IV

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Ya había pasado casi un mes desde la ultima vez que hablé con Manjiro, no lo había vuelto a ver en aquel parque y tampoco en los alrededores, nadie rumoreaba sobre el ni comentaban sobre lo fuerte que era, parecía haber desaparecido luego de esa noche.

En cuanto a mi, mis días transcurrían con normalidad, había ido a un par de fiestas y ya había consolado a Hanae luego de que otro tonto la dejara. También había comenzado a asistir más a clases, mamá se veía feliz con eso y a mi me gustaba verla sonreír, y me gustaba el udon de verduras.

Eran las 6:20 de la tarde y ahora me encontraba sentada sobre la cama de Hanae, ella estaba viendo su celular mientras se mordía la uña del pulgar y yo solo la observaba, Jo la había dejado hace unos días y había encontrado una chica nueva, una foto de él y ella en redes sociales había puesto a mi mejor amiga en este estado.

—Ya dame el celular —dije quitándoselo de las manos, ella me miro haciendo un puchero y dejó caer su cabeza sobre sus rodillas sin decir nada, la mire por unos segundos con algo de lástima aunque sabía que en unos días ya iba a estar bien. Apoye mi cabeza sobre la suya y le di palmaditas en la espalda —No te merecía.

Luego de eso vimos películas de comedia y comimos chocolate hasta que oscureció, una que otra vez ella lloraba con alguna escena que le hacía recordar al idiota de su ex, aunque esta no tuviera ni un mínimo de sentimiento romántico o triste.

Me despedí de ella afuera de su casa y coloqué mis audífonos en mis oídos para caminar hasta la estación de trenes que quedaba a unas cuadras de ahí, la casa de Hanae quedaba algo lejos de la mía pero hacia el esfuerzo de venir hasta acá para consolarla.

Llevaba un par de cuadras caminadas cuando comenzó a llover, no traía paraguas porque no tenía idea de que llovería a pesar de haber visto el clima esta mañana, ese era el lado malo del otoño, ser impredecible. Comencé a caminar más rápido y sentía como las gotas de agua bajaban por mi cara, y como los charcos de agua mojaban mis piernas cada vez que daba un paso. Estaba solo a una cuadra de la estación y la luz blanca del subterráneo a lo lejos me daba algo de tranquilidad.

En cuanto llegué bajo el techo de la estación di un suspiro de alivio, pocas veces corría y menos aún bajo la lluvia en pleno centro de la ciudad. Me senté en la banca frente a los rieles para esperar el tren, eran casi las once de la noche por lo que no había mucha gente en el lugar, así que solo me relaje sin preocuparme por tener que guerrear por alcanzar un asiento en el vagón. Saque mi celular del bolsillo para revisarlo, 6 llamadas perdidas de mamá y un mensaje de texto.

"El esta aquí".

Tres palabras bastaron para hacer que mi corazón latiera de forma descontrolada, mis manos comenzaron a sudar y parecía faltarme el aire, todo comenzó a verse borroso y solo podía ver las luces de la estación brillar, intenté ver el celular una segunda vez y ahí estaba de nuevo, el mensaje que por años había odiado tanto.

—¿Estas bien? —aquellas palabras me sacaron de golpe del trance en el que estaba, levanté la cabeza para ver de donde venían y frente a mi encontré a un chico rubio de ojos verdes, y tras el, parado de manos en los bolsillos y mirándome con seriedad, uno más alto de cabello negro y largo —¿Necesitas ayuda?.

Pensé un momento mi respuesta, definitivamente no volvería a casa esta noche y a casa de Hanae no podía volver, si bien yo era su confidente, ella no lo era para mi, nunca me gustó hablar de mis problemas con la gente, y no es que sea desconfiada, es que no me gustaba preocupar a los demás.

Miré en dirección al riel y vi el tren que se dirigía a mi casa alejarse, ya no había vuelta atrás, ese era el último que pasaba debido a la hora, volví mi vista hacia ambos chicos y respondí con el único pensamiento coherente que vino a mi cabeza.

Madrugada de otoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora