"Encontrando a la princesa"

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Muchos años habían pasado desde la guerra por el trono; el antiguo emperador  había sido desposeído de su puesto por su hermano, el príncipe Kizashi.

Sin duda el nuevo emperador era muy diferente al antiguo, Kizashi era un hombre justo y benévolo, diestro para la batalla, las estrategias y el manejo de todo el reino. Se encargo de corregir los errores del gobierno de su hermano, y como primera orden imperial ordenó mandar a arrestar a todos los funcionarios corruptos que habían estado robando el dinero del pueblo con apoyo del antiguo gobernante y en su lugar colocó a personas más adecuadas para ese trabajo tan importante.

Así como funcionarios fueron revocados, familias enteras fueron apresadas, familias nobles que habían estado coludidas con el gobierno corrupto fueron rebajadas de su estatus y condenados a vivir en el olvido, un castigo sin duda muy difícil para un montón de personas que habían estado prácticamente nadando entre lujos y dinero mal habido.

De esa manera, con pequeños cambios bien aplicados, el gran imperio de los Haruno fue iluminándose hasta ser una imponente luz en medio de todos los reinos.

Como emperador debía cumplir con muchos deberes, cada uno más importante que el otro, lo que hacía que casi todo el día se encontrara en su gran oficina o en la sala del trono atendiendo los asuntos del pueblo y tratando de controlar algunas de las locas ideas de su consejo.

Un trabajo muy agotador sin duda.

-mi señor- un hombre alto de cabellos dorados y brillantes ojos zafiros entró apresuradamente a la elegante sala bien adornada.

El hombre detrás del elegante escritorio de madera fina alzó su mirada entregándole el papeleo que había estado llenando a su mayordomo.

Además, no sólo debía encargarse de los males que la gente de su hermano había provocado, también debía verificar asuntos de estado, alianzas, y muchas cosas más.

Quien quiera que haya dicho que ser emperador era fácil estaba loco.

-me da gusto verte Minato ¿qué te trae tan agitado, amigo mío?

El rubio canciller sonrió viendo el agobiado rostro de su viejo amigo, esperaba que las noticias que traía lograran acallarle por un momento el cansancio.

-su majestad, es necesario que revise las propuestas de consortes que envió el consejo- recordó el mayordomo real viendo el montón de documentos y expedientes que habían enviado esos ancianos.

El emperador gruñó, recordando lo insistentes que eran esos vejestorios, si no fuera porque esos viejos se habían mostrado neutrales en la guerra ya los hubiera mandado a todos a sus lujosos hogares para que dejaran de molestarlo.

-¿aún te niegas a tomar una esposa?- preguntó Minato.

-no me interesa casarme, no cuando la mujer que amo no está entre esos papeles- explicó Kizashi con la mirada ida- esos ancianos deberían dejar de molestarme, ya nombre varios príncipes.

-príncipes que no pertenecen a la dinastía Haruno.

Kizashi resopló tomando asiento en uno de los cómodos sofás de su oficina; desde un principio tomó medidas para que el consejo no lo molestara con eso del matrimonio y de paso ganarse el favor de las familias nobles que no habían sido destituidas, nombró a un príncipe de cada familia de la alta nobleza, haciendo la promesa de que, cuando el momento llegara y si no tenía algún heredero legítimo por su cuenta, nombraría a uno de esos príncipes como su sucesor.

Claro que muchos nobles saltaron de alegría ante ese anuncio tan espectacular, después de todo era una vía muy fácil para acceder a una conexión directa con la realeza.

Nuestra amada princesa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora