Ningún hombre es santo

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La locomotora va deteniendo su marcha, negra y brillante, abriéndose paso entre los últimos rastros de la noche hasta detenerse en la estación de Cuautla. Es el final de un viaje nocturno que ha llegado a su destino en las primeras horas del día, pero no por eso los vagones arrastrados por la poderosa máquina están menos concurridos que en los viajes a la luz del sol. Hombres, mujeres y niños de todas las edades descienden, casi todos con la pereza de aquel que acaba de despertarse. Entre la multitud destaca un hombre por su elevada estatura, tez clara, impecable vestimenta de charro y su lucidez. Se toma su tiempo para encenderse un grueso cigarro y luego caminar hacia los últimos vagones, donde guardan a los caballos. Un anciano aguarda ahí, atento a un par de muchachos que instalan la rampa por la que bajarán los animales transportados. El charro llega a su lado y exhala humo de tabaco relajadamente.

-Buenas noches, don Chema - dice.

El anciano le presta atención tranquilamente, pero tiene que mirar de arriba a abajo y entrecerrar los ojos para distinguirlo entre la oscuridad.

-¡Ah! - exclama al reconocerlo - ¿Qué pasó, mi Flaco? Hace rato que no lo veo por aquí.

-Pues ya ve, la chamba ¿Está empezando o va de salida?

-Ya este es mi último viaje, gracias a Dios, de aquí pa' la casa y a jetear hasta el lunes en la tarde.

-Sí, pues; bien merecido.

Los muchachos que han instalado la rampa, corren la pesada puerta que abre el vagón. De inmediato se escucha la reacción de los animales en su interior.

-¿Trajo el pardito de siempre? - pregunta el anciano.

-¿Pues cuál más?

-A ver, saquen al caballo café de crines negras primero, el que tiene unas manchitas blancas en la grupa - le ordena a los muchachos.

Los chicos, ataviados con sus camisas y pantalones de manta, ingresan al vagón, iluminados con una lámpara de aceite. Al cabo de unos segundos, uno se asoma trayendo de las riendas un caballo con la descripción otorgada.

-¿Es este, patrón?

-Ese mero - responde el charro.

Cuando los muchachos le entregan el animal, el charro por su parte les entrega una moneda a cada uno, con la que se persignan antes de meterlas a sus bolsitas de tela amarradas en la cintura.

-Gracias, patrón.

-Ándele, sigan descargando - les ordena don Chema, los chicos obedecen de inmediato.

-Bueno, don Chema, un gusto volver a verlo, a ver qué día nos echamos unos traguitos ¿no?

-Claro, mi Flaco, ya sabe que pa' eso estoy más que puesto.

-Ándele pues, me saluda a su señora.

-Uy, eso sí no se va a poder, me temo que mi 'ñora ya se nos fue.

-No me diga - exclama el charro.

-Ya hace dos meses, le dio la fiebre esa a la pobre, se jue bien rápido, pero dormidita, no sufrió casi nada.

-Pues mi más sentido pésame don Chema - el hombre coloca una mano en el hombro del anciano - ¿está uste' solo, entonces?

-No, ahí tengo a mi hija la más chica ayudándome en la casa.

-Ah, claro, la Isidra ¿verda'?

-Esa mera.

-¿Cuántos años ya tiene?

Esclavo de los principiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora