Capítulo 23

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La fiesta en el yate había conglomerado un montón de personas del bajo mundo y nuevas que estaban ahí por una invitación. El sonido de la música resonaba por todo el espacio opacando el resto de los navíos. Estaban justo a la hora de que el barco zarpe a altamar hasta el regreso por la noche. Los chicos subieron al enorme yate, nadie parecía reconocerlos ni habían visto a sus conocidos ahí. No se habían detenido a comer si quiera y sus estómagos protestaban por algún bocadillo.

— La mesa de la comida esta, parece que nadie le presta atención — señaló Raiza a la mesa — Aprovechemos que todos están concentrados en bailar o desnudar a alguien. Vamos

La castaña jaló a la otra a la mesa de comida seguidos con el otro par quien desde su llegada cautivo a una parte de los invitados. Eran poco de los hombres que dejaban sin aliento ante tanta seductora apariencia. El cuarteto de rusos transmitía con su aura poder y soberanía que tenían sobre todos los invitados. Era como si una capa los envolviera y no dejará que nadie se acerque a ellos. La seguridad con la que caminaban, esa mirada poderosa y la sonrisa arrogante, todo era un conjunto muy atrayente. Sin embargo, el hambre les ganaba más y no estaban ahora pensando en impresionar a nadie. Se sirvieron algo de comer y fueron a la parte más lejana para disfrutar un poco de la comida. El anunció de que el yate comenzaba su travesía a mar adentro emocionó a los invitados. El pequeño grupo siguió con lo suyo, habían venido para una cosa, pero no serían tan malos para echarles a perder la fiesta a los demás.

— No sería bueno que disfrutemos de la tarde — propuso el rubio sonriente — Hemos estado ocupados con los negocios que no hemos tenido tiempo de diversión

— Por primera vez estoy de acuerdo con el peliteñido, nos merecemos un respiro de todos los problemas

— Oye, soy rubio natural para que te enteres, pero estoy feliz que estés de acuerdo con mi idea. Anda Scarlett que lo necesitas, lo sabes

El par la miró con una carita esperanzadora y unos ojos tan grandes como los de un cachorrito abandonado. Después miró a Buria, la voz de la razón, quien se encogió de hombros y asintió. Dejó escapara un suspiro y asintió de acuerdo, ese simple asentimiento les dio el permiso de fugar hacía la diversión dejando a los dos solos.

— ¿No se supone que era yo la estresada? — preguntó recibiendo un asentimiento — Entonces porque este par de pendejos huyeron nada más dije si

— Estamos rodeados de mentecatos — suspiro Buria — Iré por algo de comer, ¿Quiere que te traiga algo?

— Sí, quiero un par de pasteles y dulces — pidió

— Ya regreso — se levantó con un plato en la mano

— Gracias — sonrió — Y que forma tan elegante de insultarlos

Buria la miró y le guiño un ojo cómplice, tenía a un bobo por hermano, debía mejorar cada vez sus insultos para que no se diera cuenta cuando lo estaba ofendiendo. Scarlett se quedó sola mirando hacía el océano, ese lugar le daba una sensación de tranquilidad como ningún lugar le podía dar. Recostó su cabeza sobre el sillón, no era tan cómodo como los que tenía en su navío, pero por el momento se conformaba. El sonido de las olas, el sol reflejando sus cálidos rayos de ese cercano atardecer sedaba los angustiantes pensamientos. Su cuerpo se sentía tan a gusto que se fue relajando poco a poco que comenzaron a pesarle los parpados. Cerró los ojos un momento, se dijo solo un poco para seguir en ese calmante entorno que apaciguaba su ser. No se dio cuenta cuento durmió, el sonido de unas pisadas aproximándose le hiso despertar de golpe y estar en guardia. Miró a los lados, no había nadie, pero su sentido le decía que estuviera muy atenta.

Giró hacía el sol, ya se estaba ocultando poco a poco siendo tragado por la profundidad oscura del mar. Volvió a escuchar una leve pisada, si en efecto no se equivoca, alguien estaba tratando de acercarse. No era ninguno de los chicos, conocía la pisada de cada uno, y ya que ninguno había ido a verla supuso que se estarían divirtiendo. Otra vez el sonido de esas pisadas la alertaron, le tomó un tiempo reconocerlo. Sonrió negando, las pisadas de un hombre que conocía perfectamente, un hombre que no deseaba encontrárselo ahí. No era otro que Marcus.

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