Capítulo 12: Alerta marina

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Después de haberse secado, los chicos se pusieron ropa nueva y emprendieron el camino de regreso. Osvaldo sentía que su pulso aún estaba acelerado. Ni siquiera el contacto con la mano de Isaac sirvió para calmarlo. Se sentía frío y los selkies normalmente no tenían ese problema.

Los cuatro se subieron a un autobús. Por fortuna, el vehículo iba casi vacío. Todos avanzaron hasta sentarse en los lugares del fondo, para así poder hablar sin que nadie los tomara por locos.

El selkie apoyó su cabeza contra el respaldo del asiento y cerró los ojos. Mía, por su parte, mantuvo su vista fija hacia sus manos. Fabián e Isaac intercambiaron miradas, luego, el primero se encogió de hombros.

—¿Qué era esa cosa? —preguntó el moreno.

Osvaldo se incorporó y la describió de nuevo para ellos dos. Cuando terminó, la chica tomó la palabra:

—Era un adaro —respondió ella—. Son como sirenos tiburón, pero son muy salvajes.

—Lo noté —comentó el castaño—. No me sorprendería que esa cosa se haya comido a... la sirena después de lo que le hizo —al pronunciar esas palabras, un escalofrío recorrió la espalda del chico. Isaac se dio cuenta de que la frente del selkie estaba sudando, pero esperaría a estar solos para preguntarle cómo se sentía—. A todo esto —retomó la palabra Osvaldo—, ¿por qué fue tras la sirena? ¿y que nos quería decir ella?

—Probablemente estaba intentando hacer tiempo para poder escaparse, y en cuanto al adaro, quizás fue tras ella porque es quien estaba más cerca —teorizó la joven—. Lo que me tiene confundida es, ¿qué rayos hacía un adaro en esta parte del Pacífico?

La sirena les explicó que ese tipo de criatura solía abundar en la parte sur de ese océano, cerca de las Islas Salomón, pero a veces se le podía encontrar en las costas de Australia y Nueva Guinea. No obstante, era muy raro que rondara las aguas cercanas a la costa.

—¿Qué haremos ahora? —preguntó Isaac. Él y Fabián miraron instintivamente a Mía, pero Osvaldo mantuvo su mirada al frente, seguía procesando los eventos de las últimas horas.

—No lo sé —contestó la chica al notar que la atención de sus amigos estaba puesta en ella—. Esa cosa es más peligrosa que la sirena.

Tales palabras resonaron en los oídos de los demás.

Luego de un rato, llegaron a la parada de Mía, le agradecieron y ella se despidió. Los tres se quedaron en silencio durante el poco trayecto que quedaba. Osvaldo apoyó su cabeza en el hombro de Isaac, y el pelinegro observó que Fabián se había puesto los auriculares y estaba escuchando música.

En ese tiempo, el selkie aprovechó para escribirle a sus padres e informarles que él y los demás se encontraban a salvo, no obstante, no tenía idea de cómo iba a explicarles lo que había sucedido con la otra criatura. En cambio, decidió preguntarles otra cosa.

Unos minutos después llegaron a la parada de Osvaldo. Isaac se bajó acompañarlo. Ambos continuaron el camino hasta casa del castaño a pie. El selkie ya se había calmado un poco, pero se mantuvo en callado durante un rato.

—¿Todo bien?

—¿Te puedes quedar en mi casa? —pidió el otro. Al instante, se arrepintió de preguntar. Sintió cómo subía la temperatura en sus orejas—. Perdón, no, no tienes que...

—Sí —respondió el otro sin dudar—. Déjame avisar a mi casa. —Isaac sacó su teléfono celular para escribirle a su padre. Pasaron unos instantes antes de él le enviara una respuesta. —Dice mi papá que no hay problema —luego, se volteó hacia su novio—, pero vas a tener que prestarme uno de tus uniformes.

A Prueba de AguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora