III

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El aire frío de la noche golpeaba mi rostro mientras Manjiro aceleraba cada vez más a través de la avenida, su cabello rubio volaba con el viento rozando mis mejillas y tenía un olor demasiado dulce, como el de un bebé o algo similar, yo solo miraba su espalda y los hilos dorados que brillaban cada vez que pasábamos debajo de un farol, nada parecía real, las calles vacías, el sonido del motor retumbando en los edificios, y el simple hecho de estar aferrada a la chaqueta del líder de la ToMan para no caer.

Pasamos por debajo de un túnel, luego a través de un puente y finalmente nos detuvimos a la orilla de un río que había en la ciudad. Baje de la moto y pasé la mano por mi cabello que estaba hecho un desastre con el viento, levanté la mirada para verlo y el continuaba sobre la moto, mirando la pantalla de su celular, nuevamente con esa expresión triste en su rostro, como la primera vez que nos vimos.

Decidí no preguntar nada, ni siquiera hacer un comentario al respecto, era difícil leer a Manjiro y lograr entender lo que estaba pensando, solo me quede viéndolo unos segundos sin que el se percatara. Me di la vuelta para ver el rio, nunca había estado tan lejos de casa a estas horas, pero el agua se veía realmente preciosa con la luna reflejada en ella.

—Me gusta este lugar —comentó el y bajó de la moto para ponerse de pie a mi lado, puso sus manos dentro de los bolsillos de su pantalón e hizo una pausa —A veces vengo aquí a dormir siestas, o a comer.
—¿Por qué me lo muestras mi? —respondí aun con la vista en el agua cristalina.
—No lo se, me agrada la gente que no conozco, porque tampoco me conocen a mi.
—Pero si empiezas a contarme esas cosas terminaré por conocerte.
—Mmh... —puso su mano derecha debajo de su barbilla simulando estar pensando y luego sonrió —Entonces no dire nada mas, ya no sería divertido si nos conocemos.

¡Tonta!, pensé en mi cabeza, había arruinado la única entrada que tenía hacía él diciendo cosas impulsivas. Pero bueno, después de todo, que me hacía pensar que el podría confiarme sus más íntimos secretos. Y con ese pensamiento en mente un suspiro de rendición salió de mis labios.

—Pero sabes, Naomi —continuó—Lo divertido de estar con gente desconocida es que puedes ser tú mismo sin temor a que te juzguen, después de todo solo somos desconocidos ¿no?

Instantáneamente me giré a verlo, el siguió mirando hacia el frente como si no notara que yo estaba ahí con mis ojos puestos en el lado izquierdo de su cara, intentando descifrar sus pensamientos, sus intenciones y sus palabras pero sin resultado alguno, pues su cara no coincidía con sus palabras ni con sus acciones.

—¿Quien eres? —dije en otro impulso, creo que uno de mis mayores defectos es decir exactamente lo que pienso en el momento, a veces funciona para bien y otras para mal, en este momento no estaba segura.
—¿Eh? —esta vez si me miró e hizo una mueca con su boca, acto seguido se largo a reír.
—¿De que te ríes?
—Tú cara es graciosa.
—Tú cara es más graciosa —si, ese fue mi intento de defenderme ante un delincuente, pensé en lo que había dicho y sentí el calor irse a mis mejillas, me crucé de brazos y mire hacia otro lado para evitar que me viera.

Hubo un silencio entre los dos, pero raramente este no se sintió incómodo sino más bien pleno, quizás el tenía razón y sea agradable estar con personas desconocidas, no esperas nada de ellos y ellos no esperan nada de ti a fin de cuentas, no hay necesidad de fingir.

Intenté mirarlo de reojo a través de mi cabello y pude ver que tenía el celular en las manos, solo observándolo, perecía que alguien le escribía pero en ningún momento lo vi a él contestar. Tenía la misma mirada triste de antes y me parecía interesante como solo sus ojos podían decir tanto, y como parecía estar tan solo a pesar de tener a tanta gente, porque nadie que se sienta acompañado busca a un extraño para pasear de noche, y nadie que se sienta acompañado habla de la vida como el lo hace.

Y así sin pensarlo dos veces, en el tercer impulso de esta noche, me abalancé hacia el para abrazarlo, el celular cayó al pasto y mis manos se hundieron en su cabello, el no racionó de ninguna forma, ni siquiera se movió o me devolvió el abrazo, pero sentía que debía hacerlo incluso si no servía de nada.

—Quiero conocerte —pronuncié en un tono bajo, casi inaudible.
—Te llevaré a casa.

Y esas fueron sus últimas palabras durante el resto de la noche.

Al dejarme en casa ni siquiera volteo a verme, ninguna palabra salió de su boca y yo tampoco me moleste en decir alguna, puede que la haya cagado esta noche pero aún seguíamos siendo desconocidos y no debía importarme más de la cuenta.

O eso creía.

O eso creía

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Madrugada de otoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora