La lluvia cae a chorros, creando un sonido continuo en su choque contra las copas de los árboles, pero eso es de poco interés para Ignacio mientras siente su cuerpo siendo embestido una y otra vez por la pasión de Emiliano. Aferrándose al brazo que cruza sus hombros y rodea su cuello para presionar su pecho, y en la mano cuyos dedos se entierran en su cadera, siente como toda la longitud de su joven amante se entierra en lo profundo de su ser. Con las rodillas de ambos clavadas en el pasto, el aroma a humedad impregna sus sentidos mientras apoya la cabeza sobre el hombro Emiliano, extendiendo el cuello para darle más acceso a los labios, lengua y dientes que lo recorren. El torso moreno choca contra su blanca espalda con el mismo ímpetu que los muslos contra sus glúteos.
-Carajo... - murmura con el poco aire que su respiración le permite, en un esfuerzo por contener los gemidos que buscan escapar de su garganta.
El ritmo de Emiliano se acelera, volviéndolo todo incontenible.
-Emiliano... - susurra.
-Ignacio... - le susurra el otro al oído, al mismo tiempo que suelta el agarre en su cadera para tomar su miembro entre sus dedos.
Entonces Ignacio lleva su mano libre hacia atrás y atrapa los cabellos en la nuca de Emiliano, mientras ambos llegan junto al éxtasis. Al acabar la tensión de sus cuerpos, unen sus labios con los residuos de la pasión descargada mientras intentan normalizar sus respiraciones, empapados de sudor y lluvia.
-¿Así es como sueles hacerlo? ¿En el medio del monte? - pregunta Ignacio.
-Cuando se podía, casi siempre era detrás de una cantina - responde Emiliano, colocando un beso en su hombro.
-Encantador.
El aliento caliente de Emiliano al reír contra su piel hace a Ignacio erizarse. Tras algunos minutos más de besos y caricias, finalmente Ignacio se pone de pie.
-¿Lograste descargar tu frustración?- pregunta Ignacio.
-Y otras cosas - le responde Emiliano. Ignacio ríe negando con la cabeza.
La mirada y sonrisa que el joven morelense le dirige a Ignacio le parecen que pudieran detener el tiempo.
-Será mejor que regresemos, antes de que envíen a alguien en nuestra búsqueda - dice el hacendado, comenzando a vestirse y tratando de evitar quedar atrapado en el momento.
-¿Qué? ¿Van a pensar que me robé al patrón? - pregunta Emiliano mientras hace lo mismo.
-A lo mejor - le responde Ignacio, divertido.
-Porque soy un bandido.
-Porque eres el peor de los bandidos - dice Ignacio acercándose un poco más, Emiliano aprovecha para tomarlo de la cintura y volver a besarlo.
Por supuesto él le corresponde con el mismo ardor que le es entregado.
-Ya - dice Ignacio al separarse, aunque renuente - esto que hicimos fue muy peligroso.
-¿Ah sí? - pregunta Emiliano, sin soltarlo, con una mirada de embelesamiento que hace difícil a Ignacio poder contenerse para no regresar a sus labios.
-Sí, aquí todo el tiempo se hacen rondines, tenemos suerte que la lluvia los ha retrasado - dice mientras abotona la camisa de Emiliano - y que también podemos usarla de excusa para explicar nuestro estado tan desaliñado - aunque los ojos de Ignacio están centrados en su tarea con la camisa, puede sentir la mirada del otro hombre clavada en su rostro - así que esto no puede volver a suceder así ¿escuchaste?
-Lo dices como si fuera mi culpa - dice Emiliano con su gruesa voz baja.
-Porque lo fue - le responde Ignacio, regresando su ojos al moreno rostro.
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Esclavo de los principios
Ficción históricaHay un rumor entre la brumas de la historia de México que cuenta que el polémico yerno del presidente Porfirio Díaz, Ignacio de la Torre y Mier, mantuvo una relación con el futuro revolucionario Emiliano Zapata cuando éste trabajaba para él. Esta no...