Comprensión lectora

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Rhys entró en la sala común de la familia Vulturi, con un libro forrado en piel negra y de páginas blancas en la mano.

Ese iba a ser el confidente de lo que entendiera del mundo.

Cuando Rhys veía aquellas letras de fuego que se movían al son del tiempo, sentía como si alguien le contara un cuento escrito en una gran pared de cristal.

El pasado y el presente son contundentes, irrompibles y fuertes, pero el futuro era otra cosa. Unas veces las letras estaban borrosas. Otras veces sabía cuando se trataba del futuro por intuición. El futuro era endeble, débil, ilegible. Aro le había dicho que el futuro siempre puede cambiar.

La sala se encontraba vacía. El joven Vulturi, como ahora le conocían todos, se quedó sentado en uno de los sillones mientras buscaba un buen nombre para llamar a su diario. Entonces, se percató de un repentino chapoteo.

—¡Padre!, ¡padre!, ¡mira!. —Didyme saltó al agua aunque no sabía nadar. Era la primera vez que la habían llevado a la piscina termal que los ancianos tenían oculta debajo del suelo. La niña sacó la cabeza para respirar con muchas dificultades, pero si buceaba de maravilla.

—Esa niña está loca. —Comentaba Caius mientras se desvestía.

—No es cierto. —Aro se apoyó en el muro de piedra, maravillado por la felicidad de la niña. A ratos volvía a fascinarle la corta edad de la criatura y lo rápido que crecía.

—Aro, la niña. —Susurró Marco.

Aro se sumergió con la ropa puesta, no había tiempo, y en unos segundos salió con la niña en brazos. Didyme después de pestañear varias veces, sin entender muy bien que había pasado debajo del agua, rompió en una sonora carcajada.

—Me había olvidado, mi niña— ella se encogió de hombros. —¿Quieres aprender a nadar? ¿Seguir intentándolo?

—Por supuesto que sí. —Dijo con esa vocecilla suya tan encantadora.

Aro, Marco y Caius solían pasar tiempo en la terma cuando eran jóvenes, ahora casi olvidaban que estaba ahí. Solo algunos de los guardias más viejos recordaban la cavidad oculta y oscura, un antiguo acuífero que los señores habían rediseñado para las damas. Un regalo de aniversario que disfrutaban juntos.

La estancia era simple. Un gran espacio rectangular de una piedra blanca y áspera. Justo en el centro estaba la piscina con la piedra original del acuífero. Alrededor había 6 asientos en cada lado, todos tallados con diferentes materiales.

La profundidad del agujero en la tierra contaba con dos niveles: Una zona con poca agua donde un adulto se puede sentar a los bordes de la roca y otra zona con tanta profundidad que no se podía ver el fondo.

Marco y Caius estaban sentados, recostados con tranquilidad y Aro dejaba que la niña jugueteara. Estaba aprendiendo muy rápido.

Rhys se apoyó en la pared que rodeaba las escaleras que había que recorrer para llegar a la piscina. Creyó que las escaleras conducían a un sótano, pero no fue así.

No había salida, ni ventanas y podía ver el comienzo de la piscina. No daba crédito a las maravillas que se encontraba por el edificio. Se prometió que tendría que prestar más atención en el futuro. Pronto localizó a los antiguos y vio a Didyme emerger del agua con una sonrisa. Justo cuando Aro le saludaba con una sonrisa, Rhys se distrajo con el movimiento de las letras que se formaban cerca de él. Por el rabillo del ojo, el chico vio cómo se formaban pequeñas letras. "Aquí viene" advirtió cuando sintió la presión aumentar en su cabeza.

Las letras empezaron a aparecer por el aire unas más altas que otras. Eran de diferente grosor y extrañas, algunas ni siquiera podía asegurar que estuvieran en el abecedario de alguna parte.

Cerró fuertemente los ojos y el dolor de cabeza se intensificó.

Una voz le susurró. Le resultaba familiar. Jamás le había dolido tanto, pero pudo leer una última cosa antes de caer desplomado. "Vale la pena, Aro."

Rhys aterrizó en el suelo con las rodillas, pero rápidamente dio con todo su cuerpo en el suelo. Todos se quedaron congelados viendo su cuerpo inerte.

Caius y Aro salieron del agua y corrieron hasta Rhys. Marco sujetó a la pequeña, la sacó del agua, la secó y les llevó los albornoces a sus hermanos.

Aro sujetaba la cabeza Rhys con las dos manos mientras intentaba ver qué había ocurrido. No entendía nada. Desde que Rhys terminara su transformación, al Vulturi le era imposible descifrar sus pensamientos.

—No sé que le ocurre —dijo frustrado.

Caius cogió en brazos al chico mientras Aro se quedaba con la mirada perdida en la nada.

Didyme corrió hasta Rhys cuando Caius lo dejó con suavidad en el sillón de la sala común. La niña se acercó con cuidado mientras Aro subía las escaleras de la piscina terminando de abrochar su camisa.

La niña puso su mano en la frente de Rhys con delicadeza. Segundos más tarde, al mismo tiempo que Sulpicia entraba por la puerta, Rhys aspiró aire tanta fuerza que asustó a Caius. El anciano saltó de su asiento y apartó a Didyme de Rhys.

Rhys abrió los ojos y lanzó un grito ahogado.

—La niña es especial. —Dijo.

Todos los presentes se quedaron esperando que Rhys se repusiera.

—¿qué sabes? —preguntó Aro con firmeza mientras ladeaba la cabeza.

—dama mi diario, ¡dámela! —Pidió Rhys sin parar.

Marco se la entregó casi sin ganas. Rhys la abrió y allí se posaron las letras.

Todo era un caos. La historia se mezclaba, las palabras se confundían con sonidos e imágenes. Por eso necesitaba tanto un diario, una libreta o un trozo de papel. Necesitaba un lugar donde poner orden. Rhys metió la mano en su bolsillo y sacó un pequeño bolígrafo de tinta negra. Con ella garabateó en el papel sin permitir que las preguntas de su familia le distrajera. Parecían un poco histéricos.

Después de mirar un instante los ojos de la niña, leyó en voz alta:

—Didyme puede esquivar a la muerte. Es un ángel que custodia la vida.

El silencio se extendió a todos los miembros, incluida Didyme cuyos latidos habían estado muy alterados.

—La niña tiene un don — afirmó Rhys, mientras en la cara de Aro se formaba una gran sonrisa.

TRAS EL AMANECERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora