Recordaba perfectamente el día en que supo que Osvaldo había dejado de ser un simple compañero de clases. No el día que lo había conocido, eso había sido unos dos meses antes. Y tampoco cuando se había enamorado de él, eso fue un par de años después. Se refería al día en que se había dado cuenta que Osvaldo era su amigo de verdad.
Había ocurrido cinco años atrás. A los pocos días de haber comenzado las clases ya se dirigían la palabra y a veces tenían conversaciones típicas sobre que les había parecido el capítulo nuevo de la caricatura que les gustaba, o como habían mejorado en su nado. Pero todo empezó realmente unos días antes de una competencia.
—¿Qué tienes? —le había preguntado Osvaldo, quien aún se estaba secando el cabello después de cambiarse.
—Estoy bien —mintió el pequeño Isaac, mirando hacia el espejo de los vestidores.
—¿Estás nervioso por la carrera? —preguntó el castaño—. Lo vas a hacer bien. Te voy a estar apoyando. —Isaac negó con la cabeza.
—Mis papás no van a venir a verme —respondió finalmente.
—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó el otro niño. El moreno se encogió de hombros.
—Mi mamá está ocupada con no sé qué cosa y papá tiene algo del trabajo.
—¿No pueden cancelarlo?
—No sé. Andan muy ocupados últimamente. Creo que van a —no terminó la oración—. Como sea, creo que mi hermana si va a venir.
—Entonces le diré a mi familia que te apoye también —dijo Osvaldo, con un tono alegre.
—Gracias —respondió el otro niño—. Ya me tengo que ir, mi papá ha de estar esperándome. —Dicho esto se alejó corriendo de los vestidores con su mochila en mano.
Llegó el día de la competencia y pronto, su turno. Mientras se colocaba en posición, vio a su hermana en las gradas, en el extremo oeste. Recorrió con su mirada el resto de los asientos, esperando que por algún milagro su papá o su mamá se encontraran entre el público. Eso no sucedió; en cambio, vio algo que lo sorprendió para bien.
Había un cartel que tenía su nombre escrito en letras mayúsculas con marcador azul.
Pero no podía ser para él. Quizás había otro niño llamado Isaac entre los competidores. Sí, eso era. Alguien de otro club de natación. La cosa era que al lado del cartel —que por cierto lo estaba sujetando un muchacho de cabello marrón oscuro, que se veía de veinte años— había otro parecido, que llevaba el nombre de Osvaldo.
Sí era para él.
Isaac subió a la plataforma. Escuchó el primer silbato, y se colocó en posición. Luego, el pitido de salida. El niño se arrojó al agua y empezó a nadar tan rápido como podía. Debía dar una buena impresión.
Llegó en segundo lugar.
Cuando emergió del agua, miró de nuevo hacia las gradas. Lily estaba de pie, aplaudiendo. Luego buscó a la familia de Osvaldo, quienes también celebraban y le enseñaban sus pulgares arriba mientras agitaban los brazos. Salió de la alberca y apenas pudo procesar lo que estaba pasando, cuando sintió que alguien lo estaba apretando. Osvaldo había llegado hasta él y lo había abrazado.
—¡Felicidades! —exclamó su amigo. Se quedó inmóvil durante un momento antes de corresponder el gesto. Una vez que se separaron, Isaac volteó hacia las gradas, específicamente a la parte donde estaba la familia del otro muchacho y les envió un saludo.
—Hicieron un cartel para mí —murmuró el moreno.
—Te dije que iban a apoyarte —añadió el otro, dándole un golpecito con el codo. Era cierto, eso le había dicho, pero lo único que esperaba era que gritaran su nombre para apoyarlo, y que el sonido se perdiera entre la multitud.

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A Prueba de Agua
ParanormalOsvaldo posee una afinidad con el agua; es capaz de nadar a gran velocidad y puede aguantar la respiración por horas. A pesar de esto, no tiene permitido acercarse al mar, pues hacerlo podría ser riesgoso. Un día, el chico se ve obligado a romper es...