Los días pasaron y nadie mencionó nada de las palabras de Rhys enfrente de la niña. Aprovechando que la niña duerme, los señores se dedicaban a explorar las posibilidades cada noche, hasta que se dio por finalizado el debate. Aún era muy pronto para presionar a la híbrida sin razón aparente.
La pequeña no le había dado importancia a las palabras que Rhys pronunció en la terma porque Caius la sujetó de una manera que le impidió oír del todo bien. Además, ella siempre había sido tratada como alguien especial. No entendía por qué se habían puesto todos tan nerviosos. Después de que se disipara la novedad, los ancianos ignoraron el tema. Sin embargo, Aro no podía dejar de pensar en ello.
El líder de los Vulturi tenía una buena estrategia en su mente para conocer mejor el don de Didyme. El líder se acercó a la cama donde la niña dormía y la observó unos minutos.
—Didyme.— la llamó con dulzura— Mi pequeña. Despierta. —Dijo mientras se sentaba en la cama y agitaba suavemente a la niña. Apenas salían los primeros rayos de sol. Didyme solía despertarse 30 minutos más tarde.
La niña abrió los ojos, extrañada. Nunca la habían despertado así, perturbando sus sueños coloridos. Estaba descubriendo que no le gustaba. Frunció el ceño. Aro reprimió una risita ante el gesto de la niña.
— ¿Te llamas Caius? No me mires así, niña —dijo fingiendo enfado. Sonrió y cogió a Didyme para después acurrucarla entre sus brazos.
Aro vestía un traje negro, con un antiguo chaleco y botones del mismo color con una corbata roja. Su capa reposaba en el respaldo del sillón, pulcramente colocado. La niña llevaba un fino pijama blanco de pantalón largo y camisa corta de una tela muy parecida al raso.
—Vamos a vestirte— anunció Aro.
—No. —Susurró Didyme. Esta apretó los brazos a su costado cuando Aro intentó quitarle la camisa.
—Ya basta, pequeña— la niña le miró desafiante.-no querrás que me enfade ¿verdad, dulce ángel?
Didyme observó los fríos ojos de su padre y como perdían paulatinamente el buen humor que solía reflejarse en ellos. Didyme negó con la cabeza. Su padre la miró con seriedad unos segundos más y cuando la niña accedió a levantar los brazos sonrió. Radiante.
—No te lo había dicho, pero hoy voy a llevarte al jardín.
Los ojos de la criatura se iluminaron como un faro en una noche y dio una palmada al aire como Aro solía hacer.
El sol brillaba ese día con intensidad y Didyme se entretenía en brazos de su padre tocando el cuello, la cara, las manos. Todos esos sitios en los que el sol hacía chisporrotear los diamantes incrustados en la piel del vampiro. En ese jardín jamás se ocultaban a la luz porque un gran muro rodeaba por completo su propiedad.
Aro se movía con movimientos elegantes pero más rápidos de lo habitual. Estaba ansioso por saber si Didyme podría hacerlo, o si Rhys se había equivocado respecto al don de la pequeña. Por ese motivo la excursión era secreta. Nadie salvo unas pocas personas sabían dónde se encontraba el líder principal de los Vulturi.
Una silueta se apoyaba en un tronco a la sombra de un gran manzano. Se incorporó con estilo cuando vio aparecer a su señor.
—Amo, ha llegado puntual. —Comentó con una voz fina.
—Alec, querido. ¿Me has traído lo que te pedí?
—Sí, señor. —El guardia agachó la cabeza mirando por primera vez la cara de la niña— Hola, Didyme.
Le sonrió a la pequeña y ella le devolvió el gesto. Alec se giró para coger una simple caja de cartón que descansaba en el suelo. Didyme no quiso dejar pasar la oportunidad y buscó la mano de su padre. Le hizo una pregunta silenciosa.
ESTÁS LEYENDO
TRAS EL AMANECER
FanfictionLa derrota en una confrontación con otros clanes de vampiros y metamorfos lleva a los líderes del clan Vulturi a considerar nuevas vías de convivencia que garantice la supervivencia de su familia. Puede que arrepentidos en parte de su comportamien...