Creciendo

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Los líderes pasaron horas  viendo como la niña crecía y su mente se desarrollaba. 

Para muchos, Didyme se había convertido en un mero objeto de estudio que empezaba a perder novedad, pero no fue así para los miembros del clan.

La mente de Didyme se expandía en silencio mientras dormía y su cuerpo se estiraba un poco más cada día. 

A la semana era tan fuerte como para empezar a  gatear, cosa que no gustó mucho a Sulpicia. Se salía continuamente de la alfombra donde debía permanecer tranquila y no tardó en ponerse en pie. Correteaba del sofá al sillón y del sillón al sofá continuamente, buscando cosas que llamaran su atención. 

Aro, solo por diversión y para que niña fortaleciera sus capacidades, ponía obstáculos en el recorrido y aplaudía radiante cuando los superaba. En alguna que otra ocasión se unían los demás al juego animando a la pequeña con su sola presencia. 

Pronto un evento conmocionó la paz del castillo: Su primera palabra. 

Didyme observaba el fuego, sentaba en la alfombra. Caius había hecho desaparecer unos papeles enfrente de sus ojos y allí se había quedado fascinada con el chisporroteo de las llamas.

Mientras el papel se consumía, las damas conversaban con Caius y mientras que Marco revisaba otros documentos,  Aro entró en la sala común dando un portazo. 

Estaba muy malhumorado.

—Unos nómadas han atacado a un humano que paseaba por nuestros límites.—anunció cuando se hubo calmado. 

—¡Intolerable!— gritó Caius que se levantó del sillón para encarar a su hermano. —Te dije que pusieras guardas en la linde. El bosque es nuestro. Hace 500 años no habrías cometido ese error.

 Caius estaba más que enfurecido con su hermano. No era la primera vez que discutian por lo mismo a lo largo de las últimas décadas. El líder rubio no soportaba la tranquilidad que mostraban Aro y Marco con respecto a la protección de su hogar. 

Los otros dos lideres consideraban que solo un loco los atacarian, que todos sentían respeto y miedo por ellos. 

—Desde hace más de 1500 años nuestras leyes son claras y conocidas por todos. — Aro templaba al mismo tiempo que sonreía a la joven híbrida. La tensión era percibida por la niña como algo ajeno a su vida.

Se daba por supuesto que nadie en el mundo vampirico podía alegar que no supieran quienes eran los Vulturi, ni cuales eran sus reglas, salvo los recien convertidos, claro. 

—Está claro que la sangre nueva no debe ser siempre bienvenida.

Con esta sencilla frase Caius había abierto un tema zanjado en el pasado. Aro gruñó sin siquiera mirar a su hermano.

Ambos antiguos sentían su orgullo arder.

Marco suspiró y se levantó para mediar entre los dos desquiciados.

Entre todo ese alboroto las damas murmuraban con inquietud. 

Los líderes volvían a discutir sobre una posibilida remota: Añadir un nuevo miembro a su poderoso clan. Un ser que tuviera los mismos privilegios y obligaciones que ellos. 

Los ancianos habían dejado el tema a un lado. No necesitaban a nadie más. El aquelarre tenía equilibrio. Todos se conocían, incluso se querían, un nuevo miebro volvería todo mucho más salvaje, pero después del enfrentamiento con el Clan Cullen...

—¿La híbrida no es suficiente para ti, hermano?—quiso saber Athenedora. 

—La niña es objeto de estudio—aclaró Aro con un tono que intenaba sonar relajado, sin exito.  

TRAS EL AMANECERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora