Un día inesperado

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La tranquilidad reinaba en Volterra.

 Aunque siempre hubiese algo que hacer, ese día todo parecía en calma, sin movimiento. Incluso la plaza del reloj permanecía vacía de murmullos y pasos humanos. Era domingo.

Caius se había sentido inquieto en la sala común. Solo y aburrido, decidió ir en busca de alguno de sus compañeros.

—¿A quién esperas, hermano? —Preguntó mientras se acercaba a su trono con paso lento y las puertas se cerraban tras él.

Aro mantuvo la mirada fija en la gran puerta hasta que el anciano se hubo sentado a su lado.

—A Afton. Me pica la curiosidad—dijo con un pequeño gesto con la mano— Quiero saber qué tal le ha ido en la misión que le encomendé.

—¿No dijo que todo salió como esperábamos?

—Así es, Caius, pero quiero saber más — replicó Aro con una sonrisa pícara y unos ojos rojos que brillaban con ansia.

En la sala legislativa de los Vulturi no había nadie salvo los dos líderes. Caius sacó un pequeño libro de hojas dobladas, con apenas 12 o 15 páginas, y se entretuvo repasando el papel con la mirada en silencio.

Aro se aburría, pero era algo que llevaba bien.

Tras un par de minutos más, Afton entró en la sala, sonriente y con la mano abierta, ofreciéndose a su señor antes incluso de haber llegado junto a él.

—Mi señor, señores —se corrigió al reparar en Caius, que ni levantó la vista de su libro.

Aro sonrió y tomó su mano. Mientras veía las buenas noticias, acarició el rostro del joven. Se apartó tras unos instantes, sonriente.

—Me alegra que estés aquí y que todo haya salido mejor de lo esperado.

—¿Y bien? —Inquirió Caius desde su trono.

—Todo perfecto, hermano. Mis felicitaciones, querido. Puedes irte.

Este asintió contento con el reconocimiento de su señor, hinchando su orgullo, y se dio la vuelta para ir al encuentro de su amada. Chelsea debía de estar esperándolo.

Caius casi había renunciado a obtener una respuesta de Aro. Tampoco le interesaba tanto más allá de que todo había salido a pedir de boca, cuando las puertas se volvieron a abrir.

Esta vez de un solo golpe, desencajando una de las esquinas de la hoja derecha.

—¡¡Señor!! —Afton se puso en posición de ataque, pues no había nadie para proteger a sus señores del desconocido que se abalanzaba sobre los líderes.

—¡Señor, déjeme hablar con usted!—Suplicaba el joven vampiro.

—¡Afton, alto! —Gritó Aro con premura. Afton estaba a punto de bloquear con un golpe al recién llegado.

El guardia se enderezó y miró extrañado a su señor.

—Es nuestro nuevo miembro en la guardia.— le explico Aro recuperando su naturalidad mesura.

La nueva incorporación era joven, con el pelo corto de un dorado blanquecino, fracciones duras en el rostro.

Félix se había unido a la acción y aunque sí conocía al joven vampiro, prefirió pegarse a su espalda para poder inmovilizarlo de ser necesario. No entendía tanto grito.

Aro ordenó, con un gesto de cabeza, que el chico avanzara.

— Siro, ¿qué ocurre con tanta urgencia?

El chico se lo pensó dos veces antes de acercarse al líder, pero Aro le tendió la mano. Siro, de apenas 17 años, corrió hasta subir los escalones de mármol sobre los que están colocados los tronos de los Vulturi.

TRAS EL AMANECERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora