chuck sin piedad y Nate asintió— ¿Cuántas veces?

Doble TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora