Bucéfalo

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El poderoso caballo se mueve sin cesar con lo que parece verdadera furia, levanta el polvo y arranca el poco pasto que queda en el corral con sus cascos. Nadie había logrado domarlo, a lo largo de los días desde su llegada había repartido generosamente patadas, empujones y hasta mordidas; incluso ya se había adjudicado una costilla rota. Si le dan unos días más, quizá cobre su primera vida.

-Es imposible - dice uno de los caballerangos de la hacienda Tenextepango - está loca, no hemos podido ni meterla a las caballerizas, se queda aquí en el corral.

-Que bárbaridad - dice don Nacho sin despegar los ojos de la yegua y su salvaje exhibición - ¿saben cuánto pagué por ella? Y me la dejan a merced de los animales.

-Creáme, don Nacho, ni siquiera una manada de leones podría contra ella - le responde el mismo caballerango.

Alrededor del corral se encuentran Ignacio, Emiliano y cinco caballerangos de diferentes edades, todos con evidencias de haber sido víctimas de la yegua. Pasándose nerviosamente los dedos por el bigote, Ignacio niega con la cabeza, preguntándose si no habrá sido víctima de un ranchero europeo que quería deshacerse de semejante animal incontrolable disfrazando su oferta con la etiqueta de ser "un especimen joven y especialmente vigoroso, listo para ser moldeado a su gusto". Era hermosa, eso sí, de pelaje blanquísimo y crin platinada que brillaban maravillosamente bajo los reflejos del sol y que ni sus agresivos movimientos lograban revolver, pues se mantenía lacia y sedosa. El hacendado da un hondo suspiro poniendo las manos en la cintura y dirigiendo su miriada a Emiliano.

-¿Qué opinas? ¿Crees poder?

Con una pequeña sonrisa de lado y una gruesa ceja levantada, Emiliano lo mira brevemente para luego regresar sus ojos a la yegua.

-Pues nunca había visto a un animal comportarse así por tanto tiempo.

-Cuando nos la entregaron en el puerto - se apresura a decir uno de los caballerangos, el más joven de todos que no debía tener más de 20 años - nos dijeron que la tripulación pensaba que era un toro por la manera en que su cajón se agitaba.

-Pobrecilla, ha de haberse estresado mucho - responde Emiliano - no la culpo por estar tan encabritada ¿qué raza es?

-Es cerreña - responde Ignacio, Emiliano lo mira sorprendido - pero de los cerros de Grecia, de Tesalia. Es mestiza, quizá alguna cruza persa.

Soltando una risilla, Emiliando se cruza de brazos y gira un poco hacia su dirección, Ignacio lo imita, quedando casi de frente a él.

-Pensé que usted sólo montaba pura sangre, don Nacho.

-Bueno, de vez en cuando me gusta intentar algo nuevo.

Complacido, Ignacio observa como Emiliano ríe silenciosamente y se muerde el labio inferior a la vez que desvía la mirada. A estas alturas, el hacendado ya se ha acostumbrado a la natural coquetería con la que Emiliano parece moverse por el mundo. Es por eso que no le sorprende que ya la mitad de su servicio femenino de la mansión estén enamoradas de él, y seguramente en este fin de semana pasará lo mismo con su ayuda de la hacienda. De repente, un fuerte ruido lo sorprende, la yegua acaba de lanzar una poderosa patada contra el corral, haciendo que todos retrocedan instintivamente. Es una verdadera sorpresa que no haya logrado romperlo.

-Pues no sé si logre intentar con esta - dice Emiliano - a menos que esté dispuesto a romperse algo.

-Sí, ya veo - responde Ignacio sin dejar de mirar a la yegua - parece que tenemos un Bucéfalo en nuestras manos... ¿sabes quién era Bucéfalo?

-El caballo de Alejandro Magno - responde Emiliano sin dudar.

No es posible para Ignacio disimular su sorpresa cuando vuelve a mirar a Emiliano, este le sonríe y le guiña un ojo antes de apartarse unos pasos, acercándose más al corral.

Esclavo de los principiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora