Capítulo 30. [ÚLTIMO CAPÍTULO].

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Sábado. 8:15 am. Hace ya un día no he vuelto a casa, y ya saben cuál debe ser la razón…

Por si se lo preguntan, sí. Steven y yo hemos regresado… otra vez. Luego de que nosotros dos… bueno, nosotros dos hagamos… eso (sí, eso), tuvimos una plática para acomodar las cosas y resolver nuestros problemas y, finalmente, hemos arreglado todo entre los dos y decidimos empezar de nuevo por completo. Sin rencores, sin desconfianza, sin peleas, olvidarnos por completo de todo lo malo por lo que tuvimos que pasar y… comenzar de nuevo.

Me he quedado toda la tarde y toda la noche en el departamento de Steven, y ahora estoy en su auto, en donde él se ofreció a llevarme a casa. Steven está en el asiento del conductor y yo en el del copiloto, a su lado. Apoyo la parte de atrás de mi cabeza en el asiento y miro a mi derecha a través del vidrio de la ventanilla; el viento que entra por allí hace bailar mis mechones marrones que se encuentran tapando mis mejillas.

Steven pisa el freno con fuerza y salimos disparados para adelante, en donde mi gorrito negro se escapó de mi cabeza, aterrizando en el suelo del coche. Una vez que me lo pongo devuelta, miro al frente y podía notar todos los autos varados por toda la ruta principal que me lleva derecho a mi casa. Embotellamiento.

—Bueno, creo que tardaremos más de la cuenta —decía Steven mientras se acomodaba en su asiento y estiraba su brazo hacia a mí, apretando mi hombro derecho con su mano—. Deberías avisarle a tu madre —giro mi cabeza para encontrarlo mirándome con una sonrisa incrustada en su rostro—.

—No le voy a decir nada —dije, apoyando mi cabeza en su hombro—.

—¿Por qué?

—Porque ya no soy una niñita como para decirle en dónde estoy a cada hora —ya me imagino a Steven sonriendo ante lo que dije—.

—No conocía ese lado rebelde tuyo, Julianna Roberta Jones —ruedo los ojos—.

—Dices mi segundo nombre de nuevo y te hago volar hasta Saturno —fijé mi mirada en él y alcé una ceja, pero el muy pendejo lo único que hace es soltar una risa y sellar sus labios sobre los míos, besándome con dulzura hasta dejarme totalmente embobada—.

—¿Qué le dirás a tu madre cuando regreses a casa? —preguntaba luego de que pasaran unos minutos estando los dos en un profundo silencio—.

—Nada —me encojo de hombros—. Mi madre tiene que aprender que ya soy adulta y que puedo hacer lo que se me dé la gana.

—Bueno, pues prepárate, porque el tránsito se está alivianando y dentro de unos cinco minutos estaremos allá —ok, sé que no debo de preocuparme, pero mi corazón comenzó a aporrear con fuerza en mi pecho de tan sólo pensar que tendré que enfrentar a mi madre—. Ya, ya, tranquila —decía Steven mientras me tomaba la mano y besaba mi palma; al parecer se dio cuenta de mi nerviosismo—. Todo estará bien —mi risa de seguro tiene un noventa y cinco por ciento de sarcasmo acumulado—.

—Dios, Steven. Nos conocemos desde los doce años y ¿en serio no sabes cómo sería capaz de reaccionar mi madre? —hubo un largo silencio—. ¿Y? ¿No dirás nada?

—Tienes razón. No conozco del todo a tu madre, así que no puedo decir nada al respecto, sólo… —inhaló y exhaló aire por mí— esperar a que ella no me eche a escobazos de tu casa —solté una carcajada—.

—Tampoco creas que es tan loca —dije entre risas, a lo que Steven también comienza a reírse—.

Luego de un minuto, Steven siguió conduciendo una vez que los autos comenzaban a avanzar. Nunca supe del origen de los embotellamientos, y menos debo saber ahora… aunque lo único que puedo decir con seguridad es que todos los coches se detuvieron debido a un accidente automovilístico, ya que una Ambulancia pasó muy cerca de nosotros a toda velocidad, haciendo sonar su bocina en una melodía irritante y ensordecedora, para luego parar a no más de cinco vehículos por delante nuestro.

Un trato es un trato. «MAS#2». [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora