13- Desde que te fuiste...

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Hace mucho que no escribo para ella. La última vez que le hablé mediante una carta, fue hace 2 años. Lo suficiente como para que pasaran cosas para poder redactarle, para poder imaginar que ella reciba esta pequeña redacción y pueda leerla a solas. Sonriendo por cada palabra de felicidad que escribo y llorando por aquellos párrafos que demuestran dolor.

Poder hacerla sentir mi frustración y sufrimiento, a través de letras, espacios y signos. Una redacción limpia, sin mentiras. Pura. Jamás sería capaz de mentirle a ella. Y es que todas las noches que lloré recordándola, no fueron en vano. Mi desahogo era contarle mi día, aunque sabía que no estaba, sentía que no debía olvidarla. Y no lo hice, pero tampoco olvidé la culpa que siento por su partida.

Y es que, si hubiese tenido más edad, quizás hubiese ayudado y su partida se hubiere postergado. Pero no. Tenía que ser una maldita niña de 6 años. ¿Por qué decidió la vida dejarme ser una niña? Sólo pedía unos años más, para poder hablar con ella. Para que ella me exprese todo lo que sentía, todo lo que sufría. Sin embargo, lo único que esta niña de 6 podía hacer, era ver como la vida de una de las personas más importantes de su infancia iba desapareciendo a cada minuto.

Me destrozaba verla acostada en su cama, no se movía casi nada y cada día, su tono de piel se volvía más blanquezino. Una noche, en plena madrugada, llamaron a mi mamá. Jamás me olvidaré de ese día. Ese día, aunque no me diera cuenta, era el comienzo de mi propio infierno.

Mi mamá, luego de recibir esa llamada, no paraba de llorar. Y yo sólo la copiaba, pero no comprendía que era lo que pasaba. Con el tiempo, la noticia se iba implementando en mi cabeza. No pude ir a su entierro, no pude verla en el hospital. No pude despedirme de ella.

4 años después, cuando tenía 10 años, pude ir a verla en el cementerio y no lo aguanté. Recuerdo que toqué su lápida y no paraba de llorar, mientras que mi mamá me tocaba el hombro. Desde ese día, algo cambió en mí. Mis pensamientos se volvieron más centrados, más realistas.

Desde su muerte, mucho cambió y es que ella era la que mantenía a mi familia calmada y unida. Con su partida, mi familia se derrumbó y yo, con ellos. Las discusiones constantes entre mi hermana y mi abuelo, se hicieron comunes. Dolían, pero era fuerte. Podía soportar mis lágrimas, pero observaba como mi mamá se encontraba más cansada. Y eso me mataba.

A los 13, ya estaba sumida en mis propios pensamientos. Había empezado a participar en estas discusiones y aprendí a hacerle frente a mi propia hermana (mayor por 8 años). Lo suficiente como para poder detenerla las veces que quería golpear a mi abuelo. A NUESTRO abuelo. Recuerdo que me gané cachetadas y golpes en mis brazos, pero valía la pena. No iba a permitir que ella lo lastimara.

A los 14, comencé con los cortes. Primero, fueron 2 o 3, en mi antebrazo. Los ocultaba con mangas largas, una sonrisa y pasaba desapercibida. Luego, se volvieron más constantes y grandes.

Ya con 15 años, a meses de cumplir mis 16, he planeado más de 5 veces mi muerte. Pero, no tengo la valentía para hacerlo. Tengo los pensamientos de un suicida, pero jamás la valentía de uno de ellos...

Y todo esto desde que te fuiste...

Monólogos de una chica suicida...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora