VIII

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Me encontraba de pie frente a la puerta de mi casa, aún era temprano así que debían estar despiertos, lo que me ponía aún más nerviosa. Manjiro estaba detrás de mi sobre su motocicleta, el motor estaba encendido pero el aún seguía ahí, esperando que me armara de valor y entrara de una vez por todas.

—Eres una gallina —río y yo volteé a verlo
—¿Me estás jodiendo?
—¡Coo-Coo! —puso sus brazos en forma de alas e imitó el sonido de una gallina —Soy Naomi y soy una gallina.
—¿Me estás dando ánimos o te estas burlando de mi?
—Ambas cosas —apoyó sus brazos sobre el manubrio y luego su cabeza simulando estar dormido —No me iré hasta que entres.

Fruncí el ceño y volteé en dirección a la puerta en seco, caminé hasta ella y puse mi mano sobre la manilla para darle una ultima mirada a Manjiro, el asintió con la cabeza como alentándome y levantó su pulgar.

—Nos vemos —me dio una sonrisa de lado e hizo un gesto con la mano para despedirse.

Lo observé irse por la calle, ahora estaba sola y no tenía más opción que entrar.

"Vamos, Nao. ¿Cuando te convertiste en una cobarde sentimental?"

Pensé mientras miraba mi mano en la manilla de la puerta, temblando, inmóvil y sudorosa.

Sentí abrir la puerta del otro lado y mi mano resbaló, levanté la mirada y mamá estaba frente a mi con los ojos llenos de lagrimas, tomó mis hombros y me estrechó entre sus brazos, sentía su corazón latir en mi oído y de nuevo me inundaron las ganas de llorar, sin embargo no lo hice.

—¿Estas bien, Nao? —me separó de ella y me miró de pies a cabeza sonriendo.
—Estoy bien —dije fingiendo una sonrisa.

Ella quedó en silencio por un momento y su rostro se volvió triste, tomó mis manos y puso un mechón de cabello detrás de su oreja.

—El está en la sala —mamá bajo la vista y miró mis manos.
—Hey —levanté su cara  y sequé las lagrimas de sus ojos —Sabes que no te culpo.

Pasé delante de ella y caminé hacia la escalera para subir a mi cuarto, solo quería que él no me notara o que simplemente no dijera nada, pero mis hermanos se acercaron a mi para abrazarme impidiendo mi escape, y él lo notó.

—¡Naomi! —gritaron los pequeños al unísono abrazando mis piernas.

Sonreí y acaricié sus cabezas, la verdad si los había extrañado un poco pero en este momento necesitaba que me soltaran.

—¡Nao!

Levanté la mirada y ahí estaba el, parado frente a mi con esa sonrisa, falsa e hipócrita sonrisa que me daba cada vez que volvía para jugar a la casita de muñecas con nosotros.

—No me llames así —respondí.
—¿Que pasa, hija mía? —se acercó a mi fingiendo una voz preocupada, pasó su brazo al rededor de mi cuello y sonrió.

En ese momento estuve a punto de golpearle la cara para quitármelo de encima, luego vi a mamá tan feliz en la sala doblando sus feas camisas y no pude hacer más que apretar los puños dentro de los bolsillos de mi chaqueta.

Este era el hombre que tomó a mi madre cuando sólo era una niña, el siendo 13 años mayor, la manipuló hasta el punto en que ella creyó profundamente que era amor y le quitó su inocencia para después abandonarla conmigo en su vientre.

Desde entonces vuelve a casa y se va cuando le da la gana, y ahí está mamá, esperándolo con los brazos abiertos y una sonrisa en su rostro. Al principio sentía rabia y la detestaba por ello, pero con el paso del tiempo comprendí que ella dependía emocionalmente de ese monstruo, y tanta era su manipulación que mamá se convertía en un zombie si se trataba de el.

Madrugada de otoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora