Capítulo 9: Lo que el mar se llevó

14 4 0
                                    

Desde donde estaba sentada, podía observar los techos de las casas cercanas. Necesitaba un lugar donde tuviera privacidad y su habitación no era el mejor sitio para lo que quería hacer.

Revisó el último mensaje que había enviado en su teléfono celular. Acababa de avisarle a Osvaldo que no había descubierto lo que quería. Su mamá no sabía sobre un método para quitarle la voz a una sirena, aunque la chica intuía que no le había querido decir.

Suspiró profundamente y abrió la aplicación para grabar sonidos. Miró hacia el frente, esperaba que lo que iba a hacer funcionara. Presionó el botón de inicio y en seguida empezó a entonar una hermosa melodía.

Al igual que la ocasión anterior en que había cantado, no pronunció palabra alguna, todo era harmonías vocales. La chica cerró sus ojos mientras continuaba su interpretación.

Mantuvo el volumen algo bajo, por lo que pegó la bocina de su teléfono a su boca lo más que pudo. No tenía la intención de hipnotizar a ningún hombre, así que en teoría su canción sería inofensiva; sin embargo, prefería evitar el riesgo.

Al terminar de grabar, la joven se apresuró a enviarle el archivo a Osvaldo. Se le había ocurrido esa estrategia como método de contingencia en caso de que la sirena se apareciera de nuevo.

De pronto, la chica escuchó dos golpes sobre una superficie metálica detrás de ella. Mía volteó y vio a alguien de pie junto a la puerta que daba a la azotea.

Se trataba de un muchacho alto, cuyo cabello negro estaba partido por la mitad y caía ligeramente a ambos lados de su frente, con la parte trasera más recortada. Tenía la piel bronceada, ligeramente más oscura que la de la chica.

Era su hermano mayor, Iván.

Por todo lo que traía en la cabeza, la joven había olvidado que ese fin de semana su hermano estaría de vuelta de la universidad. Era cuatro años más grande que ella, por lo que le faltaba poco para terminar sus estudios.

—¿Qué pasó? —le preguntó la chica.

Él se acercó hasta quedar junto a ella.

—Nada en especial, sólo venía a ver cómo estabas —contestó el muchacho—. Eso se escuchó muy bien, pero ten cuidado, no queremos tener una fila de muchachos encantados afuera de la casa.

Mía agitó su cabeza a los lados.

—No lo hice para eso —respondió ella—. Es para un amigo —antes de que su hermano pudiera asumir más cosas, ella continuó hablando—, para contrarrestar el canto de otra sirena.

—Ah, sí... mamá me dijo algo sobre eso.

La sirena mordió su mejilla interna.

—¿Qué tanto te contó? —quiso saber la muchacha.

—Lo suficiente. Quería saber si tú me habías contado algo antes.

—¿Y qué le dijiste?

—Que no sabía nada, de haberlo hecho les habría dicho a ello y a ti que deberías tener más cuidado —añadió, intentando no sonar muy acusativo.

—¿Cómo tú cuando fuiste tras el asuang? —cuestionó ella, con un tono sarcástico.

—Alguien tenía que hacer algo con esa cosa —se defendió Iván en voz baja.

—¿Y el berberoka? —insistió la chica, refiriéndose a otra instancia en que su hermano había intervenido para enfrentarse a un monstruo. Ambos casos habían ocurrido el semestre anterior, cuando su hermano había estado de intercambio en una universidad en Filipinas.

A Prueba de AguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora