2-✯APARIENCIAS✯

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Un baño de agua caliente seguido de una buena sesión de agua fría me refrescó muchísimo. Incluso hasta me sentía más descansada, así que planeaba esperar a que Elizabeth regresara del trabajo para hablar con ella antes de dormir un poco.

Acabé de secarme el cabello con la toalla, me lo peiné y me lo até en una coleta alta. El flequillo me había crecido a lo largo de los meses que no me lo había cortado, así que ahora podía atarlo también. Me sequé bien el cuerpo y me puse una camiseta sin mangas y unos pantalones cortos de jeans. No encontraba mis sandalias, de modo que no tuve más que ponerme mis Converse negras.

Cuando estaba terminando de ordenar mi maleta, oí el timbre de la puerta de entrada sonar. Dudé que fuera mi hermana, puesto que se suponía que ella tendría la llave de su propia casa.

Salí del cuarto y me dirigí hacia el pequeño hall, la cocina estaba a un lado, así que no me costó encontrarla.

—¡Katia! —exclamó mi hermana. Entonces sí era ella quien había llegado a casa. Crucé a grandes zancadas lo que nos quedaba de distancia y ella me abrazó—. ¡Katia, me alegro tanto que estés aquí! ¿Tuviste problemas con el vuelo?

—No, todo en orden. Solo tuve un percance cuando llegué a la casa —dije, desviando mi vista hacia Ryder, que estaba apoyado sobre el umbral de la puerta—. Pero ya está solucionado.

—Oye, solo cuidaba la casa —se quejó él—. No puedes dejar entrar a cualquiera cuando Jenifer está durmiendo. Mira si resultabas una roba bebés.

Fruncí el ceño. Elizabeth me abrazó más fuerte y luego de separarse de mí, me sonrió.

Nos dirigimos a la cocina.

—Lo que dijiste hoy, ¿lo decías por Jen? —pregunté algo atontada mientras lo seguíamos.

Ryder se giró y me lanzó una mirada penetrante que combinaba a la perfección con su sonrisa engreída. Eso había resultado bastante vergonzoso, porque estaba segura de que él sabía lo que yo había pensado.

El brillo de sus ojos se podía captar a varios metros. Él estaba ahora con su cadera apoyado en la mesada, tal vez recordando y riéndose de mí el muy bastardo.

—Sí. —Se encogió de hombros—. ¿Por qué iba a decirlo sino?

—No, por nada —respondí, y me senté a la mesa. Apoyé los codos sobre la madera y me llevé las manos a la cabeza para atusarme el cabello.

Elizabeth sacó unas tazas y unos saquitos de té.

—¿Quieres té?

—Claro, ya sacaste las tazas.

—¿Y tú, Ryder? —le preguntó, girándose hacia él.

—Seguro, cuñada. Una bebida caliente para un día caliente —bromeó y me miró de reojo. No sé de qué colores me puse en ese momento, pero por suerte nadie lo advirtió. O por lo menos nadie lo hizo hasta que me atraganté con mi maldita saliva.

—Bueno, entonces toma un vaso de leche —lo regañó mi hermana.

—Oye, solo era una broma. Claro que quiero un buen té. Después de que enciendas el aire acondicionado.

Elizabeth tomó un pequeño control blanco que estaba sobre la mesa y apretó una serie de botones que produjeron algunos pitidos, luego el aire comenzó a enfriarse. Qué linda sensación.

Miré a mi hermana por unos segundos. Se parecía muy poco a mí. Mientras que mi cabello era negro, el de ella era de un castaño claro. Mientras que mis ojos eran negros, los de ella eran verde esmeralda. Había sacado los rasgos de mi madre, mientras que a mí me habían tocado los de mi padre. Y ni siquiera nos asemejábamos en la estatura porque Elizabeth medía lo normal, cerca del metro sesenta, y yo casi un metro setenta.

Mi dulce destrucción [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora