Capítulo 15: Claro como el agua

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Por más que Osvaldo lo intentaba, no lograba ver algún cambio en la corriente del río. Llevaba un largo rato repitiendo sus movimientos, tanto que, Isaac, quien normalmente se hallaba a su lado durante la práctica, había optado por sentarse recargado contra un árbol mientras se distraía con su teléfono celular.

El muchacho se llevó ambas manos al rostro y las restregó contra este. Luego, soltó un gemido de disgusto.

—¡Esto es imposible! —gritó, mientras se dejaba caer al piso. Unas manos lo rodearon por detrás del cuello y sintió la barbilla de alguien recargándose en su cabeza.

—Dijiste que el agua de río era más difícil de manejar —comentó el chico—. Aquí hiciste tu primer intento, ¿no?

El selkie asintió con ligereza y le dio unos golpecitos a las manos que lo tenían atrapado. Isaac las retiró, permitiéndole al chico ponerse de pie.

—Esto es tonto, el océano tiene agua, y el río es agua. ¿Por qué no puedo moverlo ni tantito? —se quejó el castaño apuntando hacia el caudal en movimiento.

—¿Quizás la sal afecta? —preguntó el más bajo, con un tono entre broma y verdad.

—No sé por qué pasa esto, pero si mi abuela dice que es posible es que sí.

—¿Sus notas no recomendaban que siguieras practicando en el mar antes de intentarlo aquí? —cuestionó el moreno. Osvaldo inclinó su cabeza hacia la izquierda y luego a la derecha, confirmando lo que el chico había preguntado—. Amor, aún podemos ir a la playa, ¿sabes? No tenemos que entrar a verlos. Yo tampoco tengo ganas de hacerlo.

El más alto soltó una gran exhalación.

—Supongo que tienes razón —murmuró él.

—Vamos —dijo Isaac—. No estamos haciendo ningún progreso aquí.

Veinte minutos después, el par se encontró en su sitio de siempre. Después de algunos ejercicios de calentamiento, el selkie decidió intentar replicar el movimiento que había hecho en su enfrentamiento con el adaro. No obstante, esa hazaña parecía ser complicada, pues esta vez no tenía la ayuda del amuleto, y tampoco podía depender de este siempre, sobre todo por los efectos secundarios que tenía sobre él. En un momento, se puso a descansar, aunque sin sentarse en la arena, como acostumbraba.

—Amor, ¿piensas ir a despedirte de ellos? —quiso saber el humano.

—Mmm, no estoy seguro —dudó el castaño—. ¿Cuándo se cumple la semana?

—El lunes —respondió Isaac. Eso era en tres días—. Aunque puede que se vayan antes o después, lo de una semana pudo ser un aproximado.

—¿Crees que debería ir? —preguntó el castaño. Su novio se encogió de hombros.

—Como tú veas —contestó—. Si no quieres ir, no te culparía. Y si quieres ir, sabré que tienes un alma muy buena y te voy a acompañar.

—No lo haré —dijo Osvaldo de pronto—. No después de cómo te trataron y a Mía. Pero especialmente a ti —añadió, recordando lo molesto que se había sentido.

—Bueno, gracias por eso. —Isaac se acercó con la intención de besar a su novio, sin embargo, un ruido a la distancia los detuvo. Los dos voltearon en dirección al mar, de donde parecía provenir el sonido.

Era el ladrido de una foca.

—Agh, ahora qué —exclamó Osvaldo, caminando hacia el agua, salpicando exageradamente con cada paso que daba. El ruido se repitió. El joven aún no practicaba el lenguaje de los pinnípedos, pero aun así dedujo que no se trataba de un llamado normal. Apresuró su paso y pronto, la criatura estuvo en su rango de visión. El animal continuaba sus alaridos, que preocuparon a Isaac, por lo que él también se apuró a alcanzar a su novio.

A Prueba de AguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora